Mi madre me abrazo por octava vez, llorando a más no poder. Yo correspondí el abrazo con el mayor de los cariños posibles, mi hermana pequeña de seis años nos abrazo ambas por los pies. Intente no volver a llorar, no debía seguir deprimiendo a, Catherine, mi pequeña hermanita. Mudarme a Londres con mi tía me proporcionaba una escapada de la realidad, una adiós a la oscuridad en la que he estado viviendo desde la muerte de mi padre. Temía por Catherine, temía que no pueda seguir adelante, que mi madre se meta en su oscuridad y abandone a mi hermana.
-Todo estará bien…- susurro mi madre en mi oído, alentándome- Cuidare de ella como lo hice contigo estos últimos dieciséis años.
Asentí levemente, mordiéndome el labio para no llorar.
-Catherine…- hable arrodillándome frente mi hermanita- Mama cuidara de ti y yo llamare siempre que pueda, todo estará bien… lo prometo.
Sus pequeños ojos grises brillaron al oír mi promesa, luego me abrazo y me di un calado beso en la mejilla.
-Las quiero- fue lo unico que pude decir.
Me di media vuelta, conteniendo las lágrimas y me dirigí hasta la puerta de abordaje. No voltee hacia atrás, sabía que si lo hacía no podría irme. Subí al avión por primera vez en mi vida, me abroche el cinturón y mire por la ventana, sollozando en silencio, despidiéndome de mi querido pueblo estadounidense.
El vuelo fue rápido, pese que me la pase llorando y deseando volver a mi pueblito. La voz de mi madre se repetía en mi cabeza: “debes irte, no quiero que tu también te quedes en este insignificante pueblito. Ya tienes dieciséis… ha llegado la hora de marcharte” Me auto prometí que jamás olvidaría de donde vengo y de mi dura historia, de la muerte de mi padre y de mis luchadores mujeres.
Pise por primera vez territorio ingles el sábado a las cuatro y media de la madrugada. Era de noche y el cielo estaba encapotado, algo que no me sorprendía para nada. Tome mi valija con la mirada perdida en los brillantes carteles, asombrada de la cantidad de propagandas de perfumes y cosméticos que colgaban. “Estas en una ciudad cosmopolita, todo será así” Me dije a mi misma para tranquilizarme.
-¡______! ¡Por aquí!- Chillo una señora a varios metros detrás de mí.
Me voltee y efectivamente alli estaba la Marine, o mi tía. Resultaba extraño decirle “tía” a la mujer que se olvido por completo de mí cuando su hermano o mi padre murió. Al principio la odie por querer llevarme a otro continente para comenzar una nueva vida, abandonado a mi familia. Pero después comprendí que también había sido duro para ella la muerte de su mellizo y que ahora, quería arreglar las cosas dándome una nueva oportunidad de vida.
Tome mi valija y camine hasta ella, nos quedamos quietas mirándonos fijos sin saber exactamente qué hacer. ¿Nos abrazamos? ¿Nos sonreímos? ¿O simplemente nos sonreímos y mantenemos una fría relación?
Ella me abrazo fuerte.
“Nos abrazamos, entonces”, pensé.
-Oh, ______, gracias por aceptar mi oportunidad- dijo con su chillona voz.
-No te preocupes, enserio- conteste cortésmente.
Marine tomo mis valijas y comenzó a hablar sobre lo mucho que me había extrañado los últimos años. Me pidió perdón, por decimo cuarta vez y dijo que jamás volvería a alejarse a así. Yo la consolé diciendo que a todos nos puede suceder y que tampoco había sido fácil para mí seguir adelante.
Subimos a su nueva camioneta de lujo color blanco y comenzamos el viaje hasta el apartamento en el centro de Londres. Marine era médica y tenía una gran fortuna, un bello pent-house en un lujoso edificio. Pero era soltera y muy solitaria, lo que la hizo darse cuenta que necesitaba a alguien viviendo con ella y la afortunada esta vez, fui yo.
Nos invadió un aterrador silencio, ella sumergida en la carretera y yo mirando por la ventana mi nueva cuidad. Era realmente bonita y extraordinaria, una ciudad con una gran historia y belleza. La cuidad me sentaba bien y eso era una gran señal. El lunes comenzaría la secundaria y eso sería un camino difícil hasta que me acostumbrase a la rutina y a la falta de mi verdadera familia.
-Estas realmente bonita- me alego, sacándome de mis pensamientos. Por el tono en que lo dijo, supe que no lo decía en los mejores de los sentidos. Claramente yo era una muchacha que tenía otras cosas en la cabeza antes que la ropa y Marine se sorprendió de que pudiera ponerme un jean y una camisa a juego y que tenga mi bonita cabello cuidado. Y por eso, me ha alagado.
-Gracias, tu también- Conteste cortésmente.
Luego de largos minutos llegamos a su casa donde me ayudo a bajar mis valijas y entrar al lujoso pent-house. Estaba decorado con los últimos muebles de la generación, un toque arquitectónico súper chic y una gran vista a la bella cuidad.
-Por aquí está tu habitación…
Me guio por un largo pasillo hasta que llegamos a una gran habitación. Al abrir la puerta mis ojos se abrieron como platos, no podía ser cierto, no podía ser mía. Era la recamara más grande que mis ojos hayan visto, ni siquiera los millonarios de mi pueblo tienen habitaciones así. Contenía; una gran cama central con una ventana tras ella, un gran closet a la izquierda y un largo escritorio blanco con una computadora portátil. Las paredes color pasteles y grandes luces, alfombras blancas y una gran biblioteca.
-¿Te gusta?- pregunto detrás de mí.
Yo me gire, aun boquiabierta y la abrace.
-Muchas gracias- susurre en un hilo de voz- es más de lo que quería.
-Lo que sea por ti.
Lo que resto de la noche me la pase ordenando mi ropa y acomodando mis pertenencias en la perfecta habitación. Mi ropa vieja y gastada desentonaba completamente con la costosa y hermosa ropa que colgaba de mi closet, decidí meter toda mi ropa en mi maleta y esconderla debajo de mi cama. No quería estropear visualmente la perfecta ropa.
Cuando los primeros rayos de sol se colaron por mi ventana, supe que era momento de descansar. Era irreal lo cómoda y suave que era mi cama, en casa solo tenía sabanas vieja y agrietadas y un fino colchón. Aquí me sentía como toda una princesa. Mi pálida piel brillaba con los rayos de sol. Aun así, el cielo seguía encapotado y solo pequeños rayos de sol se escabullían entre las nubes.
Tome con pequeña mano mi colgante, o el colgante de Catherine que ahora me pertenecía. No quise llorar pero el dolor era más fuerte que yo, las extrañaba, extrañaba tener el pequeño calor del cuerpecito de mi hermana junto a mí.
Tal vez era la primera noche y por eso me encontraba tan sensible pero sabía perfectamente que acostumbrarme a estar sin mi verdadera familia seria un largo y doloroso camino. Pero lo hacía por mi padre, lo hacía por todas esas personas que no tienen estas oportunidades en la vida.
Cerré los ojos, haciendo que una última lagrima caiga por mi mejilla y metiéndome en una dura pesadilla.
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