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Capítulo 8

-¿Estás aquí sólo por esto? , dijo Ana sosteniendo un paquete apretado de viejas hojas amarillentas.  Gabriela estaba acostada en la cama quitándose la calza de manera provocativa. Francisco pensaba en la manera de escapar de la situación, pero le costaba desviar la mirada y ordenar sus pensamientos.

-¿Que sucede bonito?, ¿te comieron la lengua los ratones?, susurró Ana entornando los ojos de forma seductora.

-O las gatas, agregó Gabriela. Ambas estallaron en una contagiosa carcajada. Su risa alegre y despreocupada hizo se Francisco sonriera por dentro.

-Sólo necesito el diario, eso es todo, dijo con voz grave.

Ana comenzó a quitarse la remera, lentamente y sin apartar la mirada del abrumado periodista. Francisco se volteó y buscó enfocarse en otra cosa.

-Nnoo tieenes quee hacer eso, tartamudeó.

-¡Tranquilo! , ¿Nunca viste dos bellezas como Dios las trajo al mundo?, exclamó Gabriela. Luego beso tiernamente los labios de su amante. Ana dejó escapar un gemido de placer.

Francisco fingió indiferencia. Puso su atención en el decorado de la habitación. Algunos retratos sobre el modular, cuadros de autores anónimos y los finos adornos sobre una bonita mesa de algarrobo. A un costado de la puerta había un escritorio repleto de libros y apuntes de derecho e historia. Divisó entre ellos una novela que había leído recientemente, Salen Lot, del fallecido Stephen King. En ese momento recordó su infancia, y no pudo evitar sentir un prologado escalofrío que erizó los bellos de la nuca.

El murmullo de las chicas lo sacaron de un tirón de aquel lejano pasado. Miró de reojo y rápidamente volvió a enfocar su mirada en cualquier objeto sin características sexuales. El departamento era bastante espacioso, tenía una sala principal y dos habitaciones con sus respectivos baños. La decoración era sencilla, en corte contemporáneo.

-¿Vas a prestarme el diario?, dijo de repente, sin haberlo pensado.

-Quizás... ¿Vos que nos darás a cambio?, dijo Ana con picardía. Gabriela parloteaba a su lado como una adolescente.

Francisco comprendió que tenía que negociar.

-Está bien, ¿Cuánto?

Las chicas se miraron, conteniendo la risa.

-¿Cuatro horas?, podes aguantar eso supongo, agregó Gabriela. Ana se cubrió el rostro con la almohada para contener la risa.

-Cuánta plata me va a costar el diario, explicitó a secas. Estaba empezando a ponerse de mal humor.

Ana negaba con la cabeza mientras mantenía una sonrisa primaveral.

-El dinero no me interesa. Quiero que pases la noche con nosotras. Te susurraré al oído mis más íntimos secretos. La voz sensual había provocado que Gabriela comenzara a deslizar caricias más intensas.

Francisco tosió para aclararse la voz.

-Esto... no va a suceder. Tengo novia.

-No te preocupes, no se lo diremos, respondió Gabriela mientras se deleitaba con los besos de su amante. Ana sonreía de placer.

-¿Seguro no queres sumarte a la fiestita?, ronroneó mientras se mordía el labio inferior.

Francisco no respondió. Miró la hora y pensó que había perdido mucho tiempo en ese lugar y que no conseguiría su propósito.

-Me voy, dijo a secas.

¿Te  vas sin esto?, dijo Ana mientras alzaba el diario a la visto para luego ocultarlo entre las piernas en Gabriela.

Francisco salió de la habitación.

-¿Me ayudas a quitarle los pantalones? , gritó mientras cruzaba la puerta.

Francisco se sentía decepcionado, pero se negaba a perder una fuente importante como era el diario de Peralta. Antes de salir del departamento dejó una nota escrita con su teléfono para que otro día pudieran hablar sin la presencia de Gabriela.

En ese momento apareció Ana tras de si. Sólo llevaba su ropa interior. Sonreía con picardía mientras cruzaba los brazos por detrás de su espalda, su mirada lucía inocente.

-¿Es cierto lo que dijiste, que tenes novia?

-Sí, es cierto.

Ana sonrió. Cuando lo hizo, Francisco pensó en un ángel.

-Un hombre fiel, quien lo diría. Es tuyo, te lo has ganado, dijo mientras le entregaba el conjunto de hojas añejas.

Francisco se sorprendió. No imagino el gesto de la joven y pronto se arrepintió de haberse disgustado con ella.

-Muchas gracias.

-Ven a visitarnos cuando quieras. Gabi cocina unas galletas exquisitas. Y no te preocupes, no volveremos a acosarte.  Francisco se sonrojo por décima vez.

-Bueno,  gracias.

-Ahora te tengo que dejar. Gabi odia esperar cuando está punto caramelo, agregó guiñando un ojo.

Francisco se despidió. Eran casi las dos de la mañana. Entró a su auto y empezó a hojear el diario del oficial. Su nuevo destino marcaba las viejas y grisáceas lápidas del arcaico cementerio del oeste.

Un pasado siniestro(Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora