"Habrá que ponerle remedio a eso"

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"Habrá que ponerle remedio a eso"

Mercedes daba vueltas por la habitación. La llamada de su padre a Horacio la habían puesto nerviosa. Bárbara llamó su atención reteniendo su mano en una de las tantas pasadas.

-Tranquila Mercedes, todo va a ir bien – le dijo acariciando suavemente la piel del dorso de su mano.

-No sé, Bárbara, no sé – respondió la joven con angustia - ¿qué habrá querido mi papá para llamarlo tan urgente al Horacio, eh?

-¿Cómo puedo saberlo? – le contestó la otra mujer - ¿Cómo podríamos...? Tal vez solo quiera hablar con él sobre alguna cosa...

-Sobre nosotras, seguramente – interrumpió Mercedes.

-Puede ser, es posible, pero no lo sabemos y no podemos dejar que la ansiedad nos gané, ¿bueno? – Bárbara besó la frente de Mercedes y de alguna manera consiguió contenerla – no podemos, tenemos que confiar en Horacio.

Mercedes tragó saliva, sintiéndose una chiquilina – tienes razón, perdóname mi amor – la abrazó sosteniéndola contra sí – de alguna manera, siempre logras hacerme sentir mejor.

Bárbara le sonrió al separarse – eso es porque tú eres lo más importante para mí – Mercedes sonrió al oír sus palabras – y tu felicidad es la mía – explicó – si te sientes mal o nerviosa, yo también me siento así.

-¿Qué más siento ahora mismo? – Mercedes apoyó la mano de Bárbara en su corazón.

Bárbara sonrió de medio lado – ¿amor? – Mercedes la miró mostrando su sorpresa por la duda que manifestó la mujer – amor – afirmó entonces Bárbara corrigiéndose.

-Y mucho más – agregó Mercedes sonriendo sugerentemente y mordiéndose el labio inferior.

Las fosas nasales de Bárbara se expandieron de todo el aire que dejo pasar al verla hacer ese gesto – pareces un poco loquilla, mi amor – le dijo, pero acercándose más a ella – hace un momento preocupada y ahora tan atrevida – apuntó con una sonrisa.

-No parece que eso te moleste – le respondió Mercedes – de hecho, queda solo la ropa entre nosotras – comentó notando como el cuerpo de Bárbara se pegaba completamente al suyo.

-Habrá que ponerle remedio a eso – dijo la mujer, mientras desabrochaba la chaqueta de vestir de Mercedes, haciendo lo propio con la camisa y sintiendo el frío leve de la habitación de invitados en su propia piel al quedarse sin ropa.

Al fin y al cabo, pronto serían libres de amarse cuando quisieran, pero ahora eran presas de esa habitación, de esa casa, y de las ganas que las envolvían, tanto como ellas se envolvieron mutuamente. Hicieron el amor durante horas, sin pensar en ser interrumpidas. Como aquel invierno en que el destino les regalo una chance de vivir lo que no les estaba permitido. Hoy, ellas tomaban esa chance y, con ayuda de las personas que las querían de verdad, incluso, lo podrían convertir en una realidad.

Mercedes gimió desahogadamente cuando Bárbara se obsesionó con llevarla al orgasmo entre sus piernas, lamiendo su sexo y pellizcando sus pezones. Gritó su nombre, sin temor a ser escuchada como otras veces, en el momento en que su sexo explotó en sensaciones húmedas y calientes. Ella misma, luego de recuperar el aliento, entendió las obsesiones del amor de su vida y se recreó en su cuerpo como si fuera el manjar más sabroso del universo. Y luego, despedazó todo ese aplomo que la caracterizaba, tomándola con esa suavidad propia que caracterizaba la conexión que tenían. Esa suavidad que sabía que a Bárbara la mataba y le daba la vida por partes iguales. La mataba porque quería ser poseída, le daba la vida porque lo era, pero en un ritmo tan lento y medido que cada roce podía sentirse en cada poro de la piel, en cada espasmo que daba su cuerpo.

Cuando se saciaron, se durmieron abrazadas. Y la noche cayó, despertándolas. No porque el descanso fuera suficiente, sino porque Horacio llegó a la casa y llamó a las mujeres para conversar. Se vistieron y bajaron a la sala.

-¿Qué sucedió, Horacio? – preguntó Mercedes - ¿qué quería el papá?

-Saber las novedades, está como un loco tratando de localizarlas, pero completamente errado, para nuestra suerte – explicó el hombre – Carlos está seguro de que ya deben haber abandonado el pueblo y el papá también lo empieza a creer.

-Eso significa que tenemos una oportunidad de salir de Villa Ruiseñor – afirmó Bárbara.

-Puede..., pero necesitaremos una excusa para ir a Los Ángeles sin que sea sospechoso delante del papá o de cualquier persona – dijo Horacio – si fuera a Chillán podríamos decir que voy a visitar a la tía Estela, pero al sur... ¿por qué iría al sur?

-No tengo idea, Horacio – Mechita no escondió su temor y Bárbara volvió a tomar su mano – ¿y si vamos para Chillán y de ahí a Los Ángeles?

-Siguen los controles del comisario en esa ruta, por la ayuda humanitaria con lo del terremoto – Horacio recordó lo que decían por la radio. Sería arriesgado, habiendo una ruta más directa.

-¿Ir por negocios? – preguntó Bárbara.

-No..., nunca vamos el Carlos... - entonces Horacio pareció recordar algo – bueno, hay alguien que va para allá, pero no creo que te vaya a gustar mucho pedirle ayuda – explicó luego de la pausa – aunque ahora mismo no veo otra solución.

-¿De quién estás hablando? – preguntó Mercedes.

Pero su hermano se marchó por la puerta igual que vino, asegurándole antes de salir que había cosas que era mejor no saber hasta que no fuera completamente necesario.

El momento más felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora