Adiós Anastasia

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Capitulo XII

El sótano de la mansión era amplio, oscuro y similar a un laberinto debido a los innumerables muebles antiguos agolpados uno encima de otro, cubiertos de telarañas apilados hasta el techo que le daban al lugar un aura siniestra. En el medio de esa jungla de objetos perdidos se encontraba Yuri arrastrando un sillón Luis XV con el tapiz rasgado hacia la salida dispuesto a unirlo a su colección de objetos rescatados, a mitad de camino la única puerta del lugar se abrió dejando entrar una figura oscura que hacía contraste con la luz que se colaba por la puerta abierta. – Hola Yuri – lo saludó una voz conocida, era Jean nuevamente.

Una vez más el ruso quedo estático ante la imagen alta del canadiense, un sudor helado le recorrió la espalda y sintió como cada parte de su cuerpo se entumecía. No podía hablar, ni moverse estaba atrapado y lo peor de todo es que ya sabía que la cárcel era su propia mente, prefería mil veces soñar con su madre, ella emanaba un aura de calidez, de alegría y seguridad como su hermano Viktor. En cambio Jean traía a sus sueños una sensación de angustia prolongada, de soledad e impotencia.

- ¿Por qué aún me temes?... no he lastimado a nadie conscientemente en mi vida... no lo podría hacer de muerto aunque quisiera. –

La figura de Jean se acercó pero Yuri retrocedió varios pasos hacia atrás, sintiéndose más seguro al recuperar su poder de caminar. En medio camino el fantasma decidió detenerse.

- Esa nota, en la foto. La escribí una semana antes de morir, solo creí conocer una parte de la verdad. Pero me equivoque, viví en un estado de estupidez hasta el último momento... no sabía que mi alejamiento de Otabek sería tan definitivo en ese momento, lo herí, lo culpe haciendo que arrastrara todas mis amarguras juntas. La historia de mi vida es que para mí siempre fue tarde.

Otabek parado frente al ventanal de su oficina ubicada en una de las torres de la mansión observaba a los obreros trabajar arrancando los rosales de raíz, ubicando alfombras de pasto y plantando pinos azules pequeños que prometían crecer con elegancia. Yuri, su esposo, había estado muy ocupado en las últimas dos semanas desde que habían vuelto de Grecia, entre la universidad y los arreglos de la casa que a esta altura eran extremos apenas si se lo había cruzado. Aunque para ser sincero ya había notado que el rubio ponía especial cuidado en no chocar con él, no habían vuelto a desayunar juntos, ni a conversar, las escuetas palabras que se dirigían no eran más que saludos formales y nada especiales. Eran dos extraños que compartían el mismo techo.

No lo culpaba, por su lado tampoco quería toparselo. El viaje los había desestabilizado a ambos y desde ese entonces no podía dejar de pensar en el rubio, ¿Y cómo no hacerlo? Si tenía la sonrisa más encantadora que jamás haya visto, despoblada de prejuicios, sincera y cargada de energía. Estuvo esas dos semanas, incluyendo el tiempo que pasaba junto a Anielka, evocándolo dormir, lo reconstruía en su mente comiendo de forma desesperada e infantil, con la sal del mar pegada en su piel húmeda y el pelo revuelto, cerraba los ojos cuando estaba en soledad recreando la suavidad de sus muslos, el sabor de su boca, la curva escandalosa de sus glúteos y el torso delgado pero bien definido con cada fibra marcada que se ensanchaba en las caderas nacaradas.

Para no perturbarlo con su deseo lo espiaba a una distancia prudente mientras arreglaba los viejos muebles con su habitual rodete desprolijo que lo dejaba apreciar mejor el cuello largo y elegante. Se escabullía entre los estantes de la biblioteca con sigilo para no ser descubierto viéndolo leer por horas en su habitual sillón con las piernas cruzadas y las gafas caídas hasta la nariz. Nunca se aburría de mirarlo. A veces recibía en su oficina la visita inesperada de Potya y aprovechaba que nadie los veía para acariciarla, tomarla entre sus brazos y hundir la nariz entre su suave pelaje esperando encontrar el olor de Yuri. Estaba jodido, parecía un maldito acosador espiando en la oscuridad, codiciando en secreto, pensando de forma obsesiva en el ruso incluso cuando estaba entre las piernas de Anielka o de algún otro amante ocasional.

El tercero es el perdedorWhere stories live. Discover now