En menos de veinte minutos toda mi vida había cambiado.
Siempre que había visitas, llegaba un momento en el que los invitados y mis padres se cansaban de hablar de política y novedades. Era siempre en esos instantes en los que mi madre me pedía, me suplicaba, que tocase algo al piano o a la guitarra con la intención de, así, avivar el ambiente.
Pero esta visita no fue así en absoluto y, si Oliver pensó que conocer a Asher me haría feliz se equivocaba totalmente.
Me senté en un sillón y escuché cómo el chico hablaba sin detenerse, contando historias de su infancia, de su país, acompañadas de su insolente tono de voz y sus sonrisas burlonas.
Y, cuando la conversación llegó a un punto muerto, quizás a las dos horas del comienzo, mi madre sonrió.
"¿Por qué no tocas algo al piano, Asher?"
Asher.
No, Elio no, Asher.
Él se levantó, le dio la espalda a mis padres un preciso segundo para sacarme la lengua y murmuró, ahora con una falsa voz encantadora.
"Lo que desee. señora Perlman."
Se sentó ahora en el taburete del piano y, sin siquira buscar en alguno de los volúmenes de partituras que yo guardo al lado del instrumento, comenzó a tocar con viveza y solidez la Polonesa op. 26 nº1 de F. Chopin.
Me levanté, arrastrando la silla y me fue a mi habitación. Nadie se daría cuenta, habían encontrado a un nuevo Elio.