Lápidas infantiles

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Capítulo 9

Del diario del señor Arnaldo Peralta.

14 de marzo del 2023. Hoy se cumplen cinco años desde que perdí mi libertad. Aún no encuentro paz en este calabozo frío y miserable. Dios no se ha olvidado de mí y me envió a Oscar. El resto de las cucarachas le llaman Martillo de Hierro aunque desconozco el porqué de tan ridículo apodo. Oscar es mi amigo. Él me escucha...

Las ratas encerradas en esta cloaca son de la peor calaña. Asesinos, violadores, maricas. La matriz cada vez más enriquecida y el país hundiéndose entre la mierda de sus progenitores.

Está desolación es una pesadilla, mi cuota de pago. Si hubiera hablado, ¿habría sido diferente?, ¿me hubiesen creído?

Lo de las cintas no fue un error, al menos no mío. Fueron órdenes directas. ¡Órdenes! Sentí miedo y aún lo sigo sintiendo.

Nadie me hubiera creído, y sólo pensaba en olvidar lo vivido. Fue imposible lo que mis ojos me enseñaron. ¡Oh Dios, dime que mi mente me ha engañado! ¡No vi morir a esas personas! ¡No las vi morir! . . . Piensa... Sí, todas murieron.

... me cansé de anotar fechas. No importa, aún sigo en este hueco.  Los ronquidos de Oscar me mantienen despierto y se lo agradezco. Odio dormir por las noches.

Ese niño envuelto en llamas ha vuelto a aparecer en mis sueños. Viene por mí...

He visto mis pies correr por un bosque oscuro y profundo, cubierto de árboles profanos que se abalanzan sobre el camino arenoso de manera irreal.  Mientras más avanzó, en cámara lenta como si viviera en un films, aquella risa grave se vuelve cada vez más histriónica. Malvada.

Tropiezo y caigo de cara al suelo. Me lastimó el rostro con una Roca, pero luego me doy cuenta que no es una roca, sino un pedazo de hueso. El camino está revestido de cadáveres podridos que gimen, lloran y se quejan. Entonces mi madre aparece de la nada y me reclama por mi silencio. ¡Lo siento mamá!  ¡Tuve miedo!

Ella sigue ahí, en su silla de ruedas, mirándome con furia mientras los cuerpos se consumen en llamas doradas y azuladas. De pronto las calaveras empiezan a reír. Ahí despierto, y el miedo se vuelve real.

... lo escribo para ti. Confió en que podrás liberarme. Descubrir la verdad que se ha ocultado minuciosamente. Si eres atento y tu corazón arde de valor, la mentira morirá. 

... he vuelto a soñar con aquella noche. Él estaba ahí. Observando desde el interior de las llamas y no se quemaba.  Sus ojos negros resaltaban ante el fuego, como dos trozos de carbón sometidos al calor infernal. ¡Oh Dios, ¿por qué dejaste que me mirara?!

Odio dormir pero mis párpados son dos mariposas agonizante... la imagen de un viejo cementerio en ruinas es la clave, el origen, la respuesta. Ahí ocurrió algo atroz, ahí se desencadenó la tragedia. En el viejo cementerio del oeste.

Francisco detuvo el auto en la plazoleta Avellaneda. Al frente aparecía como si fueran ruinas romanas el colosal cementerio dolor Oeste.  El oxidado portón estaba entre abierto, a lo lejos las siluetas grisáceas de las lápidas se mezclaban con una fina capa de niebla.

Cuando Francisco se aproximó a la puerta el sereno salió a su encuentro. No tuvo muchos inconvenientes para convencerlo de que le permitiera la entrada. Los hombres solitarios cuyos trabajos nocturnos suelen ser muy rutinarios y monótonos aceptan con gusto de una placentera compañía.

-Hijo, este es sin duda el mejor trabajo de todos. Sin jefes y los empleados se mantienen en silencio, ¿comprende? Francisco no opinaba lo mismo, trabajar entre muertos le parecía sobradamente aburrido.

El sereno se llamaba Ignacio Núñez, un anciano de 71 años que trabajaba desde el 2005 en aquel panteón de difuntos. Era un hombre de corta estatura y bastante delgado, tenía la cabeza rapada y sus rasgos faciales generaban entre los visitantes pensar en aquellos lejanos y misteriosos monjes orientales. Su carácter era sencillo y amable, muy típico entre los hombres de campo.

Francisco no tuvo la necesidad de plantear ninguna estrategia para obtener la información que requería, una vez que mencionó el tema el anciano se lanzó a parlotear con un entusiasmo juvenil.

-¿Que tanto recuerda de fines de ese año?

Ignacio se rascó la cabeza, con el entrecejo ceñido y la mirada en el cielo.

-Aquello fue un revuelo. ¡Vaya dolor de cabeza para la Provincia! Aún el ruido de las sirenas me pone la piel de gallina, exclamó. Pero no es bueno hablar de cosas tristes con el estómago vacío, ¡Venga, acompáñeme a unos mate!, agregó sonriendo,

Charlaron con familiaridad sobre temas triviales. Francisco la estaba pasando bien, y era la primera vez que no sentía la necesidad de empezar a disparar preguntas a lo loco.

La temperatura había descendido bruscamente y la tenue neblina se elevó considerablemente llegando a ocultar en un velo espectral algunas lápidas. El cielo estrellado sin luna parecía irreal cuando uno reparaba en su belleza. Refugiados en la sencilla pero cálida casilla, parecían dos aventureros complacidos por las llamas de la fogata que ardía con vida consumiendo ramas secas, tal vez del algarrobo junto a la morada del doctor Padilla.

Luego de una hora,  Ignacio propuso dar un paseo entre los muertos; Francisco pensó que era una buena oportunidad para buscar alguna pista. Mientras el anciano narraba con devoción las proezas de su abuelo, un Mercader italiano caído durante la Segunda Guerra Mundial, Francisco observaba cada lápida, cada decoración que resultara relevante. Se estaba guiando por el camino abstracto de los sueños proféticos de Arnaldo Peralta; sí lo escrito en aquel diario era cierto, la tumba de un niño en especial debería sobresalir. Pronto se sintió un tonto, reprochándose a sí mismo por ser tan descuidado. Había cientos de tumbas de menores y tomaría un día entero estudiarlas a todas. Además, no sabía que buscaba en especial.

Al final,  luego de unas vueltas más, decidió marcharse. Se sentía frustrado, y sólo pensaba en deshacerse de aquel diario.

Se despidió del anciano que no ocultó su malestar ante su partida. Salió del cementerio con aire pensativo. Entró al auto y puso el motor en marcha. Tenía una llamada perdida pero no le dio importancia.

-Oiga amigo, vuelva cuando guste. ¡La próxima le cuento alguna historia de terror!, gritó el sereno desde el portón. Francisco tocó la bocina como señal de aprobación. No había avanzado ni doscientos metros y frenó abruptamente.

-¿Historias de terror?, dijo pensativo.

Puso marcha atrás y se detuvo frente a la entrada del cementerio. Tocó dos veces la bocina. Don Ignacio apareció rápidamente, cojeando por la vejez pero con una sonrisa juvenil en el rostro.

-Dígame, ¿Cual es la historia más popular que se cuenta del cementerio?

El anciano no dudó.

-Hay dos, respondió representando el número con sus dedos. La primera trata sobre una gitana, una mujer anciana que fue atropellada durante los ochenta. Justo sobre avenida Mate de Luna. Cuentan los vecinos aledaños que su espíritu atormenta a cualquier conductor imprudente, agregó.

-Suena terrorífico, respondió con complicidad.

El anciano asintió como un niño entusiasta.

-La segunda es mi favorita. Hace más de un siglo, un niño fue asesinado justo aquí. Víctima de una secta satánica, exclamó.

-Me encantaría que me contará más sobre ese niño, respondió con una enorme sonrisa de satisfacción.

Un pasado siniestro(Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora