Capítulo 14

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Solté un largo suspiro y me dirigí con rapidez hacia mi clase, dábamos latín en la parte más nueva del Instituto y, por tanto, la más alejada de la puerta de salida al patio. Lo sabía por que le había preguntado a una chica que parecía tener mucha prisa. Aún así, no sabía exactamente a qué clase debía ir, y eso me ponía nerviosa, tenia la sensación de que iba a hacer algo mal.

—Anna. ¿A dónde vas? —preguntó Jesús a mis espaldas, posando su mano en uno de mis hombros.

Había vuelto a aparecer de la nada, como el ángel de la guarda que acudía a salvarme cuando no encontraba el lugar al que debía ir en aquél enorme edificio, donde, al parecer, me perdía con gran facilidad.

—Busco mi clase. ¿Sabes donde se da clase de latín? —respondí, tras darme la vuelta hacia el y mirándolo con toda la esperanza que había en mí brillando en mis ojos.

—Claro, yo voy hacia allí, vamos. —aseguró con una sonrisa amplia, que dejaba a la vista sus perfectos dientes blancos.

Asentí sonriendo y, después de que él empezara a andar, yo le seguí unos pasos por detrás, no quería perderlo de vista o habría metido la pata hasta el fondo.

Paró frente a una puerta, igual a todas las demás que llenaban el edificio, paré junto a él y le sonreí amablemente, a forma de agradecimiento.

—Muchas gracias. —le agradecí, antes de que este me sonriera de vuelta y abriera la puerta del aula.

Se hizo a un lado, dejándome pasar por delante de él, entré en la clase y miré a mi alrededor, todos los sitios estaban ocupados, excepto dos mesas pegadas a un lateral de la estancia. Me dirigí allí sin pensarlo dos veces, seguida de cerca por Jesús, me senté en una de las sillas, la más pegada a la pared. Justo cuando él se acomodó junto a mí entró una profesora, era alta, de pelo negro, largo y brillante, e iba vestida con una camisa blanca, con dos botones de esta desabrochados, y una falda negra que le llegaba dos palmos y medio por encima de la rodilla.

—Es muy borde, yo que tú tendría cuidado, ya sea con lo que dices, haces, escribes o entregas. —me aconsejó Jesús en un susurro tan bajo que hasta a mí, que era a la que se lo estaba diciendo, se me hizo realmente difícil entender lo que quería comunicarme.  

El día que perdimos la inocencia. [Gemeliers]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora