Prólogo.

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Sus ojos se abrieron de repente, lo primero que logró captar fue el cielo despejado de la mañana. Era lindo, pero no entendía… ¿Por qué era eso lo que veía? Hasta donde recordaba, iba en su auto de camino a casa. Por la noche, no por la mañana. Pensó, sería un sueño. Aunque un dolor punzante en el cuello y bastante real le hacían pensar lo contrario.

Se incorporó aún con el dolor en el cuello, volteó a todos lados, no había mucho que ver, más que un árbol grande a un par de metros. Había mucho pasto, muy verde y de no ser porque lo sentía en las palmas, pensaría que no era algo natural. Eran kilómetros y kilómetros de solo pasto. No había las típicas montañas al fondo cubiertas por nubes o nieve.

Se levantó del suelo aún con la misa pregunta en mente;

¿Qué hacia ahí?

Caminó un poco en busca de alguien que le diera alguna razón o la respuesta a esa pregunta. Caminó un par de minutos sin tener idea de a donde en realidad, pasó de lado del árbol que antes había visto y, en éste, notó algo que no había notado antes desde lejos. Había alguien, o algo sentado con la espalda recargada del tronco, con una larga túnica negra que tapaba incluso su rostro. Decidido, se acercó a hablarle. Se sentía asustado al no saber donde estaba. En tanto la sombra del árbol lo cubrió, tomó valor para hablar.

 – Ah, ¿Hola? –Murmuró con cierto miedo de saber lo que “esa” cosa era.

La “cosa” alzó la vista y, para sorpresa, se trataba de una joven de cabellos negros y ojos del mismo color, con la nariz un tanto respingada y los labios libres de cualquier labial. Lo miraba, y parecía solo una cabeza sobre un gran manto, puesto que ésta era lo único que lograba ver del cuerpo.

Por la atención en que veía los rasgos de la cara de la joven, nunca notó que ésta se había levantado. No era muy alta, a decir verdad y cuando la observó con mejor detenimiento notó un par de alas a cada uno de sus costados, pensó, en primera instancia, sería un ángel o algo parecido. Pero al ver el color de ellas, supo que no era así puesto que eran de un color negro muy profundo.

Hasta donde sabía, lo poco que sabía realmente, era que las alas de un ángel eran de un blanco azulado ¿No?

– ¿Q-quién eres tú? –Inquirió con el mismo nerviosismo, pellizcando insistentemente su brazo por detrás de la espalda para asegurarse que era un sueño. Pero no lo era. El dolor en su brazo le daba a entender que no lo era, también el dolor constante en su cuello y, el nuevo dolor de cuerpo entero que tenía.

Ella sonrió con amplitud, acercando el par de mangas negras hacia él, de las cuales salieron dos pequeñas y aparentemente delicada manos que tomaron un mechón del cabello azabache de otro.

– Soy tú demonio, cariño –Su voz, era la combinación de un tono amigable y un tono que daba escalofríos, sonrió dulcemente esta vez. Aunque sus ojos no parecían estar conectados con esa bella sonrisa.

– ¿De-demonio? –Balbuceó estúpidamente– ¿por qué estoy con algo… con algo cómo tú? –La joven enarcó una ceja, parecía algo enfadada con el adjetivo que le habían impuesto.

– Estás conmigo, por el simple hecho de que tú día llegó, estamos en el Limbo –Extendió sus brazos señalando el lugar, sin borrar esa simple sonrisa– estás muerto, y yo me he encargado de eso. Un patético accidente de auto.

Él notó una corriente de frío pasar por su espalda.

– Es… es una broma ¿no? –Musitó intentando reírse, más no salió nada– yo… tengo que volver con Jane… ella… mi hijo… –Seguía intentando reír, llevó ambas manos a su cabeza y la joven solo lo observaba sin decir nada– no puedo dejarla, no pude dejarla.

– ¿A Jane? Oh, no, no. En absoluto, ella no está sola –Casqueó la lengua mientras el otro la observaba con lágrimas cayendo de poco de sus ojos. Hizo un par de movimientos con sus manos en el aire, terminando éstos en un aplauso. Y, al separarlas lo que parecía un espejo comenzó a alargarse de ellas– ella está bien.

Y en ese mismo apareció la imagen de una joven de cabello rubio y un poco alta. Una sonrisa se dibujo entre el mar de lágrimas, pero ésta se borró al instante al ver que en la misma imagen aparecía alguien más. Un hombre, alto, de cabello corto y lacio. Y la imagen los mostraba a ambos, besándose. Engañándolo.

– Eso… eso no es cierto –Murmuró aún incrédulo, negando frenéticamente sin despegar la vista del “espejo” – mi hijo…

– No, no es tú hijo.

– Mientes…

– ¿Qué ganaría yo con mentirte? –Preguntó ella, con una ceja enarcada. Un par de balbuceos como intento, más ni una respuesta a ello. Un suspiro le dio a entender a ella, que él se había rendido– ¿Tienes algo más que decir? No tienes más razones para regresar, tú hermano ya falleció y tú madre no habla contigo desde entonces. Tú trabajo no te da para nada y tú “familia” resultó ser un fiasco.

– ¿Cómo es que te llamas? –Preguntó él, con un tono de tristeza en su voz. Mirándola con los ojos llorosos aún y sorbiendo un par de veces con la nariz. Ella lo miró un par de minutos, expectante. Hasta que al fin, volvió a esbozar esa sonrisa y alzó la cabeza con algo que parecía ser orgullo.

– Mi nombre es Kira –Afirmó– me ha encantado hablar contigo, querido Jonathan

Desde Cero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora