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La felicidad de Alicia era algo efímera. En la actualidad toda su vida se basaba exclusivamente en sus hijos y en su bienestar, pero ella sabía que aquello no le aportaba toda la satisfacción que necesitaba.

Hacía tiempo que todo lo que la rodeaba, incluyéndose a si misma, no la llenaba de emociones y gloria. Ella pensaba que el tiempo había hecho mella en su espíritu soñador y que por eso apenas podía disfrutar de aquellos pequeños placeres que antes le fascinaban. Pero también sabía que ese era un pensamiento conformista, que ella misma se había creado a base de decepciones. Cubrirse la piel con una dura coraza le permitía seguir mostrando al mundo aquella falsa realidad que vendía como humo, en la cual su hogar era un nido de amor incondicional y dónde los deseos de toda su vida se habían hecho realidad.

Al mirarse al espejo no solía reconocer a la mujer que se ocultaba tras los ropajes anchos y los kilos de mas. Su cara, antes fina y de rasgos marcados, ahora estaba adornada por un exceso de grasa que le creaba una sombra indeseable bajo el cuello. Sus ojos, antes vigorosos y llenos de ilusión, se encontraban llenos de angustia, cansancio, ojeras y bolsas, provocando que el intenso color turquesa de sus iris se viese apagado, impidiendo que destacasen y brillasen como antaño lo hacían.

Su torso había sufrido las modificaciones naturales causada por dos embarazos y el desgaste de una vida sin amor propio, haciendo que sintiese vergüenza de cada centímetro que escondían los blusones anchos y las camisas sin pinza. Esto había provocado que el invierno fuera su estación favorita, pues le permitía sentirse cómoda bajo las capas de tela. Cada día evitaba mas los momentos a solas frente al espejo, y prefería realizar su rutina de limpieza a escondida de su familia y de todo aquello que le reflejase su realidad.

Su marido hacía tiempo que no desvelaba los secretos que escondían sus pijamas y batas y sus contacto fśico era exclusivamente para aquellos besos fugaces que se daban delante de sus hijos al salir y llegar del trabajo. Aquello se había convertido en una rutina mas de su vida que ayudaba a esconder y ocultar las verdaderas emociones de ambos.

Sus piernas, antes motivo de adulaciones, se mostraban con la celulitis propia de la edad y el descuido. Aunque seguía siendo la parte de su cuerpo de la que mas sentía orgullosa, también evitaba mostrarlas y les dedicaba poco tiempo de su vida a atenderlas. Los dolores en las rodillas y espalda provocado por el peso extra de su cuerpo le hacía realizar con mas torpeza cualquier tipo de actividad, por lo que los zapatos con cualquier tipo de tacón, que tanto usó en su juventud, eran inexistente en su fondo de armario.

Gracias a que su hija estaba en plena adolescencia, a veces se permitía una sesión de manicura conjunta. Ella pensaba que compartir momentos como aquellos con su hija reforzaría el lazo maternal que las unía, como el que ella había tenido años atrás con su propia madre y con la que pudo contar hasta el momento de su muerte. Aunque también había un miedo que la asediaba con respecto a este tema. Su madre había sido una mujer criada en la españa de la postguerra, con una fuerte raíz hacia lo tradicional y el miedo al qué dirán con el que crecen las personas de pueblo, sin olvidar la mentalidad machista de la época. Fue por ello que, tanto ella como sus hermanas fueron criadas en ese mismo contexto, donde compartir tus intimidades e inquietudes de adolescencia con tus progenitores no era algo ni tan siquiera imaginable. Por aquella época había que seguir los esquemas establecidos por la sociedad y salirse de ellos ocasionaba una gran disputa familiar, como la que a ella misma le tocó vivir. Por esto mismo, quería criar a su hija fuera de estos cánones, donde la libertad y el poder de decisión fueran sus propias armas a la hora de formar su vida, y sobre todo, que no viviese bajo la resignación de lo que se suponía que le había tocado, como le pasó a ella.

Con respecto a su hijo menor, existía un miedo aún mayor en su interior provocado por la crianza que el padre le estaba otorgando. Era cierto que no era mal padre, pues la descuidaba mas a ella que a sus descendientes, pero también era palpable la mayor complicidad que tenía con el hijo varón, al cual le había inculcado desde pequeño sus propias aficiones, tales como el futbol y el apoyo al equipo de su ciudad, la pasión por los aparatos electrónicos y las tardes en el bar. Esto creaba que el muchacho estuviese desarrollando una personalidad muy parecida a la de su padre, y era precisamente lo que ella deseaba evitar. Era cierto que jamás le puso una mano encima y no era un hombre excesivamente machista, pero si había determinados aspectos indeseables a la hora de tratar con mujeres. No quería que su hijo fuese un mujeriego que no respetase a la mujer que decidiese amar. No deseaba para ninguna otra mujer la vida que a ella le había tocado vivir y por ello ella debía de hacer todo lo posible por inculcar en su pequeño la igualdad, el respeto y el amor hacia el prójimo.

Fuí, Soy, SeréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora