Aquí estoy...

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Me dí cuenta que rodaban lágrimas, pequeñas lágrimas, por sus mejillas; salían de sus ojos, como tristes despedidas, lentas; casi tangible su pena al resbalar hacia un mundo diferente al que les había originado. Y, entonces, levantó una de sus manos; para sacarles, y casi tuve el impulso de evitarlo. Pero no debía, si podía, sí me contuve. Y dejé que llorara, dejé que pensara que estaba sola; pero allí, estaba yo, sentía su dolor casi palpable en el aire que nos envolvía. Éso es parte de ser su amiga. Dejar que llore, dejar que cante, dejar que se exprese. Cuando era evidente que me había notado, me acerqué; a pasos lentos, para no exaltarla. Me senté junto a ella, en el pequeño muelle; y tomé una de sus manos. Fue como si hubiera abierto de nuevo la herida, no sé cómo, pero abrí de nuevo el torrente de lágrimas que casi ya no existían. Incrédula, levante mi mirada para verle; y me sorprendía al ver que no me veía; se sujetaba a mi mano fuertemente; pero, no me veía. Sabía que estaba allí, eso era lo importante. Entrelazó nuestros dedos, de nuevo, me dí cuenta de lo pequeña que era su mano; había heredado los dedos de su abuela, toda ella, me recordaba a su abuela. Pasaron los minutos, de nuevo se tranquilizó su tormenta, y entonces, sí me miró. Me miró con la inocencia que aún recuerdo que tenía de cinco años, rompía objetos en la casa o perdía uno de sus juguetes y, así me veía. Casi contrita. Pero era, ya, una adolescente; no eran jarrones los que quebraba, no eran juguetes los que rompía. Eran sus experiencias las que le herían. Y yo la dejaba. No podía obligarle a ver donde posaba sus pasos; obligarle a ver los hábitos del chico con que salía; obligarle a dejar el tabaco; obligarle a que me hablara un rato; no le obligaba a ninguna de ésas cosas. No lo hacía, porque antes que madre, soy su amiga.

Trozos de Mí...HISTORIAS CORTAS...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora