"Negocios son Negocios"

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Otro en que me tiró a la pileta...


"Negocios son Negocios"

Ese día – 11:47 de la noche – Una calle de Villa Ruiseñor

Augusta creía que vagaba, simplemente. Sin un destino fijo. Saliendo de la casa de Horacio pensó en ir a ver al tío Ernesto a la hostería o la casa y contarle todo. Delatar, otra vez, a la Mechita y su amiga pervertida, pero por alguna razón no había podido. Se había encaminado sin rumbo, sin volver a su propia casa. No sentía la necesidad de regresar, necesitaba tiempo para pensar. O para no pensar. Su hija estaba en las manos que siempre la cuidaban y eran las mejores en las que podían estar. Es decir, no en las suyas, ni en las de Carlos.

Caminaba pensando, apenas, que caminaba por caminar. Para no llegar a ningún lugar en concreto, pero se encontró con la Casona delante. La observó con intriga. ¿Qué la había traído hasta aquí? Dentro había putas y, seguramente, su marido. Su marido con alguna de esas atorrantes que le calentaban la cama mejor que ella. No, no había llegado hasta allí por su marido. A la izquierda de la puerta, en la oscuridad de un punto ciego, el brillo de un cigarro que era sorbido silenciosamente la espantó.

-¿Augusta...? – una voz sonó surgió desde ese punto, una voz que conocía.

Augusta caminó apagadamente para encontrarse con la mujer que le hablaba desde el rellano, sentada sobre la pared de un ventanal y, aun así, en la naturalidad de ese gesto tan cotidiano, viéndose sugerente. El cigarrillo siseó en los labios bien pintados.

-Laura... - dijo ella a manera de saludo.

-¿Qué haces aquí? – preguntó la exuberante morocha – Carlos no está...

-No te apures en taparlo – la interrumpió Augusta – si no está en casa, es porque está aquí... y por la casa no pasa mucho tiempo.

-Bueno, seguramente tengas razón, sin embargo, no lo he visto – se justificó la otra mujer.

-Da igual, no venía para verlo a él – miró despectivamente la puerta enorme de aquel vistoso lugar – quién sabe con qué chúcara andará metido ahora.

-No conmigo, desde luego – expuso La çtongolele, como era más conocida.

-¿Ya no te interesa mi marido? – cizañó la peluquera con mucha ironía y poca gracia.

-Y nunca me ha interesado, negocios son negocios, pero yo prefiero cantar – hizo un ademán ofreciéndole un sitio a su lado a Augusta – prefiero cantar toda la noche a capella que acostarme con quién sea.

La peluquera se sentó y mantuvo en silencio unos segundos, mirando la nada. Pensando. Finalmente, recobró el sentido y dio una opinión que, quizás, no le pedían, pero la dio de todas maneras.

-No creo que sea tan rentable como cobrar por... - Augusta busca una expresión no tan descarada – acompañar a un caballero.

-O a una dama – Laura sonrió de medio lado – o... a ambos...

Augusta se removió incomoda – ¿sacas el tema para importunarme o solo eres muy graciosa? – se encendió un cigarrillo y, contrario a su habitual indignación, no hizo ningún amago de marcharse ante la insinuación de su compañera casual.

-No pensaba que el recuerdo de lo que paso fuera a desgraciarte tanto la noche – Laura sonrió sinceramente – no recuerdo verte pasarla tan mal.

-¡Ay! Ya, ¿no? – Augusta le dio un golpecito a la mujer en el hombro - ¿quieres dejar de hablar de eso?

-Quiero – fue la respuesta de Laura -, pero me tendrás que contar que es lo que te trajo tan pensativa hasta esta noche.

El momento más felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora