Pensaba que todo iba a salir bien, murmuraba para mí mismo, mirando ahora a la pared, hecho un ovillo como estaba en la cama. Habían pasado un par de días desde la llamada de oliver, y ahora llegaba una carta.
Una carta que ni siquiera me había atrevido a abrir. Cuando la encontré en el buzón, como chinchándome con su preciosa letra cursiva, simplemente se la di a mi padre, con un suspiro, sabiendo en seguida qué contenía el elegante sobre.
Contenía mi condena a muerte.
Me encerré en mi habitación, pestillo incluido, y observé cómo alrededor, y dentro de mí, el mundo se derrumbaba, por completo.
Recordé aquel día, aquel día en el que nos conocimos, cuando cogí sus maletas, cuando le cedí mi habitación, cuando conocí sus particulares: "¡Luego!", cuando nos distanciábamos y acercábamos sin ningún tipo de control.
Recordé su voz y sus caricias y sus besos.
"Call me by your name and I'll call you by mine" ("Llámame por mi nombre y te llamaré por el mío.").
Recordé cada instante, cada segundo, cada tono de luz, cada hoja de aquel verano. Recordé la forma en que toda mi vida había cambiado por completo y cómo ahora parecía volver al aburrimiento, acompañado de una nueva (novísima) tribulación mayor a cualquiera de las antes experimentadas.
Ahora todo era gris otra vez.
Ahora la vida carecía de sentido, de nuevo.
Suspiré una vez más.
Estaba solo y no tenía que contener las lágrimas, pero yo no quería llorar, ya no, ya no quería más.
"I don't want you to go", dije hace unos meses.
Ahora sí quiero que te vayas, quiero que no vuelvas a aparecer en mi vida.
Porque yo quiero ser feliz, y no puedo seguir recordando cada día del verano pasado. No puedo seguir notando como la casa parece...no, parece no, está, vacía sin ti, silenciosa sin tu voz.
No puedo seguir así mucho más tiempo, no puedo más.
No puedo seguir amando a un espectro.