-"¿Por cuánto tiempo te irás?"- se veía tranquilo y controlado, pero había una traza de inseguridad en su voz. Tomé fuerza y me sentí un poco exaltada, al pensar que no podía creerse que lo dejaba. Y eso estaba haciendo, lo estaba abandonando para siempre.
Tres años. Treinta y seis meses. Mil ochenta días. Veinticinco mil, novecientas veinte horas. Habían sido suficientes, eran suficientes. Estaba harta. Se había arruinado mi trabajo, mi relación con mis padres, me había vuelto una persona que nunca creí ser. Me había alejado de mis sueños, miles de años luz de ellos; y todo permitido por mí.
No debía culparlo de todo. No sería justo. Gran parte de mi sanación comenzaría por perdonarlo y alejarme, alejarme tanto como pudiera de él.
La semana pasada lo había decidido; después de casi seis horas en quirófano, mientras maravillosas y benditas manos intentaban reconstruir mi mandíbula. Era una cirugía compleja, me lo había aclarado en doctor. Se había fracturado en tres puntos diferentes, el dolor había sido tan intenso que no recordaba gran parte de lo sucedido. Nunca me había dejado tan mal.
Tan mal. ¿Cuándo comencé a medir sus daños? Quizás el mismo momento en que comencé a disculparlo, para evitar pensar que no era el hombre con quién había soñado mil sueños. El hombre a quien le había entregado mil promesas y de quien había aceptado mil más.
Ahora estaba tomando mis cosas del cuarto de baño. Algo tan sin importancia, y era lo que me llenaba los ojos de humedad. Tomar mi cepillo de dientes de la tasita en la esquina, dejando el suyo solo; seleccionar mis cremas hidratantes y exfoliantes, dejando su loción para después de afeitar y su espuma y su perfume. Nunca me gustó ese perfume, prefería el que usaba antes; pero nunca se lo dije. Temía las consecuencias.
Las temía. ¿Cuándo comencé a temer hablarle? Quizás el mismo momento en que comencé a poner sus opiniones por sobre las mías.
De soslayo, lo observé. Estaba de pie, tan estoico, tan de piedra; se recargaba en el margen de la puerta a nuestra habitación. Nuestra. Y ahora, solo sería suya. Debía odiarlo, lo sé; todos me lo decían constantemente. Que había arruinado mi vida. Que me había hecho tanto daño. Que había acabado con mis ilusiones, mis alegrías. Que había ensombrecido mi existencia. Pero no le odiaba.
Quería explicárselo a todos. Quería que comprendieran que él estaba tan destruido como yo. Pero ése no era mi trabajo. Mi trabajo sería dedicarme a reconstruirme. Lo intenté con él, pero no pude.
Intenté reconstruir sus piezas rotas.
Una noche, después de que me dejara llorando, tirada en el piso junto a nuestra cama; fui al baño, a enjugar mi rostro, para liberar un poco del dolor que pulsaba por mi mejilla enrojecida y tumefacta, consecuencia de un golpe certero de su pesado puño. Era, quizás, la decima vez que lo hacía. No recuerdo la razón por la que me pegó esa noche, pero no valía la pena, ningún golpe podía ser justificado; menos aún, si venía de él, de mi esposo.
Después de secarme con una toalla pequeña que colgaba junto al lavamanos, me miré al espejo y me desconocí. Me recorrió un estremecimiento al pensar en lo que vendría después. Y fue entonces, cuando lo escuché sollozar. Regresé a la habitación y lo vi; estaba hecho un ovillo, envuelto en las sábanas de color morado que nos habían regalado mis tíos para la boda.
Estaba llorando. Nunca le había visto llorar, ni siquiera cuando murió su padre, el segundo año de nuestro noviazgo. Estaba llorando. No sabía qué hacer. El hombre me acababa de golpear, ¡por Dios! ¿Cómo iba a acercarme a consolarlo? ¿Y si se enojaba de nuevo? ¿Si me volvía a pegar?
Pero no pude evitarlo.
Me acerqué sigilosamente, sin hacer ni un ruido; y me senté en la orilla de la cama. Posando ligeramente mi mano sobre su hombro, lista para saltar hacia atrás si se enfurecía en mi contra. Nada pasó, sólo continuó llorando, ahogando sus sollozos en la sabana que tenía envuelta en su puño y pegada a su boca.
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Trozos de Mí...HISTORIAS CORTAS...
RomanceSerie de pensamientos, algunos más cortos que otros...instantes que incitan al corazón y a la mente, a depositarse en un momento robado, un vistazo a una vida que no nos pertenece...liberarnos de un instante de tensión propia para vivir alguna sensa...