CAPÍTULO 2

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Me siento expuesto de inmediato. Mis músculos se tensan como si me fueran a disparar en cualquier momento.

Cojo la silla de sehiji y la empujó fuera del edificio. Reviso el cielo, y luego nuestro alrededor, como un conejo que pretende escapar de sus predadores

Las sombras oscurecen rápidamente los edificios abandonados, los coches y los arbustos moribundos que no han recibido agua en las últimas seis semanas. Un grafitero pintó con aerosol la imagen de un ángel enfurecido con alas enormes y una espada en la pared del edificio del edificio al otro lado de la calle. La grieta gigante que parte la pared atraviesa en zigzag el rostro del ángel y lo hace parecer un demente. Debajo de este, un aspirante poeta garabateó las palabras ¿QUIEN NOS CUIDARÁ DE OS GUARDIANES?

me estremezco con el ruido metálico del carrito de mamá cuando lo saca a empujones hacia la acera. Nuestras pisadas crujen sobre cristales rotos, lo cual me convence más de que estuvimos resguardados en el edificio más tiempo del que debíamos. Las ventanas del primer piso están rotas.

Y alguien clavo una pluma en la entrada.

No creo ni por un segundo UE sea una pluma de ángel de verdad, aunque sin duda es lo que quiere aparentar. Ninguna de las pandilla es tan rica o poderosa. Todavía no, por lo menos.

Sumergieron la pluma en pintura roja y gotea por la madera. Al menos espero que sea pintura. He visto el símbolo de esta pandilla en supermercados y farmacias en las últimas semanas, para prevenir a la gente que busca alimentos y medicinas. No pasará mucho tiempo antes de que los miembros de la pandilla lleguen a reclamar lo que haya quedado en los pisos de arriba. Pero nosotras no estaremos ahí. Por ahora están ocupados reclamando territorios antes de que las pandillas rivales lo hagan.

Cruzamos de prisa hacia el coche más cercano, buscando protección.

No necesito mirar atrás para saber que mamá nos esta siguiendo porque el escándalo de las ruedas del carrito me indican que se está moviendo. Echo un vistas hacia arriba, luego en ambas direcciones. No hay movimiento en las sombras.

Tego un destello de esperanza por primera vez desde que conformé el plan. Quizá está será una de esas noches en las que nada ocurrirá en las calles. No hay pandillas, no hay restos de animales masticados de los que encuentras por las mañanas, no hay gritos haciendo eco en la noche.

Siento más confianza mientras saltamos de un coche a otro, moviéndonos más rápido de lo que esperaba.

Nos dirijamos hacia El Camino Real, una de las arterias principales de Silicon Valley.

Los cruces están atestados de coches abandonados. Nunca había visto un embotellamiento en este valle antes de las últimas seis semanas. Los conductores de aquí siempre fueron de lo más educados. Pero lo que realmente me convence de que ha llegado el Apocalipsis es el crujido de los teléfonos celulares bajo mis pies. Solo el fin del mundo llevaría a nuestros frikis econoconcientes a tirar a la calle sus dispositivos móviles más monernos. Es casi un sacrilegio, aunque estos aparatos no valgan nada ahora.

Había conciderado quedarme en las calles más pequeñas, pero las pandillas son más propensas a ocultarse donde están menos expuestas. Aunque es de noche, si los rentamos en su propia calle podrían arriesgarse a exponerse por un carrito de provisiones. A esa distancia, es poco probable que sean capaces de ver que sólo son unos trapos y botellas vacías.

Estoy a punto de asomarme por detrás de una camioneta para revisar por donde hacer nuestro siguiente salto cuando sehiji se estira hasta meterse por la puerta abierta y coge algo del asiento.

Es una barrita energética. Cerrada.

Estaba entre un montón de papeles, como si se hubieran caído del un bolso. Lo inteligente sería cogerla y correr para luego comer la en un lugar seguro. Pero en las últimas semanas he aprendido que el estómago a veces le gana a la mente.

La Caída De Los Angeles KOOKMIN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora