Capítulo 38

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Su casa a penas había cambiado, los porta-retratos mostraban fotos de toda la familia, pero mucho más joven, y de unos Jesús y Daniel que me recordaban los buenos momentos de hacía tres años. Los muebles si habían cambiado, eran más modernos, pero la disposición de todos ellos no había variado. De repente, me sentía la niña de catorce años que había abandonado aquel lugar, ver todo aquello me hacía sentir que había vuelto de verdad, que todo eso era real, que no estaba metida en un precioso sueño del que despertaría de un momento a otro.

  —Bueno, ¿por dónde empezamos? —preguntó Daniel, sacándome de mis pensamientos con rapidez y haciéndome volver de inmediato al mundo real.

  —¿Tienes la bebida y la comida? —lo miré, tras varios segundos pensando en todo lo que debíamos hacer en menos de una hora.

—Sí, la bebida en la nevera y todos los aperitivos en un armario.—respondió enumerando todo ello con los dedos de su mano.

 —Creo que lo primero que deberías hacer es guardar todas las cosas frágiles y de valor, además, cierra las puertas de las habitaciones con llave, cualquiera podría entrar y follarse a cualquiera en tu cama. —le recomendé, soltando de vez en cuando alguna risita por las caras de diversión que éste ponía.

  —Tienes razón, sólo yo me puedo follar a alguien en mi cama.  —comentó riendo conmigo, que, nada más terminar de hablar no había podido evitar estallar en carcajadas.

  —Luego, pondría los aperitivos en boles y eso, además, cerraría todos los cajones y armarios de la casa. —dije, una vez ambos hubimos terminado de reír como dos locos desquiciados.

Él asintió con convicción, dándome la razón sobre lo que había dicho. Al parecer, estaba de acuerdo conmigo en todo.

  —¿Nos repartimos las tareas? Así terminamos antes y no hacemos tantas cosas. —razonó, mirándome a los ojos con una amplia y dulce sonrisa.

Le sonreí de vuelta, asintiendo con la cabeza, indicando que me parecía una buen idea el hecho de repartirnos las tareas, así yo podría ir con tiempo a mi casa y ducharme antes de que apareciera Maya para ayudarme a arreglarme. 

Estar con Daniel me gustaba, me hacía reír y, aunque hubiera cambiado mucho, sobre todo físicamente, sabía que seguía siendo el mismo niño cariñoso y comprensivo que había sido mi mejor amigo durante tanto tiempo, o, al menos, eso pensaba.

El día que perdimos la inocencia. [Gemeliers]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora