cinco

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    Marinette observó su entorno con detenimiento, lo único que podía escuchar era el ruido de las ramas provocadas por el viento y sentir el frío entumecer sus extremidades. Ella estaba segura allí, a mitad de la noche en el bosque, con únicamente la compañía de Artemisa a su lado.

—Éste es un buen lugar, Marinette, ¿estás segura de qué quieres hacerlo?—Saliendo de su escondite Tikki cuestionó y ella le observó con cuidado, ciertamente ni ella misma podía afirmar en voz alta de si ésto era lo correcto pero necesitaba verlo por sí misma, necesitaba comprobar que tan cierto eran los supuestos poderes mágicos de sus pendientes.

—Debo hacerlo, ¡Tikki motas!—Exclamó la fémina, sintiéndose algo tonta por ello pero cuando el kwami desapareció y un brillo rosa comenzó a envolverla comenzó a cundir el pánico—. ¿Q-Qué estás pasando?—Cuestiono recibiendo únicamente la mirada incierta de su caballo. 

    Una vez terminado el resplandor rosa ella observó su atuendo cambiado, parecía un traje que se pegaba su cuerpo, tenía guantes de un material parecido al cuero en sus manos y una gran capa detrás suyo, sus ropas consistían en unos pantalones ajustados oscuros junto con una blusa al cuerpo escarlata y con botas hasta las rodillas también oscuras. Ella comenzó a caminar, sin notar ninguna molestia. Decir que estaba maravillada era poco, de su cintura distinguió un hilo y luego un artefacto circular. ¿Acaso era un yo-yo? Ella no podía creerlo, de pequeña había tenido uno pero su torpe hermano lo rompió cuando jugó con algo de brutalidad.

—¡Lo hice, Artemisa! ¡Me he transformado!—Exclamó alegre a su caballo, que se acerco a olfatearla, como si no la reconociera, y entonces fue cuando sintió la máscara en sus ojos, alzó su mano con cuidado y tocó la superficie, no parecía tela, sino algo más distinto, era frío y algo áspero, demasiado duro para que fuera un simple tejido.


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    La siguiente mañana se sorprendió de no contar en el desayuno con la presencia de Alya, su madre se veía ajena a la falta de su amiga, comiendo con plena tranquilidad y gracia.

—Madre, ¿sabes algo acerca de Alya?—Cuestionó sin poder soportar, la nombrada alzó su vista hacia el lugar que su amiga solía ocupar, como si ni siquiera de hubiera percatado de tal ausencia.

—Lamentablemente no tengo idea, hija mía, pero no te preocupes, de seguro tiene deberes que atender—tranquilizó con ligereza mientras volvía con su desayuno, Marinette no lo dejó escapar tan fácilmente.

    Generalmente su amiga no se ausentaría sin avisarle el motivo con anterioridad, o mandar a alguien que lo hiciera. Algo andaba mal, y ella lo descubriría. 


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    No hizo falta ser un genio para saber que ocurría, Alya se encontraba comandando órdenes frente al castillo en dónde había cuatro grupos de mujeres formadas y con su armaduras puestas, las espadas a un costado de su traje y una mirada despiadada en sus ojos. Marinette observó todo desde una de las ventanas, mientras se abrazaba a sí misma, percibiendo que algo no andaba bien.

—¡El rey ha solicitado nuestra presencia en la batalla para que seamos su última línea de defensa!—Escucho a su amiga comunicar con firmeza a las tropas.

    Marinette sintió que el aire salió de su cuerpo, su corazón parecía detenerse y su vista volverse borrosa, ¿su padre quería que Alya fuera al combate? Oh, no, eso era terrible. Ahora no solo tenía la posibilidad de perder a su padre, sino también a su mejor amiga, ¿qué acaso ésta guerra se llevaría todo lejos de ella? 

La princesa Marinette.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora