Capítulo 6: Resignación

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Catarina estaba furiosa, furiosa con el capitán y sobre todo furiosa consigo misma. Había sido tan estúpida e ingenua de aferrarse al barco, a la idea de estar allí para siempre cuando su idea era marcharse a otro pueblo y volver a su hogar después de un tiempo. Pero ahora no tenía ni idea de dónde estaba y eso la enfurecía todavía más, no entendía por qué se resignó a seguir aquella vida tan fácilmente. Ni siquiera preguntó a dónde se dirigían, simplemente intentó buscar su lugar en aquel navío. Las palabras del capitán seguían presentes en su mente, había sido débil con el alguacil y ahora con el capitán Blame, pero quien se ganaba las represalias era Salim. Catarina sacudió la cabeza para deshacerse de esas ideas, fue el capitán quién la trajo allí. Fue él quien la obligó a subir al barco y si no hubiese sido tan estúpida se habría escapado cuando tuvo oportunidad. Estúpida. Estúpida. Estúpida.

Los días siguientes Catarina construyó un muro que la separaba del resto, desistió en encajar y dejó de ayudar con las tareas. También volvió a ponerse el vestido y le devolvió las ropas a Namir, que cada vez que se encontraban éste la miraba con tristeza y preocupación pero nunca se atrevió a preguntar el motivo de su cambio de actitud. Tampoco había cruzado palabra con el capitán, ambos optaron por ignorarse mutuamente.

En la cubierta se notaba bullicio, habían avistado tierra hacía un par de horas y ahora estaban preparándose para atracar el barco. Catarina seguía con la mirada fija en ella intentando averiguar dónde sería su parada. Por el calor que hacía y el terreno arenoso se imaginó en el norte de África, era lo más probable ya que no habían estado mucho tiempo navegando. Lo peor, que no tenía ni idea de su idioma. Pero estaría salvada si llegaba a una de las colonias españolas. Así que cuando la embarcación atracó en el muelle, Catarina recogió su capa y ente los pliegues escondió un cuchillo que se llevó de la cocina aprovechando que Abdul estaba ayudando a descargar el botín. Se colocó la capucha y bajó del barco. Tocar tierra firme la mareó un poco, se había acostumbrado a ser mecida por las olas y ahora esa firmeza que sentía la desestabilizaba.

Sin decir una palabra Catarina se alejó de los piratas decidida a seguir su propio camino.

- Catarina. – La voz suave de Namir sonaba como una súplica.

Catarina se paró por un momento pero no se volteó, cerró los ojos y le dedicó una despedida silenciosa a Namir. Momento que el muchacho aprovechó para sujetarla de la muñeca pero antes de que dijese nada escuchó la voz grave del capitán.

- Que se vaya.

Catarina esbozó una sonrisa sarcástica, lo había dicho en español para que ella se enterase de lo que decía. La mano temblorosa de Namir soltó la de Catarina y la muchacha se alejó.

Pese al calor, Catarina se caló profundamente la capucha de su capa para ocultar su rostro. Ser la única castellana en territorio bereber quienes estaban en guerra con los primeros iba a ser peligroso. Respiró profundamente para infundirse valor y observó con atención, tenía que saber dónde estaba para dirigirse a las colonias españolas. Pero no encontraba nada, sólo pequeños puestos donde muchachos bereberes los atendía. Al menos no se había equivocado de ubicación. Siguió andando largo rato y gotas espesas de sudor le resbalaban por el cuello y espalda. La sed se aferró a su garganta, ahogándola, provocando que su garganta ardiese cada vez que tragaba un poco de saliva. Estuvo tentada un millar de veces en quitarse la capa y sentir la brisa pero se contuvo. Finalmente se metió en un callejón a descansar. Había telas tendidas de una edificación a otra proporcionando así sombra en la que refugiarse. Se colocó entre bidones y cajas vacías y se dejó caer contra la fría pared. Inclinó la cabeza para respirar un poco de aire. Estaba exhausta debido al paseo y al calor. Se fijó en que varias personas estaban acomodadas igual que ella, salvo por una diferencia, era gente pobre. Sus ropas estaban rotas, su piel curtida y arrugada por el sol. Ninguno parecía prestarle atención a Catarina, pero ella no les quitaba el ojo de encima. Sabía que había gente necesitada, pero nunca las había visto. En su pueblo frecuentaba los barrios de gente acomodada debido a su posición. Se levantó de su escondite y sin dudarlo ni una sola vez, se quitó la capucha y se la tendió a un anciano que estaba hecho un ovillo en el suelo. Con dificultad se incorporó y acercó dudosa su mano. Catarina le dedicó una sonrisa tranquilizadora y le dio su capa. Luego sacó la bolsa de monedas que había llevado desde su hogar y le dio dos. El anciano la miró agradecido y confuso. Catarina siguió repartiendo las monedas de su saco con toda la gente que estaba allí tendida. Unos le dedicaban miradas de agradecimiento y otros se levantaban rápidamente y salían del callejón. En cuanto terminó su saco de monedas, Catarina salió a la calle principal. Como no era de extrañar en cuanto la vieron aparecer empezaron escucharse gritos en árabe, a señalarla y pronto un par de brazos fuertes la agarraron con violencia. La muchacha se giró para ver a su captor, era un hombre alto con una cicatriz que le cruzaba toda la cara. Catarina simplemente se resignó, sabía lo que le sucedería al ser expuesta. Ella misma lo había provocado. El bullicio siguió hasta que aquel hombre corpulento la metió dentro de una tienda cerca del muelle. Dentro cuatro hombres estaban reunidos y esbozaron una amplia sonrisa en cuanto pusieron los ojos en Catarina. Otra vez sonaron palabras árabes que ella no entendía. Uno de ellos se levantó y le pasó una mano por su larga melena que difería mucho con la de ellos. La de Catarina era dorada como los rayos del sol y la de aquellos hombres negra como la oscuridad de la noche. El hombre la rodeó mientras la miraba de arriba abajo y luego asintió con la cabeza. Volvió a donde estaba sentado para contar unas cuantas monedas doradas que luego se las dio a su captor, éste soltó a Catarina para recoger las monedas y se marchó de la tienda con una sonrisa triunfal. El hombre que había pagado por ella llamó a una chica bereber que estaba al fondo de la tienda, ésta agarró a Catarina por el brazo y la condujo a otra tienda adyacente donde había más muchachas. Allí la soltó y miró directamente a los ojos.

- Soy Omaira.

- ¿Hablas español?

- Antes tenía amo español. – Omaira le dedicó una sonrisa amable mientras la miraba con aquellos ojos color miel.

- Yo me llamo Catarina.

La muchacha bereber asintió y agarró a Catarina por las muñecas.

- Ahora Catarina es del amo Ilham.

- ¿Qué?

Aquellas palabras cayeron pesadas en la cabeza de Catarina. Creía que estaban pagando a aquel hombre por entregar a Catarina a las autoridades y denunciarla, no para venderla a otro hombre. Omaira acarició la mejilla de Catarina para fijar su mirada en la de ella.

- No te preocupes. Ilham es hombre rico, Catarina puede comer y vestir.

Las palabras de Omaira que pretendían ser tranquilizadoras no lo eran para Catarina. Catarina toda su vida pudo comer y vestir, no le hacía falta ser propiedad de ningún hombre para hacerlo. Había vuelto a actuar cómo una estúpida, otra vez no se daba cuenta de sus actos hasta que era demasiado tarde. Se habría dado una bofetada si Omaira no la estuviese agarrando.

- Tenemos que lavarte. Después Ilham decidirá que hacer contigo.

Omaira hablaba con ella muy despacio, intentando que Catarina entendiese lo que estaba diciéndole. Al ver que Catarina no hacía nada, llamó a un par de mujeres en árabe y comenzaron a desvestir a Catarina. La metieron en un barreño y comenzaron a limpiarle el cuerpo y pelo. El resto de muchachas hablaban animadamente sin apenas prestarle atención, como si aquello fuese el pan de cada día. Catarina sintió cómo un nudo se formaba en su garganta, lo que la cabreó todavía más. No pensaba volver a llorar, no quería ser débil de nuevo. Apretó los puños con fuerza y tragó saliva repetidamente para deshacer su malestar. Omaira le colocó un vestido azul ligero y trenzó una porción de su pelo, dejando que mitad de su cabello se deslizara por sus hombros. Luego la acompañó a la tienda donde se encontraba Ilham. Este esbozó una sonrisa complacido y se dirigió a ella. Tomó su mano e hizo que Catarina diese una vuelta sobre sí misma. Deslizó su mano por el cabello de Catarina y luego por sus hombros. Se dio la vuelta y apuntó algo en un papel, luego se dirigió a Omaira que asentía silenciosamente sin levantar la mirada del suelo. A Catarina le empezaba a temblar todo el cuerpo pero intentó controlarse, se agarró las manos y las pegó a su cuerpo. La joven bereber entonces apareció en su campo de visión y la agarró por los hombros para sacarla de aquella tienda.

- Eres afortunada Catarina. Amo Ilham te ha aceptado como sirvienta personal.

Catarina miró sin ninguna expresión a la muchacha, no creía que fuese afortunada en lo absoluto. Omaira entonces se paró en seco y agarró con firmeza a Catarina.

- Niña desagradecida. – Omaira escupió aquellas palabras, no quedaba rastro de la joven amable que había visto antes – Quizá prefieras acabar en burdel vendiendo tu cuerpo para comer y dormir bajo un techo. Eres afortunada, castellana, si te hubiese encontrado otro quizá no estarías aquí, viva.

Omaira soltó a Catarina y entró como un torbellino en la tienda donde se encontraban las demás muchachas. La muchacha soltó el aire que había estado conteniendo sin darse cuenta, echó un rápido vistazo donde La morisca había atracado esta mañana, pero no quedaba rastro de la embarcación. El capitán se había ido.

Agarró la tela de la tienda y entró en lo que iba a ser su nueva vida.

El olor del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora