"Me parece raro"

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"Me parece raro"

-Explícame de nuevo, Elsa, ¿por qué es que vamos a cenar con la Mechita a la casa de la Bárbara? – preguntó Horacio a su mujer mientras se sentaban en el auto.

-Vamos a cenar con Bárbara y Mechita en la casa de Bárbara – Elsa suspiró tragándose esa continua distracción de su esposo que lo hacía re-preguntar muchas cosas. Algunas por simple desatención, otras por ser fiel a las estructuras que su padre le había enseñado – Mercedes está acompañando esta semana a la Bárbara porque su esposo está en Santiago...

-Me parece raro que el papá la haya dejado ir – comentó Horacio girando en la esquina siguiente.

-Me parece raro que pienses que tu papá tiene algún poder sobre la Mechita – fue la respuesta de su esposa – es una mujer adulta y con libre albedrío.

Horacio sonrió leve, pero audiblemente - diría que no conoces bien al papá, Elsa, a Ernesto Möller nada lo detiene, ni siquiera sus hijos – el hombre se rascó la cabeza – me parece raro porque sé que al papá no le gusta la amistad de la Mechita con esa mujer.

-No veo por qué, pero bueno – Elsa reflexionó – Bárbara es inteligente y moderna, generosa y buena persona, creo que es una excelente influencia para la Mechita – observó a su esposo por un momento, haciendo que él la mirara con curiosidad - ¿a ti que te parece esa amistad? – preguntó.

El hombre se cuadró de hombros – no le veo nada malo.

-¿Y ya?

-Y ya – dijo con simpleza mientras frenaba en una esquina para dejar pasar a un peatón. De inmediato, cambio de tema tranquilamente.

Unas horas más tarde, la reunión transcurría especialmente calmada y risueña. A Horacio se le habían olvidado las manías de su padre contra Bárbara después de la segunda copa y un poco de conversación. Se sentía a gusto acompañando a las mujeres y su esposa estaba feliz, hasta muy cariñosa con él. Los cuatro se sentaron frente a la mesa del café y hablaron de literatura, poesía y pensamientos de la época. Para un hombre hecho a la antigua, pero que renegaba de esa vida que tendría que tener porque distaba mucho de la que tenía, ver a su hermana argumentar a favor de pensamientos completamente fuera de lo convenido era como un placebo mejor que cualquier cosa. Hoy no sé sentía tan diferente a su hermana.

-Mercedes – dijo Bárbara en un momento - ¿qué tal si les servimos café o enguindado a nuestros invitados?

-Me parece maravilloso – dijo esta – vamos, te ayudo a prepararlo – dijo tomando de la mano a Bárbara y alejándose con ella hacia la cocina.

A Horacio las manos juntas le llamaron la atención, pero recordó la cantidad de veces que Elsa, Augusta o Mercedes se tomaron de las manos desde que eran unas pequeñas. No le puso mayor interés. Hay asuntos a los que no hay porque darles vueltas.

Elsa había estado observando la reacción de su marido, mientras era consciente del gesto de las mujeres, preguntándose si Horacio era víctima de  otra distracción, de la costumbre o si solo se negaba a ver.

En la cocina, olvidando el café por unos minutos, Bárbara besaba profundamente a la mujer que amaba. Casi tan profundamente como ese amor que sentían. La invadía con su lengua, sin importarle los invitados o el retraso. Mercedes la obligó a girar y tomó el mando de la situación apretándola contra la mesada. Enredó su lengua con la de Bárbara, con la humedad del impacto jugando entre ellas. Recrudecieron un beso casi fatal para sus sentidos, mientras las manos de Bárbara buscaron la espalda baja de Mercedes.

-¿Necesitan ayuda? – preguntó Elsa desde la sala.

Se separaron con una risa entre dientes, cómplices y divertidas, meneando la cabeza con un "No" silencioso, que al cabo de unos segundos Mercedes explicitó verbalmente. Se dedicaron al café y las copas para el enguindado. La adrenalina de lo prohibido era una adicción, pero no era tan intenso como el amor que sentían la una por la otra. 

El momento más felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora