ii

696 49 0
                                    

Cuando llegué al pueblo, hice algo muy parecido a Elio: recorrer las calles en busca de recuerdos, retazos sencillos en la memoria. Numerosos eran las vivencias que llegaron hacia mí. Casi que volví a vivir todo el verano a su lado.

Fue cuando estaba en la piazzeta cuando lo vi, esbelto y semidesnudo en la azotea de la librería. Parecía un ágnel, un ángel caído, un ángel ciego, un ángel que había perdido el significado de vivr. Estaba al borde del tejado. Miraba en mi dirección, pero no me vio y yo me quedé completamente helado, paralizado allí donde estaba. Un escalofrío descendió por mi columna vertebral, otorgándome rigidez y preocupación, además de cierto dolor y pena.

Sin pensarlo, en un impulso, entré a la librería le comuniqué al vendedor que no me quedaba otra que subir hacia la azotea. Creo que vio en mis ojos la desperación y el miedo, en el mayor estado inhumano posible, y que fue por ello por lo que me dejó subir sin siquiera replicar.

Allí estaba él, con el viento dándole en el rostro, la espalda desnuda, un papel sobresalía del bolsillo trasero del pantalón, la camisa yacía en el suelo, no muy lejos, casi a sus pies vestidos.

Temblaba,, temblaba del frío y del llanto, a juzgar por el movimiento incontrolable de sus hombros y contemplaba, desde lo alto, el que había sido su reino durante años y, que ahora, le parecía vacío. Acogía desde allí todo el pueblo con sus dedos, y lo acariciaba y envolvía con su sabiduríal. Pero el ángel guardián se sentía solitario, la tribulación rodaba desde  sus ojos y yo le había cortado las alas. Ahora él no era más que un príncipe deseetronado: ya no gobernaba para nadie, ya no se mandaba ni a sí mismo.

Tardé quizás demasiado en saber qué estaba ocurriendo, y más aún en reaccionar, a sabiendas de la gravedad del asunto. "A lo mejor está embrujado. Sí, lo está", me dije, tratando  así de hacerme creer que, desde luego, no era aquel el que estaba allí al borde de la fría muerte, el mismo muchacho sonriente y animado que yo había conocido, sino un joven poseído por la tribulación al que le habían quitado todo cuanto poseía.

En medio de todo aquel tranquilo caos (el peor de todos que puede existir), desde la montaña en  la que me encontraba contemplándolo yo también al borde de una calmada desesperación y un inagotable llanto, lo llamé (Elio), rompiendo el silencio y buscando, así, una reacción, tan solo una, de Elio, aunque fuese un escalofrío.

Pero no esperaba aquello.

Fix You| Elio PerlmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora