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—Madre, ¿por qué padre se ha ausentado ésta mañana?—Cuestionó al notar el gran asiento en la cabecera de la mesa vacío a la hora del desayuno, los guardias en las esquinas de la habitación parecieron tensarse y su madre seguía sin decir nada.

—Él... Tu padre creyó que sería lo mejor si iba por sí mismo al frente, para reorganizar las tropas y dar las órdenes—explicó su madre de forma neutral.

    Ante sus palabras ella soltó el tenedor de plata, logrando que chocara contra el plato de porcelana, siendo así el único ruido que inundó la habitación. Su madre se notaba quieta y silenciosa en su lugar, con una falsa alma, y Marinette comenzó a sentir que su mundo se desintegraba.

—N-No, no es verdad—balbuceo mientras bajaba la vista a su regazo y miraba sus manos algo ausente, su madre tosió, mientras parecía componerse.

—Hija, debes entender que...

—¡No! ¡Estás mintiendo! ¡Eres una mentirosa!—Exclamó mientras las lágrimas comenzaron a deslizarse sin su consentimientos por sus mejillas y ella corría la pesada silla mientras salía de aquella sofocante habitación, mientras ignoraba las súplicas de su madre.

    Nadie la detuvo, ningún guardia o sirvienta mientras corría tuvo la imprudencia de hacerlo. Marinette no supo si fue por su rostro desesperado y lleno de abandono, por las lágrimas que caían sin césar o por los ruiditos provocados por su incesante llanto, pero se los agradeció. Mientras corría por los infinitos pasillos con su molesto vestido que en más de una ocasión la hizo tropezar y caerse ella siguió, esperando encontrarlo.

    Su padre no pudo hacerle ésto a ella. ¿Por qué siquiera se iría sin despedirse? Ella no podía soportarlo, no podía digerirlo. Ella no podía perderle a él también, no podía perder a nadie más. No podía...

    Cuando abrió las enormes y pesadas puertas de la entrada del castillo notó a los guardias girarse a verla, los ignoró mientras corría hacia los dos enormes portones a metros de ella, las murallas nunca se sintieron tan altas y las torres de vigilancias tan intimidantes pero nada la impediría llegar hacia su padre. Antes de siquiera seguir avanzando alguien la interceptó y la apresó mientras la rodeaba con dos brazos, inhabilitando los suyos.

—¡Déjadme ir! ¡Soltadme!—Gritó a todo pulmón, su voz salió distorsionada y estrangulada mientras intentaba zafarse de forma inútil.

—Marinette, no puedo dejarte ir, lo sabes—Alya susurró, su tono de voz notándose igual de amargo que el de su madre.

—¡No puedo perderlo a él también, Alya! ¡¿Es qué no lo entiendes?! Morirá, morirá...—expresó mientras comenzaba a sentirse débil, el llanto consumiendo su alma y sus reservas de energía, repentinamente comenzó a sentirse fatigada y agotada, muy rota y cansada.

    Alya la soltó cuando noto que ella dejó de luchar, Marinette simplemente se giro para esconder su rostro en el pecho de su amiga y llorar, llorar como lo había hecho cuando su hermano se fue, llorar y suplicar para que su padre regresara.

    Él debía regresar.

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    Ella sabía que su madre estaba preocupada, pero muy cansada y triste para hacer algo al respecto. Había pasado casi dos meses desde que su padre se había ido y solamente una carta procedente de su parte había llegado luego de la primer semana, lo que prácticamente no era gran consuelo para ambas mujeres que esperaban noticias del hombre.

    Marinette en vez de quedarse escondida en su cuarto como su madre lo había hecho decidió aprovechar la falta de autoridad presente en el castillo para seguir con sus lecciones, obteniendo el doble de horas practicando tiro con arco, intentando manejar la espada y aprendiendo a luchar. Con la ausencia de hombres en el castillo ella sería el rey, pensó con algo de diversión vacía. Para sus dos meses había mejorado muchísimo, Alya alabó sus tiros con la flecha, uno siendo mejor que el anterior. Su manejo de espada y la lucha también fueron aligerándose con el pasar de los días, tanto que comenzaba a dominar distintas técnicas y movimientos de los cuales estaba orgullosa. Aunque había recibido raspones y moretones ella no se quejó o lloró, ella era fuerte, ella tenía que serlo.

La princesa Marinette.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora