Felación

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Donovan eyaculó con fuerza. La pasión que Esther despertaba en él resultaba inexplicable y fascinante a la vez, como admirar una de las esmeraldas con las que su padre solía trabajar cuando él era aún un niño pequeño.
Reposó entre los pechos de ella, y nuevamente se perdió en su olor de mujer. La sonrisa satisfecha de su rostro la movió a besarle sus ojos, sus pómulos haciendo derroche de ternura y cuando por fin sus ojos se encontraron su satisfacción se hizo manifiesta.
Esther, ya repuesta continuó con las caricias, para ella el placer sexual apenas comenzaba. Alternó su aliento con sus manos y el empleo de su boca en todo el cuerpo del macho deseado. Los minúsculos pezones fueron estimulados con dientes y lengua, la delicada piel de la ingle se estremeció con su tibio aliento y una vez estimuladas las terminaciones nerviosas... ¡La felación!
Esther decididamente tomó en su lengua el pene y, como si se tratara de un caramelo o de un helado inició la delicada tarea del sexo oral que tanto placer le producía.  Y es que, tantas terminaciones nerviosas como hay acumuladas en el falo pueden hacer de la felación la más grata o dolorosa experiencia, según cómo se maneje.
Donovan, contemplaba extasiado el espejo. En él se reflejaban los genitales de Esther; aquella vagina aún escurría el semen previamente eyaculado, los labios mayores con su coloración obscura, lo labios menores que tímidamente se asomabam... ¡El ano!  Se le exhibía como invitándole a la penetración, su atención pasó, entonces a aquella boca que se deleitaba en su apéndice que se erectaba con cada succión. Dedicadamente Esther succionó una y otra vez aquél genital alternando la profundidad, las caricias; pero ¡Eso sí! Sin usar las manos ni un momento. Donovan sabía que si empujaba la cabeza de Esther ella detendría la lisonja hacia su verga.
El sexo oral provocaba en Esther un placer indescriptible, la excitaba, lo disfrutaba, la hacía sentirse toda una diosa... Succionó con mucha más fuerza, y frecuencia hasta que consiguió su objetivo: Donovan eyaculó nuevamente. Aquél semen se derramó en su boca, tibio y espeso, ligeramente ácido pero decididamente apetecible.
Aún con un poco en su boca, ella le besó y él, nuevamente se rindió en sus brazos. Sus pechos recibieron sus suspiros mientras la acariciaba.
Aquella mujer era, decididamente una musa, más que eso: una diosa.

Erotismo a flor de pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora