diciembre, 1983
Querido Elio:
En estos reflejos del color del pasto y de tus ojos que desprende mi pluma, me permito establecer cierto contacto contigo, un contacto que no no me atreví a expresar al teléfono.
¿Quizás porque percibí tu tribulación al recibir la noticia?
¿Quizás porque me quedé en blanco al escuchar tu ilusionada voz?
Ahora estoy arrepentido, Elio (u Oliver), pero no hay nada que yo pueda hacer, no puedo borrarme de tu recuerdo, ni hacerte desaparecer del mío. Lamento mucho que sea así. Lamento haber pasado de ser la causa de tu felicidad a la razón de tu tristeza.
Realmente lo siento.
No puedo hacer menos que recordarte en cada aspecto de mi vida, en cada detalles del mundo que me rodea, en el rumor de los pájaros y las cadenas de las bicicletas que pasan riendo delante de la puerta de casa, en los atardeceres que cubren el cielo de cálidos degradados y nubes arreboladas.
Todo me incita a tu nombre. A mí mismo me duele, pero más me duele imaginar el daño que te tiene que provocar a ti, el daño que yo te he hecho.
Casi puedo escucharte tocando la música más melancólica; y arrugando las hojas con furia, fracaso y miedo.
Let mi fix you.
No quiero que tengas que sufrir.
Es por esto que te envío a Asher.
Créeme, dale una oportunidad, como me la acabaste dando a mí y a mis "¡Luego!". Te ayudará a, no olvidarme, pero sí a superar los trozos de cristal roto que se han clavado en tu blanca piel, a superar la melancolía de las habitaciones vacías e invernales, a superarme a mí y, especialmente, a superarte a ti y volverte a apreciar.
Quiero que vuelvas a ser feliz y dejes de estar atormentado.
¡Luego!
Oliver (o Elio)