"Tengo que pensármelo"

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Con estos capítulos que vienen si que me tiró a la pileta... XD Pero es que no pude evitarlo. No me odien, please! Tampoco me abandonen...


"Tengo que pensármelo"


Ese día – 10:30 de la noche – Una casa de Villa Ruiseñor

-Horacio... ¿Qué haces tú aquí?

-Necesito tu ayuda...

-¿Pasa algo?

-Necesito contar con tu discreción y que vengas a la casa conmigo...

-¿A estas horas?

-Sí, es muy importante...

10:48 horas – Casa de Horacio

-¿Qué tanto apuros tienes, Horacio?

Mercedes abrió los ojos como platos al ver a su hermano acompañado por esa mujer, justo esa mujer - ¡Horacio! ¡ESTAS LOCO! – vociferó con espanto - ¿Qué está haciendo la Augusta aquí? –preguntó imaginándose que tendría que salir corriendo hacia quién sabe dónde, que la separaban de Bárbara y la llevaban a un lugar a donde no pudiera verla más.

-¡Mercedes! – el espanto de Mechita se doblegó ante el de Augusta, que fue muy superior. Una mezcla de terror, escepticismo y aversión, que se quedaron marcados en las arrugas de su semblante - ¿Qué está haciendo la Mechita en tu ca...? – iba a preguntar lo evidente y lo sabía. Se detuvo porque no quería tener esa pinta de crédula que estaba a punto de dejar ver – fuiste tú – sentenció mirando a Horacio – tú las ayudaste ese día...

-Sí, yo las ayude – Horacio mantuvo su voz firme, aunque por dentro le quemaba la decisión que había tomado – yo las ayude a escapar y las escondí todos estos días.

-¡Tú estás loco, Horacio! – Augusta comenzó a ensayar su postura de indignación habitual - ¡ellas están enfermas! ¡Necesitan ayuda!

-¡No, no, no! – la voz de Horacio tronó de una manera que ni Augusta ni Mechita habían oído jamás – No están enfermas, Augusta, deja de hablar por las estupideces que te dice mi hermano Carlos, ten tú propio criterio, mujer.

-Pero el tío Ernesto... - quiso defenderse la mujer, pero fue interrumpida por Horacio.

-El papá es un viejo, Augusta, está hecha a la antigua, pero tú eres una mujer joven, una mujer que puede pensar por sí misma – Horacio serenó su voz al ver la mirada de confusión que tenía su cuñada – yo lo sé, lo sabe la Mechita, eres muy fuerte para aguantar a ese huevón de mi hermano – la tomó de lo hombros para confortarla – si puedes soportarlo a él – Horacio tragó saliva – y a mí a veces, es porque eres mucho más mujer que lo que muestras siempre...

Augusta meneó la cabeza, confusa, vacilante – pues estarás equivocado entonces – balbuceó – yo no soy una buena mujer, ni mucho menos una mujer fuerte... no tienes idea de todo lo que he hecho...

-Sí que lo sé – respondió Horacio – sí que lo sé... ¿acaso te olvidas con quién hablas?

Mercedes sintió que en aquella mujer temblorosa había poco de Augusta y mucho de alguien que desconocía – Augusta – se acercó sin tocarla – nosotras crecimos juntas, ¿recuerdas?, nos recostamos en el sillón de la casa de la Elsa a escuchar los discos de Don Armando sin que nadie lo supiera, ¿te acuerdas? - la mujer solo frunció el ceño aguantando – escuchábamos a Antonio Machín y bailábamos las tres con Aquellos ojos verdes – Mercedes no pudo aguantar la nostalgia y la dejo fluir en forma líquida – y soñábamos, soñábamos con un amor lindo, uno que nos quiera, como se querían en esas canciones – Augusta sonrío suavemente – un amor que nos quisiera tanto, tanto que fuera hasta mucho – Mercedes miró al amor de su vida y se sonrieron mutuamente – eso es la Bárbara para mí, Augusta – confesó con firmeza – el amor que siempre soñé esas tardes contigo y con la Elsa...

-Pero es una mujer – replicó Augusta.

-¿Y qué hay con eso? – preguntó Mercedes – me ama como no me amó nadie nunca.

-No es natural...

-¿Por qué lo dice Ernesto Möller? ¿O las señoras agrietadas que dicen saber de moral por ser viejas? – rebatió Mechita – ¿o el cura de la iglesia? Ese mismo que se enamoró de una chica del pueblo...

Augusta encendió un cigarrillo, visiblemente nerviosa – no es como me criaron, tienes que entenderlo, Mechita.

-¿A qué le tienes tanto miedo, Augusta? – preguntó Bárbara.

-¡Ya no tengo miedo a nada! – se defendió.

-Si, hay algo a lo que temes muchísimo – siguió la profesora – quizás, sea miedo a entender que hay más de lo que tus padres te enseñaron o lo que la sociedad te dice que tendrías que hacer.

-Tú no sabes nada de mi vida, pervertida – Augusta soltó el insulto sin mucha confianza y fue evidente que Bárbara tenía razón.

-Puede ser..., pero se de miedo – Bárbara continuó sin amedrentarse ni caer en el juego del gato y el ratón – sé que es tener miedo a lo desconocido, a arriesgar todo lo que tienes para dejar de consentir lo que no quieres, miedo a luchar por lo que sientes que deberías sentir, miedo a enfrentarte a las costumbres, pero sobre todo a tus propios prejuicios.

-¿Qué esperan? ¿Qué las aplauda por ser más valientes que yo? – preguntó irónicamente Augusta-  ahorrense el discurso... 

-No, sólo que nos ayudes – Horacio le respondió por las mujeres – o, si es que me equivoqué pensando que en el fondo de tu corazón aún quedan buenas intenciones, que al menos rescates algo de aprecio y no digas nada.

-¿Y por qué debería ayudarlos? – Augusta se resistió a acatar el pedido del hombre – te olvidas que yo las delate en primer lugar... ¿qué te hace pensar que no saldré de aquí directa a decirle al tío o al Carlos?

Horacio meneó la cabeza y sonrió – que sé bien que tú no eres así, Augusta – dijo – que sé que quieres quedar bien con el papá, pero que cuando paso todo eso en la carretera, cuando viste a la Mechita llorar desesperada en el camino de vuelta a la casa, sufriste tanto como ella, tanto como yo...

-No sé de qué hablas – retrucó la mujer.

-Si sabes – afirmó Horacio – lo sabes bien porque sabes que te conozco bien también y estoy seguro que no me equivocó contigo, por mucho que pelees en contra.

Augusta se acercó a la puerta – esperas demasiado de mí...

-Si no lo haces por ellas, hazlo por mí, por favor – le pidió Horacio.

Augusta tomó aire antes de salir y escapó diciendo – tengo que pensármelo.

Mercedes se acercó a su hermano – Horacio... hay que detenerla – pero ella se detuvo cuando su hermano le acarició el brazo dulcemente.

-No va a decir nada – dijo simplemente y se marchó de la sala, por las escaleras.

El momento más felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora