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2009.

La semana previa al cumpleaños de su hija no se hablaba de otra cosa en casa de Alicia. Clara se encontraba notoriamente entusiasmada con la llegada de su décimo quinto año de vida y así lo hacía saber a todos lo que estaban a su alrededor. Su alegría era transmitida a todos los miembros del hogar y el aire que se respiraba durante esos días era encantador. Valentín se esforzó durante esa semana en llegar pronto a casa la mayoría de los días para poder disfrutar del ambiente, así como de generar más complicidad con Alicia para elegir el regalo perfecto para su hija. Enrique, por su parte, y como buen hermano pequeño, se pasaba el día incordiando a su hermana con su encanto particular, pero no había nada que hiciese que Clara se enfadara con él.

Durante esos días, la vida de Alicia se tornó a ese espejismo que ella misma había creado de su familia ante los demás, y todos los pensamientos del pasado quedaron esfumados de su cabeza. Deseaba que aquel ambiente se quedase para siempre y que esa felicidad fuese el motor principal de su hogar.

Clara era una joven muy alegre y vivaz, pero también algo temperamental. Cuando algo se le metía en la cabeza debía de hacerse tal cual lo había imaginado, y esto le generaba en muchas ocasiones problemas con quienes le rodeaban. Había heredado la mirada de su madre, incluyendo el fuerte color turquesa con el que penetraba el alma de quien la miraba. Sus rasgos eran finos y poco desarrollados aún, pero la genética le tenía reservada unas bonitas caderas a juego con sus esbeltas piernas, al igual que a su madre en su juventud. Le gustaba llevar dejar su larga cabellera rubia suelta y lisa, siempre pasándose los dedos para comprobar que estuviera bien cepillada. El curso anterior había conseguido que sus padres le permitieran hacerse un piercing en la nariz por sus buenas notas, y cada poco tiempo solía comprarse un nuevo pendiente para lograr ir siempre a juego con sus conjuntos.

Cómo cualquier adolescente, Clara había preparado su fiesta de cumpleaños en una zona de ocio, donde los padres tenían prohibida la entrada y todos los invitados tenían menos de 16 años. Había pactado con sus padres que ellos la llevarían y recogerían en la puerta del centro comercial a una hora prudencial, pero que tendría autonomía durante las horas que permaneciera allí. Alicia había aceptado aquella súplica y aceptó recogerla, junto a sus primas, en la puerta del establecimiento a las 00.00.

Además, Clara había insistido en maquillarse para ir a la fiesta, por lo que su madre aceptó ayudarla a prepararse antes de ir. Alicia atesoró cada instante de aquel día, pues sabía que quedaba poco tiempo para que su hija siguiera necesitandola. Le gustaba compartir con ella sus inquietudes y nervios, y quería que aquellos instantes fuesen especiales para ambas. Además, ella sospechaba que en aquel cumpleaños, Clara tendría sus primeras experiencias en el amor, pues ésta llevaba algún tiempo actualizando sus perfiles en redes sociales con mensajes de joven enamorada, e incluso manteniendo alguna que otra conversación con sus amigas sobre el encuentro que tendría ese día con la persona que le gustaba. Alrededor de todo aquello también había encontrado estados algo confusos y de índole deprimente, pero Alicia lo achacó a los cambios a la propia adolescencia.

Una vez hubo dejado a los jóvenes en la puerta del centro comercial, Alicia decidió ir a realizar algunos recados para hacer tiempo hasta que tuviera que volver a recogerlos. Hacía tiempo que no se dedicaba una tarde a sí misma, y debía de aprovechar aquella ocasión. Había dejado a su hijo pequeño con su padre en casa, por lo que no tenía prisa por volver. Envió un mensaje a su marido para informar que volvería más tarde y se encaminó al centro de la ciudad, donde se encontraba la zona de tiendas y bares.

Tras terminar de hacer la compra semanal y cargar el coche, Alicia miró su reloj, percatándose de que aún quedaban varias horas hasta que tuviera que recoger a su hija y sus primas. Por ello de animó a pasearse por la zona de tiendas de ropa e intentar encontrar algún conjunto que le sentase bien. Cuando entro en una de las arterias principales de la ciudad, donde se encontraban la mayoría de tiendas de moda, se dio cuenta enseguida de algo que la hizo sentir incómoda. Todas aquellas tiendas tenían una cosa en común, aparte de ser todas firmas de una misma empresa. En su interior solamente encontraba chicas jóvenes, de cuerpos normativos y vestimentas similares. Se quedó parada frente al escaparate de una de las tiendas, donde se vio reflejada en el espejo a la vez que observaba aquellos maniquíes, con medidas imposibles y poses antinaturales, luciendo con gracia conjuntos que ni en sueño ella podría llevar. Sabía que su época de juventud había pasado, pero en cierto modo anhelaba la sensación de seguridad que la juventud le hacía sentir. A pesar de todo lo que ocurrió a su alrededor en el pasado, se quería más entonces de lo que se respetaba en esos momentos.

