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    El paisaje que le otorgaba la naturaleza aquella mañana era uno gélido y apagado, las tonalidades grises variaban y el silencio fue absoluto. Ella siempre sintió al castillo así, silencioso y frío, excesivamente enorme y sombrío. Al compás de su caminata podía escuchar el eco que su tacón producía a medida que chocaba con el suelo. Suspiro algo exhausta mientras con pasos firmes y llenos de determinación se dirigió hacia el gran balcón real, en dónde solían hacerse anuncios de suma importancia al pueblo.

    Nunca sintió su corona tan pesada, y aún si fuera una simple princesa sentía que el título pesaba mucho más. Sus deberes reales ciertamente no consistían simplemente en aprender lenguas modernas, pintar, leer y tocar piano, no después de la muerte de su hermano. Lo cambió todo, su padre, el rey del Reino del Norte logró sacar una ley que establecía que de ahora en adelante si la realeza se quedaba escasos de progenitores masculinos toda la obligación recaería en cualquier progenitora femenina. Lo cuál, en palabras resumidas, le daba el poder a su padre de otorgarle la corona a ella como sucesora a falta de un varón presente en la familia. Ella podría ser reina sin complicaciones... sin casarse forzosamente siquiera. 

    Eso debió haberla puesta dichosa y feliz, un avance que las futuras generaciones femeninas agradecerían pero, aún así, ella lo sintió injusto. Lo sintió irrevocablemente erróneo y equivoco. Ella no podía con semejante responsabilidad, con tal obligación, con tal presión. El trono lo merecía su hermano, era él quién se había estado preparando arduamente desde su niñez para ésto, para ser rey.

    Se sentía como si le estuviera quitando su lugar, su derecho, su memoria.

    Perdida en sus pensamientos solo salió de ellos al sentir la mano de su madre posarse sobre su hombro izquierdo mientras ejercía una leve presión reconfortante, al darse cuenta ella se limpió rápidamente su mejilla derecha al ver que una lágrima había escapado. Su mano enguantada lastimó su sensible piel, dejando su rastro ardiente y húmedo. El viento logró estremecer hasta sus huesos e intentó enfocarse en las palabras de su padre, el cuál despotricó con vigor en contra del Reino del Sur y afirmó con optimismo como iba el transcurso de la guerra y como parecían ganar, también prometió que pagarían sus transgresiones debido a la traición que habían cometido, honorando a su hijo fallecido con ello. Sus palabras ciertamente fueron duras y despiadadas, tensas y enfadadas; se estaba dejando afectar al pensar en Teodosio, Marinette supuso, y eso estaba mal. Su padre nunca fue una persona que se dejaba llevar por sus emociones, pero ahora, escucharlo siendo tan brutal con el Reino antes vecino la hizo temblar. Estaba siendo imprudente e insensato al hablar tan descaradamente y confiarse en que tenían la guerra ganada, considerándose vencedores.Ella giró su cabeza, observando a su madre, quién se notaba ajena e indiferente mientras miraba hacia el horizonte con rostro imperturbable, Marinette frunció el ceño, disgustada. Ambos estaban muy cegados ante la pérdida de su hijo para siquiera darse cuenta de su error.

    Cuando su padre terminó con el anuncio el pueblo vitoreó y aplaudió, ante esto, su padre, el rey Thomas sonrió complacido y se dio media vuelta para adentrarse a su hogar con satisfacción. Marinette lo siguió al acto, logrando que la mano de su madre se deslizara lejos de su hombro.

—Querido padre—llamó y éste aligeró sus pasos, pudiendo así su hija posarse a su lado y caminar en conjunto a su progenitor—, sabes que siempre te apoyaré en todo lo que propongas pero creo que estás siendo algo precipitado con respecto a...

—¿Con respecto a qué, mi amada hija?Jamás te expondría a tu madre o a tí en peligro, pero para protegerlas, para ello debo destruir a ese reino junto con su incompetente e irracional rey antes de que la situación pueda empeorar—expresó con impaciencia y Marinette trago algo de saliva, ligeramente intimidada.

La princesa Marinette.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora