Prólogo.

76 2 0
                                    

La chica apretó los puños fuertemente mientras intentaba ponerse de pie. La espalda le ardía y notaba el corazón latiendo en el punto exacto donde le había dado el golpe. Se giró suavemente con los ojos llenos de lágrimas, pero no estaba dispuesta a que la viese llorar, no esta vez. Los ojos del chico eran fríos, fríos y negros. ¿Con qué la había pegado esta vez? Dirigió la mirada a sus manos y descubrió una larga tira de plástico duro manchada con un poco de su sangre. Apenas podía mantenerse recto y la habitación comenzaba a oler a alcohol. 

-¿No vas a llorar, preciosa?-dijo con una voz demasiado ronca.

-No te daré esa satisfacción. 

-¿Estás segura?

Tras decir esto, se acercó de nuevo a ella, tensando el plástico entre sus manos. La chica dio un paso atrás instintivamente, chocándose con la pared. Su herida se estremeció y la chica contuvo un grito de dolor. El chico la agarró por un brazo apretando con fuerza y ella tembló de puro dolor. Sus ojos negros la miraban directamente, haciendo que pudiese sentir el miedo naciendo en su interior. 

-Por favor...-suplicó. 

-Sabes que eso no te servirá de nada. 

La chica torció la cara cuando él se acercó a susurrar en su oído. Olía demasiado a alcohol, tanto que le entraban ganas de vomitar. Sabía lo que tenía que hacer, pero no quería llorar, no podía permitírselo. Cerró los ojos con fuerza y se mordió la mejilla por dentro. 

Y pronto llegó el golpe. 

Sintió su mejilla arder, pero estaba acostumbrada a ese tipo de dolor. El siguiente pinchazo de dolor llegó del costado, había estampado su puño en las costillas de la chica. Esta soltó un pequeño gemido mientras se echaba hacia adelante. Dio unos cuantos pasos y se dejó caer en el sofá. Estaba derrotada y las lágrimas amenazaban con salir. Sabía perfectamente que si lloraba, él pararía, pues es lo que quería. Pero no iba a dejarle ganar esta vez. Recordó las palabras de su madre; "tu cabezonería acabará matándote". Nunca habría pensado que esa frase podría tener tanto sentido. Un gran peso la sacó de su recuerdo. Él se había sentado sobre su culo, agarrándola por los hombros. ¿Qué iba a hacer? Lo descubrió al notar la fría hoja del cuchillo rozándo su espalda, justo sobre la cicatriz aún abierta de la herida que le había hecho minutos atrás. Su boca se abrió sin ni siquiera pensarlo y su garganta emitió un grito ronco, lleno de dolor. A medida que el cuchillo se clavaba más en su piel, más gritaba ella. Finalmente, no pudo retener las lágrimas más tiempo y comenzó a sollozar. El chico se agachó sobre ella y susurró en su oido. 

-Muy bien, pequeña, así me gusta. Y esto -dijo apretando los bordes donde comenzaba la herida, llenándose los dedos de sangre y haciéndola llorar aún más- , es para que no te puedas olvidar de mí. Nunca. 

Se levantó de encima suyo y salió tambaleándose de la habitación. Ella apretó las manos contra el sofá y grito con fuerza, haciendo que la tela se llevase su dolor. Cuando se puso en pie, sintió un dolor agudo que la hizo marearse. Volvió a sentarse, pasó un mano entre su pelo y encendió un cigarro. Debía curarse la herida, y esta vez no dejaría que él lo hiciera como antes. Mientras hacía las maletas recordó las veces en que el chico curaba sus heridas, horas después de habérselas provocado. La quería, o eso decía. Pero ella estaba harta, no podía soportarlo más. Tenía que irse. 

Finalmente, apagó el cigarro en un cenicero cercano, se levantó y cogió las maletas para dirigirse a un destino nuevo.

Simbiosis.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora