Sueño inquietante

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Capitulo 3

-Algunas noches me despierto por culpa de horribles pesadillas.

-¿Qué clase de pesadillas?, preguntó Francisco.

La religiosa bajó la mirada, como si sintiera vergüenza de la respuesta que habitaba en su cabeza.

-Es...privado, respondió la hermana Catalina.

Francisco orientó sus preguntas en otra dirección.

-Cuénteme sobre el grupo Jesús te Ama

La religiosa se aclaró la garganta.

-Fui la coordinadora, por poco tiempo. Realizábamos tareas caritativas para huérfanos y desamparados.

-¿Siempre funcionó en la calle Santa Fe?, preguntó Francisco.

No. Antes trabajábamos en el colegio Sagrado Corazón de Jesús, la casa central, hablando en términos económicos, respondió Catalina en tono peyorativo.

-¿Diferencias?

-No voy a hablar de eso. Debido al aumento de chicos de la calle que teníamos que atender se abrieron varias filiales, la nuestra estaba ubicada en Avenida Santa Fe.

-Muy próximo al lugar donde ocurrieron los asesinatos a fines de diciembre del 2014, ¿verdad?

La hermana Catalina frunció el ceño, estaba molesta.

-¿A qué viene ese asunto?, no tiene nada que ver con nuestro tema.

Francisco sacó unos documentos que tenía en una carpeta de plástico. Deslizó los mismos en dirección de la mujer. La religiosa los observó con detenimiento, e hizo una mueca de espanto cuando vio la fotografía de un muchacho que reconoció.

-¿Lo recuerda?, dijo Francisco.

La expresión de angustia de Catalina era pavorosa, cargada de melancolía y dolor.

-Como olvidar a uno de mis niños, sollozó.

Francisco le entregó un paquete de pañuelos descartables, no salía de casa sin ellos.

La mujer, acongojada, lo miró profundamente.

-Fue una noche de terror, respondió angustiada. Los estruendos, gritos escalofriantes y las sirenas que sonaban sin parar... ¡Fue desesperante!, concluyó.

-¿Es cierto que ese joven fue una de las cuarenta y dos víctimas?

Catalina esbozó una leve sonrisa.

-Usted tiene una manera muy particular de juzgarnos.

-No era mi intención, interrumpió Francisco. A pesar de que he buscado exhaustivamente no conseguí información sobre este muchacho. Solo trato de llegar a la verdad, añadió.

La mujer suspiró.

-Se llamaba Agustín Reinoso. Lo encontré recogiendo cartones en la antigua terminal de ómnibus. Tenía diez años.

-¿Cómo fue la vida de Agustín dentro del hogar?, ¿Tuvo dificultades para adaptarse?

-Recibió mucho amor, contención, y no le costó trabajo aceptar a Jesús en su corazón, respondió Catalina. Por los cambios en su voz, Francisco supo que estaba mintiendo.

El periodista volvió a revisar los documentos, comparándolos con información que tenía en su agenda. La religiosa lo observaba, nerviosa como si fuera un estudiante que está esperando el resultado de su examen final.

-¿Cuándo empezaron los problemas con las drogas?, dijo secamente.

La hermana Catalina entornó los ojos, sorprendida por la pregunta.

-No sé de que está hablando...

-No es necesario que mienta, no vine aquí a juzgar, interrumpió.

La religiosa se tomó su tiempo para responder.

-Tenía trece años, llegó pasada las veintiuna e ingresó al templo gritando disparates. Fue un escándalo y una completa vergüenza.

-¿Cómo fue cuando se cambiaron para Avenida Santa fe?, ¿Cómo lo tomo Agustín?

-Como cualquier muchacho que aspira porquerías, respondió fríamente.

-¿Y eso como seria?, insistió el periodista.

-Empeoró. La mayor parte del tiempo estaba drogado. No era precisamente violento, al menos no con las hermanas, pero cuando andaba vagueando...

-Entonces era frecuente que Agustín se involucrara en problemas, ¿verdad?

La mujer lo miró con expresión de obviedad, algo disgustada por las constantes preguntas lastimeras.

Francisco sonrió con culpabilidad y cambió de tema.

-¿Cuántos niños vivían en el orfanato?

-No era un orfanato señor Hawkins, sino un albergue transitorio. Generalmente entre treinta y cincuenta chicos.

El periodista anotó ese dato.

-¿Cree en Dios?, dijo sorpresivamente Catalina. Francisco levantó la mirada lentamente.

-¿A qué viene la pregunta?, dijo nervioso.

-Curiosidad, simple curiosidad.

Empezó a jugar con la lapicera, pasándola de una mano a la otra, moviéndola entre los dedos con agilidad. Una reacción típica cuando algo le incomodaba. Una manía que se originaba en su más profunda e inocente niñez.

-Ha mentido para llegar aquí. No tiene la menor intención en escribir sobre los murales de San Pablo, ¿Me equivoco?

Francisco esbozo una sonrisa avergonzada.

-Lamento haberle mentido, pero fue la única manera de que usted me recibiera.

-Ja, mentir no lo llevará a Jesús. Por otro lado, tiene razón, no lo hubiera recibido, respondió cruzándose de brazos.

Antes de que Francisco pudiera decir algo la mujer se levantó de manera ágil para su edad, fue hasta una pequeña biblioteca y sacó una caja de cartón. Dentro había un cuaderno bastante añejo.

-¿La biblia?, dijo Francisco con humor.

-Señor Hawkins, si quiere triunfar en esta empresa le recomiendo que empiece a buscar su fe, sugirió con vehemencia.

Francisco examinó el cuaderno con relativo interés.

-Son las memorias de todos los niños y niñas que vivieron en el hogar. La experiencia de Agustín también está incluida. A lo mejor puede sacarle provecho.

Guardó el cuaderno en su portafolio y se levantó. Sabía que aquel obsequio era una invitación para retirarse. Catalina caminó a su lado hasta la salida, ninguno dijo ni una palabra.

Ya afuera se despidió de la religiosa. Estaba por entrar al auto cuando una vez más sintió la necesidad de volver a preguntar sobre aquello.

-Hermana Catalina, ¿me permite una última pregunta?

-Usted sí que es persistente, ¿Con que va a torturarme ahora?

-¿Alguno de los niños mencionó ver algo fuera de lo común durante esa noche?

La expresión de la mujer cambió repentinamente, como si se hubiera sumido en un sueño profundo y confuso. Un mundo de pesadillas.

Otra vez esa expresión, pensó Francisco.

-Varias personas afirmaron ver...

-¡Deténgase!, ¡No vaya en esa dirección!, interrumpió la mujer. Los ojos de Catalina se habían vuelto vidriosos, las palabras salían de su boca con torpeza y no paraba de temblar.

-¿Qué es lo que le asusta?

La religiosa no pudo mirarlo a los ojos. Y sin decir más, regresó a paso rápido al interior del hogar.

Francisco también se había acostumbrado a que lo dejaran con la palabra en la boca.

Aquella noche no pudo dormir. Las extrañas reacciones de las personas era un fantasma incomprensible que atentaba contra los muros endebles de su raciocinio.

Un pasado siniestro(Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora