VII - PRIMER CONTACTO

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Me levanté sin analizar todo cuanto había dicho aquel hombre y lo acompañé hasta sus barcas para despedirlo a él y a sus hombres. En cuanto el horizonte los perdió me di la vuelta entre la multitud y sin levantar la cabeza ni mirar a nadie seguí en dirección a mi cabaña. Entré y me arrodillé en las pieles.

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- ¿Casarme? ¿Asegurar una familia? Soy demasiado joven para esto todavía... - No dejaba de repetirme esas mismas palabras a mí misma, mis oídos se sentían taponados.

- Juvia. Las hogueras están preparadas. – Dijo Gajeel haciéndome despertar.


Aquella noche miré fijamente como el fuego carbonizaba los cuerpos de parte de mi pueblo, el cuerpo de mi padre. Miré sin miedo y sin lamentos. Solo pensando. No volvería a permitir que aquello pasase más.

Pasaron unos días y con ayuda de los guerreros conseguimos recuperar casi cuanto perdimos en material y en alimentos. Los guerreros del este que se quedaron nos ayudaron en la caza. Casi podíamos decir que habíamos vuelto a la normalidad, pero no era así. Ahora era yo quien mandaba las ordenes, quién repartía el trabajo y las tareas y quien se ocupaba de poner orden.

Aquel día el viejo entrenador bajó de las montañas en busca de los guerreros. Pero antes de que abriese la boca para dirigirse a mi hermano aparecí yo frente a él.

- Te estaba esperando, Makarov. – Le dije mirándolo fijamente. A diferencia de al resto de aldeanos, aquel hombre no me provocaba ningún miedo. A pesar de que se comentaba que estaba maldito desde el día en que nació y por ello no creció mucho más en altura a los niños de 14 años. Quizás aquello era un punto a mi favor para sentirme más decidida y firme ante lo que le quería comunicar.

- ¿Ju... Juvia? Yo solo he venido por mis chicos. – Me dijo manteniendo el tono como pudo.

- Tus chicos, son ahora mis guerreros. Se quedarán aquí.

- ¿Qué estas querie... - Intentó decir mientras fue interrumpido por mí.

- No dejaré que te los lleves. Ni una vez más. Se quedarán y entrenarán aquí, en su aldea. Usted tiene dos opciones, o se queda a ayudarnos o se vuelve a las montañas, solo. – Dije poniendo mis brazos en jarras sobre mis caderas. El viejo buscaba con la mirada alguna respuesta de sus hombres, pero ninguno dijo nada. Sabía que llevaba las de perder si se quejaba. Miró a Silver y este le respondió con una inclinación de la cabeza como señal de que no se opusiera.

- ¡Menudo carácter tiene esta mujer, no sabe cuánto me gustan las féminas así! – Se escuchaba por detrás de Juvia.

- Me quedaré a entrenarlos. – Contestó el viejo cruzándose de brazos.

- Perfecto. Vayamos a entrenar, pues – Dije haciendo señas para que me siguieran.

- ¿Vamos? ¿Ha dicho vamos? – Susurraban un grupo de guerreros. Me paré en seco.

- Si, VAMOS a entrenar. Yo también entrenaré con vosotros. – Dije girándome para mirarlos.

- No podré luchar contra una mujer, mis principios no me permiten herir a una muchacha, y menos si es tan guapa. – Dijo uno de ellos.

- Soy una más de ustedes. Y créeme querido, si no me hieres será porque no te daré la oportunidad de hacerlo.

Les guié hacia la colina donde anteriormente había un viejo establo para nuestros caballos. Ahora solo quedaban las vallas que lo rodeaban por ello pensé que sería el lugar perfecto para nuestros entrenamientos.

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