"Yo ya estoy en casa"

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"Yo ya estoy en casa"

Horacio y Augusta esperaban la salida del tren a Temuco. Las muchachas habían comprado sus billetes unas horas antes y, luego, se habían dedicado a pasear con los dos niños por el parque cercano. Mientras tanto, ellos dos estuvieron haciendo las diligencias que correspondían: Augusta compró algunas cremas y shampoo que no necesitaría todavía y Horacio se encargó del vino para el subordinado del comisario. Cenaron apaciblemente, un poco temprano, en un pequeño antro en la esquina de la estación de tren. Todos juntos, por un tiempo.

El tren se ponía en marcha y los pequeños buscaban a la tía entre las ventanillas del armatoste de hierro.

-Creo que la tía no estará en este lado del tren, Benito – explicó Horacio poniendo el auto en marcha y manteniéndose quieto.

-¿La tía se va lejos? – preguntó el mayor de los Möller más pequeños - ¿no la voy a ver más?

-No, se va de paseo con la tía Bárbara, por un tiempo – le contestó su padre, más por deseo que por certeza – luego volverá y los cuidará como siempre.

-Yo la quiero mucho a la tía Mechita – explicó el niño mirando con indecisión al tren – y la tía Bárbara es muy buena.

-Sí, pero tienes que acordarte, Benito, lo que le prometiste a las tías, ¿eh? – le recordó Augusta.

-Sí, tía Augusta, nunca decir que se fueron en el auto con nosotros, ni en el tren – repitió el niño como si se tratará de una oración – o la policía me va a llevar – dijo con miedo en los ojos.

La vieja historia de la policía nunca fallaba con los niños. Augusta y Horacio se miraron – muy bien hijo, eres un buen niño – dijo su papá.

-La tía Mechita la quiere mucho a la tía Bárbara – afirmó, de repente, Benito y su hermanito apuntó que si con la cabeza, ya sea por seguir el gesto de su hermano o por estar de acuerdo. A esa edad, difícil saber.

-¿Por qué dices eso? – le preguntó Augusta.

-Porque siempre le da la mano y la abraza – dijo el niño – o le da besos en la carita...

-¿Dónde en la carita? – quiso saber Horacio.

-Aquí – el niño se señaló la frente y también las mejillas – y aquí también – luego de una pausa agregó – le dice cosas lindas también.

-Sí que eres un pícaro tú, ¿no? – afirmó Augusta tocando la nariz del niño y haciéndolo reír – la tía Mechita la quiere mucho a Bárbara, igual que quiere mucho a tu mamá o a ti.

-¿Y a ti? – preguntó el niño.

-Bueno, no sé si tanto, pero imagino que un poco me quiere – respondió ella.

-Tía... ¿tú quieres a mi mamá tanto como la tía Mechita a la Bárbara? – quiso saber el niño, inocentemente.

-No – Augusta sonrió abriendo los ojos ante la idea – para empezar la mamá no me quiere tanto y no creo que quiera decirme cosas lindas como hacen las tías – Horacio y ella se rieron en voz alta.

El tren comenzó a moverse y Horacio centró su mirada en la marcha pausada que llevaba. No podía evitar sentirse preocupado por su hermana. Augusta se unió a su preocupación.

-¿Crees que estarán bien? – le consultó su cuñada mirando lo mismo que él.

Horacio se hacía la misma pregunta, pero sintió alivio al ver el tren marcharse, sintió sosiego – sí, seguro que sí, ahora estarán lejos de quienes quieren lastimarlas y separarlas.

El momento más felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora