Capítulo 8

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—Ya estamos aquí. —anunció escasos segundos después, parando en seco frente a una puerta gris, con su correspondiente cartel que indicaba "D06".

—Muchas gracias... —le agradecí, parándome para intentar que finalizara mi frase con su nombre.

—Jesús, Jesús Oviedo. —terminó él con una amplia y amable sonrisa de oreja a oreja, pero la expresión que debí poner yo no le agradó mucho, ya que cambió la suya por un ceño semi-fruncido.

Estaba segura de que mi rostro en ese momento debía ser como un cuadro, me había quedado de piedra al escuchar su nombre, aún no podía asimilar el hecho de que el chico tan amable que me había ayudado hacía veinte segundos era el mismo chico que hacía tres años atrás había tratado de hacerme la vida imposible en diversas y numerosas situaciones, no podía creer que ese chico fuera Jesús Oviedo, el hermano gemelo de mi antiguo mejor amigo.

—Y tu... ¿Eres? —preguntó haciendo volar su mirada por todo mi cuerpo, desde la punta de mis pies hasta mi cabeza.

—Anna Simmons. Hacía mucho que no te veía, Jesulín. —comenté, recordándole la manera en la que le solía llamar hacía tantos años, tratando que así me reconociera.

Dicho eso, y sin esperar ninguna respuesta por su parte, entré en mi clase, sumiéndome de lleno en una marea de gritos, cuchicheos y trozos voladores de goma de borrar, aquello era un absoluto caos.

—¡Ey, tú! ¿Eres nueva? —gritó una voz femenina proveniente de una de las mesas más alejadas de la puerta.

Dirigí mi mirada hacia ella, encontrando una mirada de ojos azules profundos clavada en mi y un dedo índice señalándome, acusador.

—¿Yo...? —pregunté algo confusa, señalándome a mí misma, y mirando a mi alrededor, buscando a otra persona a la que pudiera referirse.

—Sí tú. —respondió y me indicó con su mano derecha que me acercara a ella y al grupo de gente que la rodeaba, en el que se incluían a dos chicos y a tres chicas que nunca había visto antes.

—¿Eres nueva, guapa? —dijo uno de los chicos, mirándome detenidamente de arriba a abajo, como si fuera a perderse alguno de los detalles de mi cuerpo, lo que me hizo sentir incómoda.

—Más o menos. —me encogí de hombros levemente, repasando cada uno de los rostros que se agolpaban, entonces, a mi alrededor.

—¿Cómo que más o menos? —insistió la misma chica que me había hablado antes.

El día que perdimos la inocencia. [Gemeliers]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora