Capítulo 56

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Corrimos alrededor de dos minutos, fue entonces cuando dejamos de oír un tercer par de pasos, los que procedían del policía que nos había estado siguiendo, pero que, al parecer, desistió en su intento de cogernos y decidió parar de correr, para volver con sus compañeros. En cambio, nosotros, seguimos corriendo hasta que llegamos a un lugar que no reconocía muy bien, no recordaba aquél sitio con exactitud, pero sí me resultaba realmente familiar.

—¿Dónde... Estamos? —pregunté, entre jadeos, tratando de que Jesús me entendiera y, además, intentando recuperar un ritmo de respiración normal.

Cogió una bocanada enorme de aire, para luego soltarla en escasos segundos, repitió eso mismo hasta que su pecho dejó de subir y bajar a un ritmo desenfrenado, entonces, me miró y se decidió a responder:

—A una calle del cementerio, vamos a ver si hay alguien por aquí. —explicó, pasando su mano por su frente, llevándose con la palma gran parte del sudor que se había acumulado bajo su pelo.

Asentí levemente, consiguiendo por fin recuperar mi ritmo habitual de respiración, para luego mirar a Jesús, buscando una expresión de calma o seguridad, pero no hallé eso, si no una mirada de miedo e incertidumbre.

—¿Crees que los demás estarán allí? —pregunté nerviosa, alisando la tela de la falda del vestido, que se había arrugado al correr para que no nos pillaran.

—Eso espero, si no, llamaré a mi hermano para saber dónde está cada uno. —comentó Jesús, pasando una de sus manos por su pelo, desenredando parte de los mechones que caían hacia delante, tapando su frente.

Asentí, no muy convencida de que fuéramos a encontrar alguien allí, la simple imagen de Maya, Jude, Daniel y Gabriel esperando en la puerta del cementerio era más bien como una fantasía.

Ambos comenzamos a andar, en silencio, camino a el cementerio, que se encontraba a unos cuantos metros de nosotros, lo único que se oía en aquellos momentos eran las suelas de nuestros zapatos chocar contra el asfalto, además de algún grillo, escondido en la oscuridad.

—No veo a nadie. —murmuró Jesús, desilusionado, cuando a penas quedaban cinco metros para estar frente a la gran puerta de metal negro, que introducía un extenso recinto lleno de tumbas.

—Quizá aún no hayan llegado. —suspiré yo, tratando de ponerle algo de esperanza a la situación, aunque era poco probable que alguien diera señales de vida, nunca mejor dicho.

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⏰ Última actualización: Jun 10, 2019 ⏰

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El día que perdimos la inocencia. [Gemeliers]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora