Llevó dos de sus dedos hacia su boca, a la vez que asomaba la punta de su lengua entre sus labios entreabiertos. Humedeciendo sus dedos bajó de regreso su mano, con su mirada fija -embelesada.
Ahogó un jadeo.
E ignoró el ruido del exterior, en esos momentos no había espacio en su mente para lo ajeno a ella y su situación.
Acarició el borde con una delicadeza digna de admirar. Tomó la punta con sus dedos previamente humedecidos. Y pasó la página.
Acomodó su espalda, sintiendo un fuerte dolor en ésta -realmente tenía una pésima postura, y sus constantes dolores eran solo un recordatorio.
—"La amistad es sin duda el mejor bálsamo para los dolores de la decepción amorosa"—, leyó en voz alta aquellas líneas de Jane Austen -uno de sus libros favoritos, por cierto. Bufó por lo bajo, sin una pizca de gracia—. Sí, claro. No es mi caso, Jane.
Intentó seguir con su lectura, sin embargo le fue imposible. Bien fuera por la maraña que eran sus pensamientos o el bullicio afuera.
Cerró el libro arrojándolo a un lado de la colchoneta. Gateó hasta salir de la tienda, al hacerlo la luz del sol dio de lleno en su rostro, obligándola a entrecerrar los ojos y parpadear varias veces hasta acostumbrarse a la nueva -y fuerte- iluminación.
Paseó su mirada por el campamento tímidamente, escaneando todo.
Los niños jugaban a un lado, cerca de sus respectivas madres -a excepción de uno, quien estaba recibiendo un corte de cabello.
Y el resto del grupo, inmersos en sus labores cotidianas.
Claro, como si hubiera algo de cotidiano en todo esto. Quiso rodar los ojos. Acomodó la gorra sobre su cabeza, dejando que algunos de sus castaños rizos cortos se escaparan por los bordes de ésta; y caminó por la zona, observando con sumo cuidado todo.
No conocía a nadie allí, salvo sus nombres. Tampoco había entablado conversación con ninguno de los allí presentes -ni siquiera una vez.
A pesar de la distancia que imponía entre el grupo y ella misma -quien parecía ser el líder, Shane, jamás olvidaba apartarle su ración de comida a diario.
Mejor aún, a pesar de haberse aislado estando en un grupo, conocía los nombres de todos. Y, por supuesto, los nombres de los culpables de su estadía allí.
Aunque, de no ser por ellos probablemente ya estaría muerta; tener que convivir en conjunto no era su cosa favorita.
Los Dixon.
La habían salvado, sí. Más de una vez, definitivamente. Les debía la vida, muy probablemente.
Incluso antes de que el mundo se fuera a la mierda, mucho antes, y las personas se empezaran a comer entre ellas; aquellos hermanos le habían salvado la maldita vida.
En aquel campamento la conocían como Oaks, una graciosa abreviatura para su apellido -Oakland- puesta por el mismísimo Daryl tiempo atrás. Pero por lo general se referían a ella con apodos alusivos a los hermanos con los que convivía.
El que más escuchaba era el que más detestaba. "Corderito".
—¡Vaya! Mira quien decidió salir de la cueva—, celebró una voz amable y efusiva.
Alzó la mirada -pero no mucho- hacia el techo de la RV, donde se hallaba Dale haciendo guardia con su arma en mano.
Hizo un intento por sonreír; y aunque solo le salió una mueca, el hombre amplió su sonrisa, complacido.
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Lonely Heart || Daryl Dixon [twd]
Fanfic[EN PROCESO] [pausada] Aquel nuevo mundo no era para los débiles. El nuevo mundo se la comería viva, en todo el sentido de la palabra, si mostraba tan solo una pizca de debilidad. Le era difícil sobrevivir, por el simple hecho de que durante toda su...