Mi hogar en Él...

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Llovía desde hacía menos de cinco minutos y, sin embargo, mis zapatillas ya estaban más allá de lo empapado. Nunca usaba zapatillas, pero, en mi trabajo celebraban el décimo-tercer aniversario, así que teníamos que esforzarnos más en nuestro arreglo; eso me había dicho mi jefa. La velada había estado terrible, como todas celebraciones nocturnas e innecesarias, de la compañía. Mis compañeros estaban tomando más alcohol de lo debido y las chicas estaban más atentas a sus vestimentas y las miradas interesadas de los chicos; que en la conversación amena, y yo estaba cada vez más harta de todo. Claudio me había mandado algunos mensajes de texto alentadores; por eso había tolerado hasta las once de la noche, y NO más. Ahora me encontraba fuera del edificio donde me encerraba seis días a la semana: esperando un taxi, para irme a mi dulce y añorado hogar. Después de una espera demasiado larga, en mi húmeda opinión, llegó el taxi a salvarme. Estando en el interior, ignoraba la mirada de desapruebo del conductor. Estaría imaginándose cómo le dejaría los asientos después de estar sentada en ellos, con mi atavío recién sumergido en los mares de la lluvia vespertina, que nadie esperaba (por eso no traía un paraguas conmigo). Le dí la dirección de mi apartamento, y comenzó un corto viaje de quince minutos; que me parecieron horas, de nuevo, en mi opinión. Y probablemente, también la del taxista, que parecía querer bajarme en cada curva. Llegamos y al salir del vehículo, pude vislumbrar la luz encendida en nuestra habitación. Me había esperado, me estaba esperando. No podía creer lo maravilloso que era tener a Claudio esperándome esta noche, cada noche. El próximo martes, cumplíamos tres años de casados. Aún sentía mariposas de noviazgo, pero también murciélagos de matrimonio cuando discutíamos; en algunas ocasiones. Saqué mis llaves del bolso y abrí el portón principal. Todo estaba en silencio, como era de esperarse. Después del tercer peldaño, estaba titiritando y castañeteaban mis dientes. Iba a pescar un resfriado, definitivamente que sí. Antes de abrir la puerta con el número 5 y la letra A, que tanta paz me daban; decidí arreglarme un poco el cabello mojado y el vestido arrugado. No era necesario que me viera en total desastre, sí estábamos casados, pero no tenía por qué darle motivos para huir despavorido a casa de mis suegros. Esto último, dibujó una amplia sonrisa en mi desmaquillado rostro. Abrí la puerta y escuché el murmullo del televisor en la habitación que compartíamos. Podía imaginármelo viendo una repetición de la pelea de box del fin de semana, o un documental sobre armas e historia. Eran sus tópicos de interés desde que era adolescente; desde que nos conocíamos. Dejé las llaves en la mesa de la entrada y llevé mi abrigo al cuarto de lavado, junto con mis arruinadas zapatillas y mi vestido; no podía empapar también la alfombra de la habitación, Claudio me mataría. Me envolví en la bata de baño que encontré entre la ropa limpia y doblada que había dejado, él, sobre la secadora y me dirigí en dirección al televisor encendido. Efectivamente, lo encontré recostado dándome la espalda, distraidamente viendo un partido de fútbol entre países que yo no podría pronunciar, aunque lo intentara. Al tercer paso, se dio la vuelta y me sonrió de una manera maravillosa. Se enderezó sobre el respaldo de la cama y me hizo un espacio a su lado, diciendo: -"Hola hermosa, llegas temprano. ¿tan malo iba todo?"- su voz profunda aún era miel a mis oídos. -"No tienes idea de cuan mal. Fernando estaba a la mitad de su tercer canción cuando decidí que era hora de retirarme. No sé a quién se le ocurre llevar karaoke a estas cosas."- reímos juntos y puso su brazo al rededor de mis hombros, para atraerme hacia él. Posé mi cabeza sobre su hombro y escuché sus exclamaciones de júbilo al anotar uno de los equipos; el que iba ganando, o por lo menos eso creí yo. Se inclinó hacia mi un poco y depositó un beso tierno y cálido en mi frente, mirándome a los ojos por unos segundos antes de volver su vista al televisor. Estaba en casa.

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