Coincidiendo con mi Luna...

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Sigue cayendo la nieve. Ha llegado al punto, en que mi cabello está mojado, aún bajo el tejido de mi gorro morado. Mis pestañas están pesadas, siento el esfuerzo al mover los párpados, por los restos de escarcha que se depositan en ellas; como si quisieran evitar la caída, sujetándose con fuerza a las fibras oscuras.

Estoy mirando, sin poder dejarlo de ver; el sol poniéndose en el horizonte. Una imagen que a me ha hipnotizado desde siempre. Aunque, detesto que los días se acaben. Por lo que significa que se acaben. Y sigue la noche.

No es que me disgustan las noches, es solo que todo empeora en ellas, y con ellas. Siento el frio más intensamente; casi calándome los huesos. Siento más la sofocante temperatura del verano, apareciendo sudor en mi espalda y mi frente, causando después, una comezón digna de tortura china.

Siento más el dolor; siento más necesidad de pensamientos profundos e innecesariamente vitales.

En las noches, los resfriados se agudizan, la tos te asfixia; el dolor de cabeza que has ignorado todo el día, ya no te permite que lo evites; los sentimientos escondidos tras sonrisas amigables y charlas amenas pero superfluas, regresan con la fuerza que tomaron de los rayos soleados que les ha bañado; mientras tú, inocentemente, pensabas que serían achicharrados por el calor, que desaparecerían.

Cuando la luna toma su lugar en el escenario azul-negro del cielo; llega la noche, y hay más soledad; porque todos están dormidos. Porque todos están cansados. Porque todos desaparecen, para visitar el otro lado de su conciencia. El lugar especial, donde sueñan de cosas maravillosas, o terribles, o temibles, o grandiosas e imposibles.

Pero no yo. Y no detesto las noches. Padezco de insomnio, desde que tenía doce años… desde que mamá se fue.

Se ocultó el disco brillante, tras la línea imperdonable del horizonte. Ya es de noche. Ya no hay día, por lo menos, durante las próximas once horas. Así es aquí, donde vivo. Así es en el invierno. Mucha noche y oscuridad, poco día y mi tranquilidad.

-“No esperaba que estuviera alguien aquí.”- es una voz tras de mí.

No escuché un solo movimiento, en este bosque todo es vacío, debí de escucharlo; pero, me desconcentró la inminente oscuridad y el canto de los grillos, mis compañeros continuos.

No digo nada.

No se va, y no me deja sola.

Y su presencia me desconcierta. No le conozco. No creo conocerle.

Respiro unas cuantas veces, profundamente, esperando que se vaya; si no le hablo, quizás lo haga más prontamente.

Qué ironía, odio la soledad… y estoy rogando, internamente, para que se vaya.

-“¿Estás bien?”- suena interesado, incluso, preocupado.

Es un chico; lo intuyo por su voz, que es profunda, pero no como la de papá. Ninguna voz es como la de papá. Ese pensamiento causa que caiga una lágrima, que ha estado esperando en el borde de mi ojo izquierdo; cae enmarañada en un copo de nieve; casi invisible la diferencia.

Trozos de Mí...HISTORIAS CORTAS...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora