Capítulo 1: Otro Día Más

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El despertador sonó y una mano salió debajo de las mantas para apagarlo. El bulto de la cama se movió y soltó un pequeño gruñido. Minutos después, salió una chica con el cabello revuelto y una pijama gris. Se dirigió al baño que se encontraba en el pasillo y se duchó con flojera. Cuando salió, entró a su armario y se vistió con una polera blanca, unos jeans oscuros y unas converse rojas. Llegó a la cocina y se sirvió un tazón de cereales para desayunar. Terminó y salió de la casa con una chaqueta de piel con una sudadera gris y su teléfono en la mano.

Al llegar a la calle, sintió unas ligeras gotas de agua caer, así que se puso la capucha, metió las manos en la chamarra y se dirigió a su trabajo. Luego de caminar varias cuadras, por fin llegó al café y entró. Rápidamente, se puso el delantal que tenía una plaquita de metal dorado en el que se leía "Farrah". Se colocó detrás del mostrador y encendió la computadora. El establecimiento estaba vacío ya que aún no abrían. Farrah hizo la rutina de siempre: encendió las luces, abrió las persianas, acomodó las sillas y las mesas y puso música. Abrió la puerta principal y se colocó detrás de la barra. Llegaron sus compañeros de trabajo, Antea, Acacia y Darren. Cada uno ocupó sus respectivos puestos y la saludaron. Farrah únicamente asintió en respuesta.

Las personas comenzaron a llegar al café y había una larga cola frente a Farrah.

-Buenos días, ¿qué desea?-preguntó ella.

-Hola. Quiero pedir un capuccino de vainilla con un muffin de fresa.-pidió sonriente una chica con un impermeable amarillo.

-¿Cómo te llamas?

-Maile.-volvió a sonreír.

Anotó su nombre en el vaso, recibió el pago y la chica se fue a sentar.

-Buenos días, ¿qué desea?-repitió mecánicamente.

-Un latte con extra cafeína y...-el chico frente a ella vaciló.-un croissant.

-¿Cuál es tu nombre?

-Lex.-contestó él y me la volteó a ver.

-De acuerdo, estará listo en 5 minutos.- él pagó, le guiñó el ojo y se fue.

Así pasó toda la mañana y la tarde, hasta que Farrah pudo irse. Salió del café y miró el reloj. Eran las 5, aún tenía tiempo para ir al estudio. Aceleró el paso y cuando por fin lo divisó, corró hacia adentro para refugiarse de la lluvia.

Al fin llegó hasta el último piso de el edificio. Ahí, se dirigió al último salón a la derecha y entró. En ése lugar Farrah se sentía bien y no había nadie que le hablara ni la mirara. Sacó de la mochila sus pantalones grises de chándal, su top de tirantes blanco y sus vans negros. Se cambió tras el biombo situado en una esquina, se hizo un moño deshecho y conectó su iPod al estéreo.

La canción Animal de Conor Maynard comenzó a brotar de las bocina y Farrah empezó a moverse al ritmo de la música. Era una coreografía que había armado ella sola unas semanas atrás. Saltaba, se agachaba, movía su cabeza de un lado a otro, lanzaba sus brazos hacia arriba y hacía movimientos ondulantes con su tórax.

Durante 1 hora, siguió bailando cada una de las canciones que pasaban, con coreografías asombrosas hasta que su teléfono sonó. Era el alarma que le indicaba que su turno de usar el salón había terminado. Se volvió a cambiar con su ropa abrigada, tomó su celular y su mochila y salió del lugar.

Cerró la puerta del departamento y se quitó la chaqueta mojada y se dirigió a su habitación para bañarse. Cuando salió, se colocó una playera dos tallas más grandes, unos pantalones chándal negros, un suéter crema tejido y unas calcetas para el frío. Luego, entró en la cocina para preparar té chai. Farrah amaba el té chai con mucha leche y azúcar, pues ella y su padre solían beberlo en los días lluviosos mientras leían un libro.

Se sentó en el banco acolchonado que se encontraba en la ventana con su taza humeante. Se acomodó en los numerosos cojines, se cubrió con la manta tejida y, con su teléfono en su regazo, se quedó observando el tráfico de la calle mientras sonaba la música tranquila.

Recordó a su madre, hermosa y llena de energía antes de que el cáncer la transformara por completo. Ella y sus padres solían acurrucarse en el sillón a ver películas en las noches, con tazones de palomitas, papas y dulces. Los días frescos de otoño, iban al parque y volaban cometas coloridas hechas por su padre. Su padre era muy alto y cuando cargaba a Farrah en sus hombros, ella reía y alegaba que estaba en la punta del Empire State.

Pero luego ambos se habían ido y ella había quedado sola e indefensa en el mundo.
(Farrah Holt en Multimedia)

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