Sus pasos continuaron llevándola hacia ninguna parte, paseando frente a tiendas en las que no entraría por miedo a sentirse peor. Finalmente acabó adentrándose en la única tienda de tallas grandes que había en todo el centro. Desde que tuvo a su segundo hijo se vio resignada a vestir con ropa de esta marca que, aunque tenían tallas grandes, eran ropajes sin vida, oscuros, amplios y con poca gracia. Desde antes de los 30 vestía con ropa de señora mayor.

La noche se le vino encima mientras tomaba un café. La cafetería en la que se encontraba estaba situada frente al edificio donde antaño había trabajado. Desde el ventanal del establecimiento podía ver el portal por el que años atrás pasaba a diario, y que tantos secretos le había guardado. Le sorprendió ver lo antiguo que parecía el edificio junto a otros en nueva construcción de la zona, sobre todo teniendo en cuenta que, cuando ella entró a trabajar allí, aquel era el edificio más moderno de la ciudad.

Perdida entre sus pensamientos no se dio cuenta de que la hora se le echaba encima. Cuando miró su reloj apenas quedaban 40 minutos para la hora en la que había acordado recoger a su hija. Pagó la cuenta, cogió las bolsas que contenían un par de blusas que se había comprado y comenzó a deshacer el camino andado hasta llegar al coche. Cuando llegó a la puerta del centro comercial faltaban 10 minutos para la hora estimada de recogida, por lo que se bajó del coche y decidió adentrarse en el establecimiento. Su hija había quedado en que iría al cine y cenaria con sus amigos, todo ello en la segunda planta del centro comercial. Alicia cogió su teléfono y se dispuso a llamar a su hija para verificar donde se encontraba, pero antes de que el teléfono diera tono, una visión la hizo colgar.

Estaba situada cerca de las escaleras mecánicas, aunque escondida de la mirada de quienes bajaban por una columna. Aún así Alicia pudo ver como el grupo de amigos de su hija bajaban todos juntos, menos Clara, que iba algunos metros por detrás de la mano de una chica. En principio aquello no le asombró , pues era algo que acostumbraba a hacer con sus amigas, pero en medio de la escalera la chica que acompañaba a su hija se inclinó sobre su hija y le dio un tímido beso en los labios, el cual Clara respondió. Alicia se quedó paralizada ante la sorpresa y no supo responder a lo que acababa de ver. Realmente nunca se había imaginado aquella situación, por lo que nunca se preparó para aceptarlo. No sentía rechazo, pero tampoco era algo que no le importase. Un mar de sentimientos encontrados se infiltraron en su cuerpo y un nudo se le creó en la garganta. Por un instante tuvo ganas de llorar, pero sabía que debía de tomar una decisión más madura, especialmente por el bien de su hija.

Se aseguró de que nadie la viese y salió del centro comercial apresuradamente. Entró en el coche y esperó unos minutos antes de llamar a su hija, intentando aparentar normalidad.

-¿Si? ¿Mamá? - respondió Clara al otro lado de la línea.

- Hola cariño- respondió Alicia algo apresurada - estoy fuera aparcada, a la derecha de la salida. Os espero aquí

- Ehhh, vale.. - Alicia notó algo de nerviosismo en la voz de su hija. ¿Tal vez por miedo a que averiguara algo? - salgo enseguida -tras decir esto colgó.

Mientras esperaba, por su mente pasaron miles de escenarios posibles, entre los que estaba que aquello fuese sólo un juego de chicas y que no significase nada. No sabía hasta qué punto aquella situación le afectaba y si quería aceptarla. ¿era mala madre por no haberse planteado nunca que su hija fuera homosexual? ¿ Estaba siendo esclava de las convicciones sociales o realmente ella no lo aceptaba? ¿ Sería sólo una fase?¿Afectaría esto a su hermano? ¿Su marido lo aceptaría? La verdad es que era algo que jamás había hablado con Valentín, ya que no pasaba que sus mentes que aquello pudiese suceder en su familia. Se sentía defraudada, pues si salía a la luz, aquella visión de familia perfecta que intentaba mostrar a los demás se vería comprometida. ¿ Que iba a pensar la gente de ella? Algo estaba claro en todo aquello, y era que Alicia amaba a su hija por encima de todo, aunque en ese preciso instante la felicidad de su hija no era su preocupación, si no más bien un motivo de duda. ¿ Su hija estaba segura de lo que hacía? Tal vez tendría que tener una charla con ella.

Sus pensamientos fueron cortados cuando la puerta del coche se abrió para dar paso a su hija.

Fuí, Soy, SeréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora