—Dos meses antes—
Arrugó la nariz y frunció el ceño cuando ya no pudo seguir escapando de los molestos rayos de sol que apuntaban directo a su rostro. Resignado a tener que despertarse, se estiró como un gato en la enorme cama en la que estaba acostado y... un momento, ¿enorme cama? No, algo estaba mal. ¿Por qué no sentía ningún pequeño cuerpecito pegado al suyo, hartándolo de calor y babeándolo un poco? Además, el colchón en el que estaba acostado era demasiado grande y cómodo, no había bultos que machacaran su espalda, y la almohada en la que reposaba su cabeza era perfecta para sus cervicales...
Abrió los ojos como un rayo al recordar que en su habitación tampoco había una ventana suficientemente grande como para despertarlo por la luz que dejaba de entrar. Miró a su alrededor desde la posición en la que estaba, siendo recibido por las impresionantes vistas de toda la capital desde el gran ventanal enfrente suyo.
Oh, entonces lo recordó. Él no había regresado a casa la última noche, sino que había tenido la suerte de dar con un pez gordo; al parecer la decisión de arriesgarse e ir hasta el barrio dorado había sido acertada. Hasta ahora ninguno de sus clientes podría haberse permitido algo más que el motel barato al lado de su esquina habitual.
Se incorporó poco a poco, soltando unos cuantos quejidos de dolor cuando sintió su cuerpo entero acalambrado. Miró a su lado y arrugó la nariz en una mueca de asco al ver a un alfa de más de sesenta años durmiendo a su lado. Sí, ahora recordaba su noche. Había sido asqueroso y cero placentero, y encima había dejado marcas por todo su cuerpo que serían difíciles de esconder. Echó un vistazo a los moretones en sus muñecas y maldijo, serían difíciles de esconder frente a su familia.
Asqueado, se levantó de la cama con cuidado, sintiendo sus piernas débiles y temblorosas al tiempo que sus caderas chillaron de dolor. Joder, odiaba estar con alfas, ellos siempre eran unas bestias sin consideración. Aprovechando que estaba en un hotel de los buenos y que no pagaba él, se dio un baño con agua caliente; ya ni siquiera recordaba la última vez que había tenido el privilegio del agua caliente en su vida.
Antes de entrar en la bañera, se quitó el collar de protección de su cuello, sintiendo náuseas al ver los rastros de mordidas en la parte trasera. El solo pensamiento de poder quedar marcado por alguien le producía una horrible sensación por todo su cuerpo.
Limpió su piel con fuerza para quitar cualquier rastro del olor del alfa, cuidadoso de que su familia no pudiera sospechar nada, y masajeó sus piernas y caderas, aún acalambradas por la noche con el cliente. Cuando se sintió lo suficientemente limpio —a pesar de que la suciedad que sentía por vender su cuerpo jamás se iría—, salió de la ducha, evitando mirarse en el espejo; no necesitaba ser el destrozo que habían hecho en su piel.
Cojeando levemente, buscó su ropa esparcida por la habitación y se apresuró en vestirse, deseando abandonar ese lugar de inmediato. Por último, agarró la cartera del alfa que aún permanecía en el bolsillo trasero de sus pantalones y la vació entera, abriendo mucho los ojos cuando vio la enorme cantidad de dinero que llevaba ese tipo como si de calderilla se tratara. Se lo metió todo en el bolsillo interior de su chaqueta y finalmente salió de allí; iba un poco justo para llegar a tiempo a su trabajo, además quería pasar por casa para cambiarse la ropa que llevaba, que olía a tabaco, alcohol y sexo.
Tardó menos de lo esperado en llegar a casa, a pesar de que los barrios bajos estaban al otro lado de la ciudad; él y su familia vivían en una humilde casa diseñada para una familia de cuatro personas, mientras que ellos eran... quince. Sí, tenía doce hermanos, al parecer sus padres no conocían la existencia de los anticonceptivos y seguían trayendo niños al mundo a pesar de no tener los recursos para criarlos; sinceramente, desde hacía unos años sus padres lo agotaban, y por más que le doliera habían acabado distanciándose a pesar de vivir bajo el mismo techo.
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Pedazos de un alma de cristal
Romance- ¿Cielo, por qué has vuelto tan pronto a casa? - Me dolía el corazón, mamá. *** Ame siempre fue un niño alegre y decidido, lleno de energía y optimismo para poder realizar sus sueños. Pero, des de la corta edad de ocho años supo que la buena suerte...