Capítulo 3: La brisa del mar

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El capitán rodeó una mesa de roble macizo y se dejó caer en una silla. Con un gesto de la mano invitó a Catarina a acercarse, ella dudó pero no dejó que el capitán lo notase. Salim sonrió al ver que Catarina seguía sus órdenes y se giró para buscar algo a sus espaldas. En ese momento Catarina estaba a pocos pasos de distancia, preguntándose por qué diablos había accedido a estar a solas con él, si tan sólo estuviese aquí el joven Namir le tranquilizaría. Salim se dio la vuelta sorprendiéndola con una aguja en una mano e hilo en la otra.

- ¿Sabes coser, no?

A Catarina aquella pregunta le desconcertó, no entendía qué esperase que cosiese hasta que el capitán se quitó la camisa ensangrentada y dejó ver su herida sangrante del pecho y otras viejas cicatrices. Sin dejar que contestase, Salim le dejó la aguja e hilo en sus manos y volvió a reclinarse sobre la silla. Luego bebió un largo trago de su botella.

- Adelante.

Catarina enhebró la aguja con manos temblorosas y fijó la vista en la herida. Ésta no dejaba de sangrar y había manchado todo el pecho del capitán lo que le iba a dificultar la labor.

- Voy a limpiarla. – Dijo con un susurro.

Agarró la botella de licor que bebía el capitán y echó un poco en la herida. El capitán soltó un gruñido con los dientes apretados.

- Qué desperdicio.

Pero antes de devolver la botella, Catarina le dio un buen trago. El líquido amargo le recorrió la garganta dejando un camino de fuego a su paso. Cuando levantó la vista se encontró con el rostro jocoso del capitán.

- Salud. – Salim alzó la botella y bebió otro trago.

Entonces Catarina comenzó su labor mientras que el capitán profería algún quejido entre dientes. Catarina estaba tan concentrada que no se había percatado que sus manos estaban cubiertas de sangre hasta que quiso separar un mechón de su cabello y sintió la humedad. Había estado tan inmersa en sus pensamientos que los recuerdos de aquella noche cruzaron su mente como un fuerte golpe de realidad. Su respiración se volvió agitada y no era capaz de visualizar otra cosa que la mirada del alguacil mientras ella le clavaba la daga. Notaba cómo su cuerpo se quedaba rígido y frío en el sitio y no podía despegar la mirada de sus manos. Las lágrimas resbalaban calientes por sus mejillas. De pronto otro par de manos aparecieron en su campo de visión y limpiaban las suyas con una camisa hecha jirones. Aquello rompió el trance de Catarina que alzó la vista y se encontró con el rostro del capitán que le estaba limpiando las manos con mucho cuidado.

- No queremos que se te resbale la aguja.

Fue lo único que dijo el capitán, pero consiguió arrancarle un pequeño atisbo de sonrisa a Catarina. Con una mano limpia se secó las lágrimas de forma brusca. Retomó la aguja entre sus dedos y se dispuso a continuar mientras que el capitán le dedicaba una mirada llena de preguntas que no formuló en voz alta. Cuando Catarina terminó de coser la herida se percató de que el capitán había dejado su mano en el hombro de Catarina y acariciaba su clavícula de manera delicada y luego subía por su cuello para terminar en el mismo punto. Ella alzó la vista dispuesta a encararlo pero el capitán no estaba prestándole atención, en cambio tenía la mirada fija en un lugar del gabinete. Catarina giró la cara curiosa pero el capitán agarró su barbilla obligándola a mirarlo. El capitán había vuelto a su expresión seductora de siempre.

- Puedes irte.

Soltó la barbilla de Catarina y se incorporó, invitando a la muchacha a salir.

El olor del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora