El recuento de algunos de los momentos más felices, hasta ahora...

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El recuento de algunos de los momentos más felices, hasta ahora...

Mercedes y Bárbara llegaron a la casa de Estela casi de madrugada. No sé apuraron demasiado en pedir socorro para trasladar las valijas. Un taxi salido de la nada fue su mejor opción. Cuando alumbraron la casa, el abandono era notable, pero ellas se concentraron en dejar en orden al menos un par de habitaciones. La sala con su chimenea, un dormitorio con su aseo y la cocina. Lo básico, lo imprescindible. No es que no quisieran dejar esa casa impoluta, sino que aquel era un refugio provisorio.

Despojadas del temor de ser oídas, se brindaron a la gracia de decir en voz alta lo que habían murmurado varios días. Ese mismo sábado, desde Puerto Saavedra, a tres horas de Temuco, salía un barco hacia aguas del hemisferio norte. Bárbara era consciente que su situación con Nicanor era, mínimo, complicada. Por no decir, ilegal. El adulterio seguía siendo un delito y ella había sido infiel al comisario. Tarde o temprano, viendo el poco criterio que Nicanor había mostrado, estaba claro que la denunciaría.

Así que, adelantarían a los acontecimientos y, casi como si se tratará de una pedida de matrimonio, Bárbara se había arrodillado y le había pedido a Mercedes de una manera casi Shakesperiana que la acompañara en una travesía que no tenía un regreso asegurado, pero si una vida tranquila en un nuevo puerto. Madrid, España. Sonaba lejano cuando lo decían, pero allí nadie las conocía y podrían empezar de cero.

Hicieron el amor en esa casona de la serranía. Hicieron el amor en casi cada rinconcito que se permitieron invadir. En la habitación, en la cocina, en la sala, hasta en el aseo. Era tal la adrenalina del libre albedrío que daba la clandestinidad, que se sentían arrastradas a rozarse, a acariciarse en el anonimato de una casa que siempre estaba vacía, pero que por unos días había sido la fuente del cuchicheo de algunos testigos que vieron las luces encendidas y las ventanas abiertas. La tía Estela supo que las chiquillas desaparecidas estuvieron en su casa, algunos años más tardes en otras circunstancias, porque los cotilleos de los vecinos nacieron y murieron entre la gente del pueblecito. Murieron casi el mismo día en que las luces se apagaron y la puerta de la casona se cerró por un buen tiempo.

Encaramadas en la cubierta del barco, sintieron el viento en sus mejillas y la clandestinidad se hizo vida repiqueteando en forma de llovizna. Aquel viaje fue largo y lleno de puertos a los que llegaban por pocas horas, pero fue el puerto de la Bahía de Cádiz el encargado de darles la bienvenida oficial al viejo mundo. De ahí en tren a Madrid. Del tren a un pequeño hotelito. En poco, instaladas en un piso de alquiler en el centro de la ciudad, ambas trabajaban en el mismo colegio y eran las amigas recién venidas de Chile que vivían juntas. Nadie preguntó. Nadie quiso saber mucho más.

En Villa Ruiseñor, Ernesto Möller pasó más de doce años atormentado con la idea de que había enviado a su hija al exilio. Enorme fue su sorpresa cuando su gran amigo, el Juez Valenzuela Iriarte, le reclamó no haberle contado nunca que su hija menor era la directora del Institutos de Letras y Literatura más reconocido de Madrid. Hizo acopio de su mayor talento para fingir normalidad y escuchó de su querido amigo su paseo por el Retiro con Mechita y su amiga, la profesora Román. Hizo acopio de toda su capacidad para no pedirle mayores datos y esconder todo el asombro que le había causado la noticia. Lo hizo muy bien porque el Juez no notó absolutamente nada y se marchó recomendándole visitar a su hija más seguido, sin saber, en absoluto, que Ernesto Möller no sabría a donde ir a buscar a Mercedes si llegará a Madrid. Manejó su coche sin escuchar los consejos de Estela sobre la velocidad y llamó a la puerta de su hijo mayor, Horacio. El único que siempre le aseguró que Mercedes estaba bien.

-¿Está en Madrid? – preguntó cuándo Horacio lo miró a los ojos al entrar en su casa - ¿la Mechita? ¿Está en Madrid con la mujer del comisario?

El momento más felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora