La mirada de Namir y el capitán siguieron la figura de Catarina hasta que desapareció entre la multitud. Luego un par de ojos castaños se clavaron en los del capitán pero decidió ignorarlos. Ella lo había querido así, si quería desentenderse de ellos era su problema. El capitán tenía claro que no iba a suplicar que se quedara.
Desde que se encontró con Catarina en aquel pueblo español no pudo sacársela de la cabeza. Sentía una fuerte conexión hacia aquella muchacha, tan ingenua en algunas ocasiones y tan valiente en otras. Le atraía que este último lado lo sacase sólo con él, era la única mujer que no reculaba cuando estaba con él. La única que le plantaba cara, aunque fuese por motivos injustos. Y eso era a su vez, lo que más detestaba. Era Salim Assad, él no iba a estar a merced de una mujer.
El capitán se acercó a su intendente, que estaba contando que no faltase nada del botín.
- Reúnete con Ilham, no aceptes menos que el dinero pactado.
- Sí, capitán.
Salim volvió a su camarote, no estaba de humor para divertirse en el burdel ni para encontrarse con Amal, las últimas veces la ramera había sido muy persistente con él. Tendría que dejarle las cosas claras, la próxima vez, quizá.
Sacó de su escritorio el diario con todas las anotaciones que tenía hasta el momento: rutas, botines, posibles ataques... Estaba tan ensimismado que no sé dio cuenta de que habían entrado en su camarote hasta que escuchó la madera crujir bajo las pisadas. Sonrió complacido pensando en encontrarse con aquellas esmeraldas que le miraban tan intensamente, pero la sonrisa desapareció al instante cuando reconoció al hombre corpulento y velludo que era su intendente.
- ¿Qué pasa? – El capitán no trató de esconder la desgana en el tono de su voz.
- Ilham quiere renegociar el pago del botín. – Salim fulminó con la mirada al hombre que tenía delante – Ya le he dicho que no aceptaríamos menos de lo pactado... – empezó a disculparse
- ¿Y qué haces aquí?
- El mercader dice que si el capitán tiene alguna queja que vaya él mismo.
Los fríos ojos grises de Salim atravesaron al intendente como una daga de hielo. Soltó una maldición y se levantó bruscamente de su silla provocando que está cayese al suelo con un gran estruendo. Se encaminó hacia la tienda donde estaba aquel mercader que se atrevía a provocarlo, últimamente había demasiada gente que osaba contrariarlo. Subió la pequeña cuesta pedregosa que los separaba y entró con un fuerte tirón en la tela. Antes de que pudiese decir nada, el mercader lo recibió con una alegre sonrisa y los brazos abiertos.
- Salim Assad, qué honor verte por aquí.
El tono de Ilham estaba lleno de sarcasmo.
- ¿Qué es lo que quieres y por qué no pagas a mis hombres?
- Directo al grano, como siempre. Pero antes, ¿me permites ofrecerte algo: un té, ron...?
- No me gusta perder el tiempo, Ilham. Escúpelo ya.
Ilham soltó una pequeña risotada y se sentó en un sillón.
- Bien, los productos que tú me ofreces no valen lo pactado.
El mercader seguía con aquella sonrisa que no hacía más que provocar la ira del capitán que ahora mismo estaba decidiendo si clavarle su sable en aquella enorme barriga o era mejor estrangularlo.
- Es lo que pediste. – Dijo el capitán entre dientes.
- Bueno...sí, técnicamente es lo que pedí. Pero yo lo necesitaba para hace una semana, cómo entenderás mis clientes están impacientes. Me ha costado mucho trabajo tenerlos contentos, ellos ya han pagado unos productos que no han visto. Entenderás la situación.
- Es un broma.
Ilham se llevó dramáticamente una mano al pecho.
- No osaría bromear con el gran Salim Assad. – Cada vez que pronunciaba era como si le lanzase una pulla.
- Vas a pagarnos lo que habíamos pactado y me vas a dar un pago extra por hacerme venir hasta aquí por tamaña estupidez.
Por fin la sonrisa sarcástica de Ilham se desvaneció de su rostro para dejar paso a una expresión molesta.
- Capitán, creo que se equivoca...
El mercader no pudo continuar la frase, Salim estaba de pie delante de él sujetándole por los bordes de la túnica con violencia.
- Escúchame bien, viejo sarnoso. No me confundas con uno de tus capitanes de mierda, hemos acordado un precio y ese precio es el que me vas a dar. Además de llevarme aquellas joyas que tienes guardadas en el cajón de tu escritorio bajo llave. – Ilham abrió la boca para replicar pero Salim lo soltó con tanta fuerza que el mercader cayó al suelo.
El capitán se dio la vuelta, cogió la bolsa con las monedas, que contó minuciosamente, y abrió el cajón de las joyas. El mercader se levantó lentamente y miraba al capitán con el rostro turbado. Antes de abandonar la tienda el capitán añadió:
- Reza a Alá para que no vuelvas a cruzarte en mi camino.
Salim escupió aquellas palabras y salió de allí hecho una furia. Cuando llegó a La morisca le tiró la bolsa con las monedas a su intendente que tuvo que agarrar rápidamente si no quería que acabasen todas en el suelo.
- Repártelas entre los muchachos.
El hombre asintió mientras le dedicaba una sonrisa victoriosa al capitán que rápidamente se la contagió. Salim se dio la vuelta y empezó a dar órdenes para embarcar, ahora tenía un destino muy claro en su mente y no podía retrasarse más. Entonces una mano le tocó el hombro.
- Capitán, ella todavía no...
- Ella no va a volver. Hazte un favor a ti mismo y olvídate de esa mujer.
Las palabras del capitán perturbaron a Namir que apartó la vista y la mano para una vez más asomarse a ver si la encontraba entre la multitud. Los hombres siguieron preparando el navío y el capitán se colocó al timón.
- ¿A dónde, capitán?
Todos los ojos se concentraron en él con expectación, llevaban más de cinco meses navegando en alta mar.
- A casa.
Todos estallaron en alaridos victoriosos y reanudaron sus tareas con entusiasmo. El capitán sonrió satisfecho y sin darse cuenta miraba hacia la gente que dejaban atrás en el muelle esperando ver aquella melena rubia.
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El olor del mar
RomanceDespués de una trágica noche, Catarina Galdamiz se ve obligada a huir de su destino embarcándose en el navío de Salim Assad, un pirata morisco famoso por su crueldad. Durante su viaje Catarina se da cuenta de que la vida no es tal le habían enseña...