Capítulo 30

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Leí la nota varias veces hasta que me vi con fuerzas para abrir la caja, esta contenía unos auriculares blancos y un pequeño pen-drive de color azul cielo. Saqué ambas cosas y las observé detenidamente, hasta que supuse que en el pen-drive contendría música o algo por el estilo.

Subí a mi habitación rápidamente, con la nota y ambas cosas en mis manos, una vez allí encendí mi ordenador portátil y conecté el pen-drive, esperando a que el dispositivo lo leyera y me dijera de una vez por todas que contenía. Y, en efecto, tenía cerca de veinte canciones de diversos estilos, cantantes etc. Me puse los auriculares y seleccioné todas las canciones, haciendo que se reproducieran de manera aleatoria.

Las baladas se intercalaban con el sutil pop inglés, mientras en mi mente daba vueltas la misma pregunta:
«¿Quién me ha mandado todo esto? Tiene que ser alguien que sepa mi dirección.»

No dejaba de anotar mentalmente los nombres de la gente que sabía que seguía viviendo en la misma casa que hacía tres años, no creía que nadie fuera a arriesgarse y mandar un paquete a una dirección sin saber si era la correcta. En esos momentos mi lista era muy reducida, tan corta que simplemente había dos hombres: Jesús y Daniel.

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A la mañana siguiente se me hizo realmente difícil levantarme, me había quedado hasta tarde escuchando las canciones del pen-drive una y otra vez. Me encantaban, la mayoría eran de grupos que no conocía o de los que simplemente había oído hablar, pero todos eran magníficos, cada uno tenía su toque personal y eso era algo que se notaba.

Al llegar al Instituto, esta vez andando, a la primera persona que vi fue a Daniel, que se encontraba sólo, apoyado en el muro gris del Instituto, mirando a sus deportivas negras con un aire ausente.

—Buenos días. —le saludé cuando estuvimos a sólo un metro el uno del otro.

Este levantó la cabeza con rapidez y me miró con una amplia sonrisa en el rostro, se acercó a mi, hasta que estuvimos a escasos centímetros y agarró mi barbilla, levantándola con su dedo índice, consiguiendo que así nuestros ojos se encontraran de repente.

—Te estaba esperando. —susurró sobre mis labios, sin borrar su sonrisa se los suyos.

Nuestros labios se acariciaban, deseando juntarse de una vez por todas para fundirnos a ambos en un beso.

El día que perdimos la inocencia. [Gemeliers]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora