Capítulo 10: La charla

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Le ardía la espalda; las heridas le palpitaban al mismo ritmo que su corazón en un dolor insoportable. Catarina estaba tendida en su catre mientras que Omaira le cambiaba los vendajes por unos nuevos untados en ungüento de caléndula para aliviar la quemazón de la piel. La bereber no dijo una sola palabra, tampoco le hizo falta preguntar; los gritos de ambos se habían escuchado por toda la hacienda. Una vez tuvo los vendajes cambiados, Omaira le tendió una infusión de hierbas para combatir la fiebre. El líquido amargo y caliente recorrió la garganta de la castellana provocándole una mueca de desagrado.

- Gracias.

Omaira sonrió con ternura y se inclinó sobre ella para acariciar su lacia melena y separársela de la cara.

- Descansa.

Y obedeciendo a aquella orden, sus párpados se volvieron pesados hasta cerrarse completamente. Se sumió en un sueño agitado y profundo donde sus padres eran los protagonistas. Su padre tan serio e imponente como siempre, la acusaba de traer la desgracia a su familia, por su culpa el pueblo los trataba como un despojo social. Mientras, su madre lloraba en silencio en una esquina de la habitación. Los sentimientos de culpa y rabia le hicieron creer que era real. De pronto la casa de sus padres empezó a arder mientras que la escena se repetía una y otra vez, su padre se hizo más grande y se cernía sobre ella. Las llamas casi había devorado todo y ella no podía mover ni un solo músculo. Se despertó jadeando cuando las llamas tocaron su espalda. Tardó un rato en darse cuenta dónde estaba, pero tardó más todavía en asimilar aquella presencia. Un par de ojos negros la miraban desde lo alto. La segunda esposa al ver que Catarina estaba despierta, se arrodilló a su lado y tomó su mano con firmeza. No dijo una sola palabra, pero sus ojos y sus gestos le trasmitían gratitud. La esposa se llevó la mano de Catarina a la frente y musitó algunas palabras en árabe que Catarina no logró descifrar. Después se marchó en silencio.

Habían pasado cuatro días desde que Ilham le latigase la espalda y Catarina ya podía tenerse en pie, aunque la espalda le seguía doliendo igual que el primer día. El resto del servicio estaban muy pendientes de ella, impidiéndole hacer las tareas que requerían más esfuerzo. Tan solo le permitían llevar las bandejas y servir el desayuno, el resto se encargaba de limpiar y de recoger. Catarina se sentía agradecida pero tampoco quería ser inútil, por ello fue antes de tiempo a los aposentos de la segunda esposa. Por el camino escuchó risas provenientes del patio, cuando pasó por allí cerca no pudo aplacar su curiosidad y se asomó. Ilham estaba jugando con el muchacho que hacía pocos días le había propinado una paliza. El niño corría mientras que Ilham lo perseguía por el patio para atraparlo. Tenía todavía marcas en la cara y piernas. Aquello hizo que le hirviese la sangre. Primero se portaba como un sádico con aquel muchacho y ahora lo hacía como un buen padre. Catarina apretó los puños con rabia y se marchó bajo la atenta y burlona mirada del mercader. Era la primera vez que la veía levantada desde aquel encuentro y se veía satisfecho. La muchacha apuró el paso para perderlo de vista cuanto antes porque su intención era volver a saltar sobre él.

En la habitación de la esposa la recibió aquella misma acompañada de su doncella personal que la ayudaba a recoger su larga melena negra. La esposa despachó a la mujer con un gesto cuando vio a Catarina en la puerta.

- Acércate, ayúdame con esto. – Dijo al fin una vez quedaron a solas.

Catarina se acercó a ella y retomó la labor de la doncella. Estuvo un rato en silencio cepillando la espesa y suave melena de la esposa. Después le recogió el cabello en un moño dejando algún mechón suelto por la cara. Es de los únicos peinados que sabía hacer. Ella no se había peinado sola hasta ahora. Siempre era Aurora quien le cepillaba el pelo. Aunque de pequeña le gustaba jugar con su ama de llaves a que era ella la que la peinaba. Al principio Aurora no accedió, decía que eso no era trabajo para una señorita pero al ver aquellos ojos suplicantes, acababa accediendo. Estaba a punto de colocar la última horquilla cuando una mano aprisionó la suya. La esposa atrajo a Catarina hasta ponerla en frente y le mandase sentarse en un cojín a su lado. La muchacha obedeció sin quitarle la vista de encima. Nunca se había parado a apreciar a aquella mujer con detenimiento, siempre estaba a sus espaldas o bastante lejos como para perder los detalles que ahora miraba con dedicación. La segunda esposa poseía una belleza peculiar, no era de las que desbordaban en una sola mirada pero si prestabas atención podías apreciarla. Tenía la cara ovalada, unos labios finos coronados por un lunar, la nariz pequeña y respingona, pero lo que más llamaba la atención eran aquellos ojos tan profundos que miraban intensamente. Sin decir una palabra, la esposa apartó un mechón del hombre de Catarina y lo descubrió un poco para observar las vendas que le había colocado Omaria esta mañana. La mujer hizo una mueca y cubrió aquella zona de nuevo.

- Esto es lo que has ganado por defender a mi hijo.

Aquellas palabras la encontraron con la guardia baja. Se supone que los latigazos se los ganó por ignorar las órdenes del amo y por interponerse en su camino, eso por lo menos es lo que repitió el mercader con cada latigazo.

- Esa es otra forma de verlo. Según el amo es por no obedecer sus órdenes.

La esposa suelta una carcajada vacía mientras inclina hacia atrás la cabeza.

- El amo puede decir lo que se le antoje, pero tú y yo sabemos que fue porque dañaste su orgullo de hombre. Osaste encararte a él y eso es algo que no permite. – Aclaró la mujer al encontrarse con el ceño fruncido de la joven.

El silencio se instaló de nuevo entre las dos mujeres. La esposa se inclinó hacia una bandeja para servirse un té y otro para Catarina.

- Verás, Catarina. Me alegra contar con alguien que por una vez está de mi lado.

- ¿Qué quiere decir? Soy su sirvienta, al igual que el resto. Por su puesto que estamos de su lado.

La mujer desvió un momento la mirada y torció su sonrisa hacia un lado.

- ¿A caso crees que lo que viste hace unos era la primera vez que ocurría? Ilham – la esposa pronunció aquel nombre con mucho desprecio – cada vez que algo sale mal en sus comercios la toma con el primero que esté en su camino. Seamos las esposas, sus hijos o una sirvienta. Desgraciadamente aquel día mi hijo se encontró con él.

Las palabras de la esposa solo incrementaban el desprecio y la rabia de Catarina hacia aquel ser humano tan despreciable. Aquel hombre que se presentó de una manera; amable, tolerante pero que resultó ser un desgraciado.

- Fuiste la única que actuó, Catarina. Pero sé bien por qué, el resto de mis sirvientas, como todos los de esta casa, han tenido que sobrevivir en unas condiciones muy duras para tener un techo y algo que llevarse a la boca, por eso no contrarían nunca al amo. Tú, en cambio, nunca has tenido que pelear por nada. Por eso no temes enfrentarte a él, porque no eres consciente de lo que puedes perder. Y eso es algo que vamos a aprovechar. – La mujer da un sorbo a su té sin dejar de mirar la reacción de Catarina.

- ¿Cómo podríamos aprovechar eso? Ya hemos visto lo que pasa cuando lo hago.

- No te estoy pidiendo que te enfrentes a él cada vez que lo veas. Tú puedes moverte por ciertos lugares de la casa sin levantar sospechas...No me mires así, no quiero que lo mates. – Una pequeña risotada sale de la boca de la esposa, luego carraspea y vuelve a su estado serio – Tan sólo vamos a darle de su propia medicina. Hagamos que se sienta tan débil que no tenga fuerzas para levantarle la mano otra vez a ninguno de mis hijos.

La voz de la mujer acabó con un tono que dejó ver a Catarina toda la rabia que acumulaban aquellas palabras.

- Piénsalo, Catarina. – Dijo la esposa antes de que entrara el resto del servicio en la habitación.

Catarina se incorporó lentamente y le dedicó una sonrisa cómplice.

- No hay nada que pensar.

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⏰ Última actualización: Aug 26, 2018 ⏰

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