Capítulo 25

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—Anna, supongo que no te acordarás de ellos, son los que más han cambiado física y mentalmente. Antes eran unos sabelotodo y ahora son unos gilipollas más en el Instituto. —se burló Jesús, seguramente queriendo evitar lo que había dicho el moreno anteriormente.

—Imbécil —el rubio, que se había sentado al lado de Jesús, le dio una colleja—. Yo soy Gabriel Garcia. —se presentó con una sonrisa.

Al hablar pude ver como este tenía un pircing en la lengua, era una pequeña bolita plateada que le daba a su boca un destello metálico.

—Y yo Jude Díaz. Todo el mundo nos llamaba los siameses, ya sabes, por que estábamos siempre juntos y todo eso. —se presentó el chico moreno.

Me giré para ver al segundo, entonces me di cuenta de que este, en vez de en la lengua, tenía el pircing en la ceja derecha, le quedaba bien, si su flequillo largo le daba un pequeño aire de chico malo, el pircing lo complementaba a la perfección y, por si fuera poco, cuando se reclinó hacia atrás en el banco, pude entrever como el final de un tatuaje subía a su cuello.

—Ya me acuerdo de vosotros, Daniel os pedía los apuntes cuando faltaba a clase por que no entendía mi letra. —comenté entre risas.

Habían cambiado demasiado como para poder reconocerlos, hacía tres años llevaban gafas redonditas, al estilo de Harry Potter, y unos brackets plateados, pero, al parecer, habían sustituido todos los elementos que les hacían ver como unos críos por pircings y, que les daba un aire de chicos malos que desentonaba radicalmente con su anterior estilo.

—Pero, ¿vosotros no llevabais gafas? —les miré a ambos, consiguiendo dejar de reír por unos momentos.

—Las seguimos llevando, pero solo nos las ponemos cuando queremos atender en clase o vemos la televisión, aunque ahora son más modernas. —comentó Gabriel sacando unas gafas del bolsillo de su pantalón, estas tenían la parte superior de pasta y la inferior de alambre plateado.

—Bueno, ahora —me giré hacia Jude—, ¿por qué has dicho que Jesús se culpó de que me fuera? —quería respuestas, respuestas que tuvieran algo de sentido.

Todos nos giramos hacia Jesús, esperando que fuera el susodicho el que explicara su historia, su punto de vista. Este nos miró a los ojos, uno por uno, hasta rodar los ojos y fijar su mirada en sus deportivas negras.

El día que perdimos la inocencia. [Gemeliers]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora