Capítulo 1: En la oscuridad de la noche

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La sangre espesa y caliente goteaba de sus manos. Con un grito ahogado soltó la daga y observó cómo el cuerpo del alguacil se desplomaba en el suelo que empezaba a retorcerse mientras tosía. Sus ojos furiosos se clavaron en los de ella, intentó levantarse pero puso una mueca de dolor y agarró la herida de su costado que no dejaba de sangrar. Con manos temblorosas se colocó las faldas y comenzó a correr hacia su hogar. El miedo que sentía impedía que las lágrimas brotasen de sus ojos. Rezó en su interior para no cruzarse con nadie y para que no encontrasen al alguacil todavía. Toda la gente de renombre estaba en la fiesta del duque donde sus padres y prometido debían de preguntarse dónde estaba. Hacía ya mucho tiempo que les dijo que iba a tomar aire fresco. El pensar en su prometido le provocó un nudo en el estómago, aquel anciano con el que su padre quería que se casase. Ella sería su segunda esposa ya que la primera falleció hace un año. Tenía mucha fortuna y sirvientes trabajando para él. Su padre la alentaba diciéndole que en unos años él fallecería y todo eso quedaría para ella, pues no tuvo herederos con su primera esposa. No podía explicarle cuán en desacuerdo estaba con él ya que nunca permitía que se le llevase la contraria. Y ahora, ¿qué sería de ella cuando descubriese en su noche de bodas que un alguacil se llevó su virtud? Con suerte pasaría la vida encerrada en un convento rezando para que este encuentro no traiga un niño, al cual arrancarían de su lado. No tenía tiempo que perder, tenía que desaparecer de aquella ciudad cuanto antes. Tanto como si el alguacil no denunciara, acabaría viviendo infeliz en un convento o casada con un anciano que hace un ruido espantoso al respirar o bien denunciada por el ataque al alguacil, estaría encerrada en prisión con él como supervisor y si lo de esta noche fue un desafortunado encuentro, no quería ni imaginarse cuando estuviese en su pleno derecho de hacer con ella lo que guste.

Llegó a su hogar con el corazón latiendo desbocadamente en el pecho y con mil pensamientos rondando su mente. Aurora, el ama de llaves se precipitó hacia la puerta al verla entrar en ese estado.

- ¡Por Dios santo!

Aurora estaba tan asombrada por su aspecto que no era capaz de articular palabra. Primero se tapó la boca y acto seguido paseaba sus manos por su cara y cabello. Sin añadir una palabra subió a su alcoba con Aurora pisándole los talones. Tomó la jarra con agua y la vertió en una pequeña palangana que tenía en su habitación. Hundió en el frío líquido sus manos temblorosas y comenzó a frotarlas con fuerza. Un par de manos se unieron a las de ella y las apretó cariñosamente en cuanto Aurora se dio cuenta de que la muchacha lloraba en silencio, tomó sus manos y continuó limpiándoselas. Luego cambió el agua por una limpia y continuó lavándole la cara y finalmente recolocó su cabello enmarañado.

- Así está mejor, así es mi hermosa Catarina. – Dijo con un tierno gesto mientras acomodaba un mechón de su pelo. – Ahora, dime qué ocurre.

Catarina respiró hondo y le relató el espantoso encuentro entre ella y el alguacil fuera de la mansión del duque y a las conclusiones a las que había llegado. Aurora la miraba horrorizada pero luego asintió.

- Te ayudaré a salir de aquí, mi niña. – Aurora se levantó y se dirigía hacia la puerta, se giró antes de abandonar la estancia. – Rápido toma algunas monedas, yo llamaré al cochero.

- ¡No! – Dijo Catarina antes de que Aurora abandonara la habitación – Cuanta menos gente sepa de mi huida, mejor. No quiero ni pensar en qué te harían si descubren que me has ayudado.

Aurora asintió para tranquilizarla y abandonó la habitación igualmente. Preocupada la siguió pero el ama de llaves hizo un gesto para calmar su ansiedad. Volvió a su cuarto y recogió las pocas monedas que tenía y su capa. Aurora volvió con un fardo con lo que intuyó comida y envuelta en una capa raída.

El olor del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora