Capítulo 6

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Narra Harry.

Como cada noche de viernes, Louis salía con un chico diferente. Pero noté que ese chico era el mismo que el de las últimas tres semanas.

En la vida de Louis eso significaba algo, porque nunca repetía.

Y comencé a sentirme... ¿olvidado? No había llegado nada a mis oídos sobre que Louis haya preguntado por mí. Quizás se había olvidado del asunto.

Y estaba bien.

¿Qué me pasaba? Si fui yo él que se alejó, él que desesperadamente rezó para que no me encontrara y se olvidara de mí.  Pero no era lo mismo creer que él no me recordaba a darme cuenta que sí me recordaba y que me estaba buscando. Es decir, todos esos cuatros años que había estado cerca de él, no me había buscado, pero cuando me pensó no me dejó escapar de su mente y quiso encontrarme.

Y entonces yo no aparecí. ¿Qué estaba esperando? ¿Qué me buscara hasta las últimas horas?

Lo mejor era que Louis se olvidara de mí, pero una parte en el fondo de mi ser, no quería que eso pasara. Quería que me esperara hasta el momento en que me sientiera listo de acercarme nuevamente. Pero él no debía esperarme, él no debía perderse la oportunidad de conocer a alguien fantástico por mí. ¿Qué podía darle yo que otra persona no podría?

Nada. Ya nos conocíamos, ya sabíamos todo sobre el otro. Sin embargo no me importaba volver a conocerlo.

Louis bailaba y se reía con ese chico. Y desde la otra punta del bar, yo lo miraba. Lo miraba como si fuera un acosador, pero no podía dejar de hacerlo. No pude dejar de hacerlo ningún maldito viernes en que supe que él iba a ese bar.

Louis era hermoso y me fascinaba observarlo. Admirar su sonrisa con sus ojos achinados. Y... extrañaba sus ojos, su mirada puesta en mí.

Extrañaba que me mirara y sonriera.

Extrañaba que me abrazara y apoyara su cabeza sobre mi hombro.

Extrañaba acariciar su cabello hasta quedarnos dormidos.

Extrañaba que tocara cada parte de mi cuerpo.

Extrañaba sentirme amado de verdad.

Ese sentimiento de cuando el amor es correspondido no volví a sentirlo nunca más. Porque no volví a querer a nadie, el miedo no me lo permitió.

¿Pudiera haberlo hecho? Yo creo que no.

¿Alguien me hubiera querido como lo hizo él? Tampoco lo creo.

Louis la pasaba bien... se veía feliz.

Entonces lo entendí.

Con lágrimas en los ojos caminé hasta la salida, ya no debía estar ahí. Me senté en el cordón de la vereda, olvidando por completo a las personas de mi alrededor. Una lágrima solitaria comenzó a bajar, pero la quité rápidamente. No me iba a permitir llorar por algo que yo había buscado. Sentí una mano sobre mi hombro. Algo en mí quería que fuera él, pero de todas formas sentí un miedo atroz. ¿Qué iba a decirle?

—¿Quieres bailar? —dijo una voz masculina. Pero no era la voz de Louis.

Respiré aliviado al mismo tiempo que me sentía decepcionado.

Estaba empezando a querer que me encontrara.

—No, gracias —respondí sin voltearme.

—¿Mal de amores? —preguntó sentándose a mi lado. Avergonzado, alcé la mirada hacia él pero al reconocerlo, la quite rápidamente —¿Qué ocurre?

—Me tengo que ir —dije, y comencé a correr.

Él no me había reconocido, desde luego, pero yo sí. Era Dean, aquél que se había encargado de que mi adolescencia fuera más desgraciada de lo que ya parecía ser.

Y entonces comencé a necesitarlo más que nunca.

Louis hubiera estado ahí para consolarme, para decirme que no importaba. Porque de hecho, no importaba. Dean no me había reconocido y parecía otra persona. Sus ojos no eran maliciosos como lo habían sido antes.

Una de las personas que me destruyó no me reconocía. ¿No era irónico?

Me acosté en mi cama deseando tenerlo a mi lado.

Esa noche sentí un vacío enorme en mi pecho. Me sentí solo... nuevamente. Quería que Louis esté conmigo, dejando el pasado atrás. A los veinticinco años, me estaba comportando como un niño tímido de seis, y quería ser normal. Quería ser un adulto como todos. Estaba harto de ver a las personas hablar con tranquilidad.

Quería ser yo mismo a todo momento, y no sólo en mi cuarto.

Quería atreverme a tocar el timbre de la casa de Louis y estar junto a él. Quería poder darle explicaciones y decirle todo lo que lo extrañé, pese a que me escondí.

Pero nunca lo conseguía.

Quería ser capaz de hablar, aunque sea, con mi madre. Ella no se merecía lo que le hacía, pero aunque lo había intentado, nada me salía como yo quería. Nada era fácil para mí, incluso las cosas que para todos lo son. 

Y al día siguiente, cuando quise ir a confesarle al señor Jorgan sobre que no había sido capaz de hablar con ella, la Biblioteca estaba cerrada por duelo. Él falleció y yo no había podido agradecerle sobre todos los años que me escuchó y me aconsejó.

Me fui a casa con lágrimas en los ojos.

El señor Jorgan sólo se había marchado, sin más.

Sin decir adiós.

Sin dar explicaciones, lógicamente, porque la muerte es así.

Cuan ciertas habían sido las palabras de Milena.

Y en ese momento, yo me quedaba sin mi único amigo. Y tampoco podría ir al único sitio por el que salía de mi casa, no podía arriesgarme a que la nueva persona que se encargaría de la biblioteca me conozca. 

¿A quién intentaba engañar? 

No era sólo eso. Mi estúpido miedo que no me permitiría salir de mi zona de confort. Y ahí estaba yo, llorando por Edwart, por no saber nunca lo que le había pasado... porque ya sabía que no iba a ir hasta su casa y preguntarle a su esposa sobre él, ¿estaba enfermo o sólo no despertó? ¿cuándo sería el velorio para de alguna forma, despedirme de él? 

Estaba harto de que todo en mi vida funcione como preguntas sin respuestas. 

Para olvidarme un poco del trago amargo me puse a trabajar, pero esa mañana me sentí más solo que nunca. 

No tenía a mamá, no tenía a Louis y ya nunca más tendría al señor Jorgan. 


Camino a Casa || Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora