El resto del primer día transcurre con un poco más de lo mismo. Las personas siguen viéndome cada vez que paso y comparto la última clase que es matemáticas, con los chicos. Quiénes me doy cuenta, son algo así como los dioses de la escuela. Cada hormona femenina del lugar e incluso algunas masculinas, se mueren por algo de atención por parte de los especímenes, y no las puedo culpar, los idiotas no están nada mal, solo creo que deberían tratar de verse menos necesitadas.
Cuando el timbre suena anunciando el final de la jornada salgo del salón hacia mi casillero a recoger los libros que había guardado ―ya que por fin lo encontré―. Y es en ese momento, cuando me encuentro sonriendo, qué me doy cuenta que acabo de tener un buen día. Nunca pensé que luego de lo que pasó en las vacaciones, podría volver a la escuela y tener normalidad.
Una mano en mi hombro y una voz dulce hace que me gire.
―¿Vienes? ―Los ojos cafés de Mei me observan curiosos.
La chica es muy agradable, y bastante inteligente sin ella no habría entendido nada de lo que el profesor explicó en la clase de matemáticas. Benditos sean los asiáticos y sus dones.
―Claro ―contesto y me sorprendo incluso a mí misma.
La chica amplía la sonrisa y da una palmada en el aire. Tiene una energía desbordante que logra contagiar a los demás. Le doy una sonrisa cerrando la tapa de mi casillero y siguiéndola hacia las puertas del instituto. Mei tiene una habilidad única para decir más de cien palabras por segundo. En lo que llevamos caminando hacia la puerta ―que no son ni cinco minutos― me ha contado que estaba de vacaciones en Europa, que está saliendo con Nataniel desde hace casi un año, que la chica de la cafetería era, como yo ya lo suponía, una arpía y líder del club de talentos. Yo me he limitado a ir asintiendo a todo lo que dice ya que seguirle el ritmo es imposible.
Una vez fuera del instituto empiezo a caminar hacia donde se encuentra mi coche con Mei a mi lado.
―Bueno, ha sido divertido ―le digo sonriendo mientras abro la puerta del conductor.
―¿Qué haces? ―indaga la chica frunciendo el ceño.
Y yo me siento mucho más perdida que ella en estos momentos.
―Eh... ¿Me despido?
Mei Leing sonríe y niega con la cabeza.
―No te irás a tu casa Gabriel, dijiste que vendrías ¿No creerías que hablaba del coche o sí?
Absolutamente creía que hablaba del coche. Nunca nos habíamos visto antes y aunque haya sido muy agradable hoy, no tendría como imaginarme que quedamos para hacer algo después de clases.
―La verdad... sí ―confieso algo apenada.
Antes que la asiática pueda contestar tres figuras hacen su aparición y empiezan a caminar directo hacia donde nosotras estamos. Un mal presentimiento se instala en mí, o tal vez son solo nervios. Doy una mirada a la chica a mi lado y la encuentro con los ojos fijos en su novio, luego voltea a verme y me hace un guiño.
Esto no me gusta nada.
―Bueno, bueno, pero si es nada más y nada menos que mi hermosa acosadora ―dice Derek llegando hasta mi lado.
―Realmente tienes que trabajar en tu ego ―le contesto girando los ojos. Pero sin pasar por alto el hecho que me hizo un cumplido, lo que hace que mis mejillas ardan sin autorización.
Luke me da una gran sonrisa, de esas que asustan y estira su palma abierta en mi dirección. Este chico es como un niño de cinco años en un cuerpo adolescente. ¿Y quién puede decirle que no a un niño? Estiro mi mano y choco los cinco con él. Es como la versión masculina e infantil de Mei Leing. Pura energía.
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Lo que creíamos perdido ©
Teen Fiction¿Qué pasa cuando tu vida da un giro de 180 grados? Con la muerte de su hermano y ganas de empezar desde cero, Gabriel y su padre deciden comenzar de nuevo en un pequeño pueblo en busca de algo de tranquilidad. Lo que ella no tenía planeado, es que...