Habitación 42

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Capítulo 15

La neblina se elevó tempestuosamente mientras la joven corría entre la vegetación salvaje e inhóspita. Corría sin cesar; su perseguidor era veloz y ella lo sabía. No comprendía la conexión, tal vez fuera la terrible opresión en su pecho o la sensación de estar cayendo desde una gran altura en las profundidades de un abismo. No importaba, simplemente lo sabía. Sabía que venía por ella.

Pronto las piernas empezaron a flaquear, los músculos de la pantorrilla estaban duros y tirantes como las cuerdas de un arpa, y la piel blanquecina se cubría de hileras de sangre por las espinas que se clavaban impiadosas en su andar. Su respiración era una exclamación sorda. Las plantas de los pies dejaban huellas rojizas en el terreno negruzco. Aún así siguió avanzando.

Su agilidad crecía con el dolor y el cansancio, experimentando una ambigua sensación de bienestar y desesperanza. Tenía la mente en blanco, no había coherencia en aquella jungla sin comienzo ni final.

Empezó a llorar y sus pensamientos se encendieron abruptamente como el motor de un auto viejo  y descuidado. Pensaba en la vida y en la muerte, en la alegoría del camino que recorría inevitablemente hacia uno u otro destino. Oyó a la muerte susurrar y sintió miedo. Corría con más ímpetu, pero su cuerpo parecía flotar en el aire, como si la gravedad impusiera nuevas reglas en el juego. Oyó un rugido y temió por su vida. Por su mente circulaban imágenes de una mujer extraviada en un mundo hostil que era alcanzada por una criatura indescriptible. Salvajismo en su máxima expresión.

Borró las perturbadoras imágenes y continuó avanzando. Vio una luz en la lejanía que parpadeaba tímidamente en la oscuridad.  Mientras más avanzaba el orbe de luz fue haciéndose más intenso y cálido.

Resiste. Se decía una y otra vez.

Los destellos luminosos le hacían arder los ojos pero aún así avanzó. Quería abrazar la esfera rojiza que flotaba como un diminuto sol naciente.

Tuvo esperanzas y la soledad que era su compañera se consumió entre las llamas de luz.

Oyó nuevamente a la bestia, el acechador nocturno, El eterno devorador. El ruido de las cadenas se hizo más intenso. Un lamento infantil descendió en forma de lluvia cristalina y congeló su corazón en una capa de tristeza. Entonces la muchacha blanquecina tropezó.

Sintió náuseas. Todo giraba a su alrededor. Había caído pesadamente sobre la tierra húmeda. La desorientación fue abrumadora. De pronto reinó el silencio y la oscuridad se situó a su lado como un caballero.

Paulatinamente fue recobrando el sentido. Abrió los ojos y sólo vio una tenue luz que parecía una estrella agonizante. Esta se posó como una mariposa en una flor marchita y mágicamente nació un oasis. Fue lo más bello que jamás había visto.

Caminó somnolienta hasta el pequeño islote. Se maravilló por las flores que crecían como arcoíris deslumbrando con colores sin nombres y aromas exquisitos. De un arrollo el agua cristalina bañaba suavemente la tierra fértil bajo sus pies. Sus heridas sanaron al mínimo contacto. Entonces reparó en el niño.

Era de rostro alegre, sereno. Su piel tostada como el trigo era deslumbrante, y sus ojos celestes tenían la frescura del cielo perfumado. El niño sonreía, inmóvil desde la ensenada.

-Cuarenta y dos, susurró y su voz sonó femenina.

-¿Cómo te llamas?, preguntó la joven.

El niño no respondió. Señaló con su delicada mano en dirección hacia una zona cubierta de vegetación grisácea, marchita. Una nube  púrpura que expedía olores nauseabundos cubría aquella zona. Las plantas sin vidas comenzaron a crujir dejando al descubierto dos puntos rojizos que palpitaban como un corazón agonizante.

Un pasado siniestro(Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora