Capitulo 8

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La respiración la siento cada vez más pesada mientras manejo rumbo a casa. Tengo que calmarme si no quiero terminar accidentada, además no quiero que mi padre me vea de esta forma. Aún recuerdo las semanas después que todo ocurriera y como papá se desvelaba detrás de mi puerta escuchándome gritar o maldecir al mundo hasta entrada la madrugada, o como el terror invadía sus ojos cuando duraba días sin hablar o salir de mi habitación.

Algunas veces me dan ganas de dejarme caer de nuevo, de poder quedarme quieta por un tiempo indefinido y simplemente dejar que todo pase, pero no puedo. Mi padre no tiene a nadie más que a mí, y sería demasiado egoísta sumergirme en mi dolor cuando él quedaría solo. A medida que me acerco a casa, empiezo a calmar mis respiraciones y me obligo a relajarme.

«No ha pasado nada. No ha pasado nada», empiezo a repetir una y otra vez en mi mente como un mantra. Mañana hablaré con el idiota de Derek y lo pondré en su lugar, esto definitivamente no iba a quedarse así.

Aparco el auto en la entrada de mi casa y recurriendo a todo mi autocontrol bajo del vehículo; mientras me acerco a la entrada siento mi corazón latir con fuerza y el picor en la palma de mi mano no se ha ido. Nunca antes había golpeado así a alguien. Aprieto mi mano en un puño, saco las llaves de mi bolso y tratando de hacer el menor ruido posible entro en la casa. El silencio tiene invadido todo el lugar, la casa no me deja de parecer demasiado grande cada vez que estoy en ella; continúo avanzando hasta pasar por el estudio de mi padre, donde lo veo concentrado frente a una gran pintura, la misma que vi anteriormente y justo como creí es un ángel.

Dejo mis llaves en el recibidor de la sala y me acerco hacia donde él se encuentra.

―Eres todo un Miguel Ángel ¿eh? ―digo mientras me coloco detrás de él para apreciar la pintura.

Al detallarla mejor, puedo sentir como miles de emociones invaden mi cuerpo. Es un Ángel en medio del cielo, lleva las alas completamente abiertas, y parece que la brisa mueve las plumas que brillan como el oro; pero lo que realmente me impacta es lo que el ángel está cargando. En sus brazos lleva el cuerpo de un chico, su cabello castaño se balancea sobre el aire y sus ojos cerrados lo hacen ver como si durmiera; pero no es así, el chico no está dormido y yo mejor que nadie lo sé.

―Gabe. ―La voz de mi padre se escucha preocupada, pero yo no puedo mirarlo, no puedo separar mi vista de aquella imagen y de la posibilidad de que él estuviese ahora mismo en eso que llaman un lugar mejor, supongo que cada quien se agarra a lo que necesita para sobrellevar el dolor.

Haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad fuerzo una sonrisa en mi rostro y me giro para ver a mi padre.

―Es hermosa ―comento en un hilo de voz, evitando que mi gesto se rompa. Y es cierto, la pintura es hermosa, de una manera dolorosa.

Mi padre me observa en silencio por un momento, todo un enfrentamiento parece estarse llevando a cabo en sus ojos, pero al final una triste sonrisa tira de la comisura de sus labios y rodea mis hombros con sus brazos. Hay algo en los abrazos que me hacen sentir vulnerable, realmente odio la sensación de necesidad que estos me dan. Poco a poco me voy separando y dando una última sonrisa a mi padre me dirijo a mi habitación, pero justo antes de llegar, su voz se vuelve a escuchar detrás de mí.

―No creas que no me di cuenta que deberías estar en la escuela Gabriel. ―Todo mi cuerpo queda estático en ese momento―. Ya hablaremos de eso en la cena.

Entre en mi cuarto y dejo caer el bolso sobre el escritorio de la esquina, para luego acostarme sobre mi espalda en la cama. Las palabras del periódico aparecen en mi mente una y otra vez mientras mi cerebro se esfuerza por identificar alguna señal de que Derek supiera quien soy desde el comienzo, pero no hay nada; si es cierto que es una persona misteriosa pero por alguna razón siento que su misterio no tiene nada que ver conmigo.

Lo que creíamos perdido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora