-¡Ey!¡Chico me voy!
-¿Ya?¿Qué hora es?
-¿No escuchas el bullicio de la gente?¿No ves cuanta luz hay?Debe ser cerca del mediodía.
Alumno y poeta se desvelaron en un callejón donde se habían cobijado cuando la luz del alba les molestaba para conciliar el sueño junto la farola. Cuando se cambiaron de lugar, ambos se preguntaron porque la luz del sol les molestaba que el foco que llevaba toda la noche iluminándoles, pero ninguno se contestaron. El poeta se levanto y se sacudió, mientras veía como el joven se alborotaba el pelo y bostezaba.
-¿A dónde vas?
-No sé, nunca he tenido una ruta, ni si quiera soy de esta ciudad, aunque siempre busco lugares tranquilos.
-Como tantos otros aquí, seguro que no estas solo vayas donde vayas, mientras andes en esta ciudad.
-No busco la compañía.
-Tampoco la huyes ¿no?
-Cierto, chico.
Se quedaron unos segundos en silencio, luego movieron la cabeza como gesto de adiós. El joven se quedo sentado en el callejón, el poeta salio al mar de personas, intensa luz solar y coches.
Aquel bullicio era objeto de más de un poema lleno de odio, odiaba aquella masa de gente y ruido descontrolado, los choques con una persona y otra que le miraban de arriba a bajo o ni le miraban, como si solo tropezaran con una piedra más. El problema de esa masa sin control, es que no se distinguían a unos de otros a simple vista, era como un desierto de arena, quien distinguiría un grano de arena de otro.
Huyendo de esa masividad de personas, carreteras, coches y ruido se movió por una calle u otra, cada vez más viejas, más solitarias, incluso parecía que había cierto silencio, solo roto por algunos pájaros y otras personas que pasaban por allí. De repente se freno en seco, pues no se creía el lugar a donde había llegado, ¿un lugar así en una ciudad que parecía un infierno moderno?¿cómo era posible?. Era una pequeña plaza, que comunicaba a través de unas viejas escaleras de piedra a un parque, tan pequeño como lleno de árboles y rincones donde esconderse, lleno de sombras, con una fuente pegada a una pared que parecía el centro del parque. Cuando se acerco a la fuente, el agua estaba tan fresca que dio vida a su seca garganta. El ambiente era ideal, como si estuviera a kilómetros de la civilización que odiaba. El poeta sonrió. Cogió más agua con ambas manos y se mojo el rostro, cuando miraba el agua de la pequeña fuente...algo rompió sus pensamientos.
-Se ve que te ha gustado la vieja fuente ¿verdad?Cuando has llegado parecía que no habías visto un parque en tu vida.
-¿Quién...- Miró hacía atrás y todos lados, a pesar de que la voz era tan cercana, no veía a nadie por ningún lado.
-...soy?
-Más bien dónde estas.
Entonces de entre unos arbustos cercanos a la fuente se levanto una chica morena, de no más de veinte años, con unos vaqueros rotos y una camiseta rosa que dejaba ver su hombro, lo que más le llamó la atención es que iba descalza y que sus ojos verdes estaban muy rojos.
-Me gusta tirarme por ahí detrás. ¿De dónde eres?
-De un pueblo muy lejos de aquí, ¿por qué?
-Porque cuando has llegado parecía que habías visto el cielo, vente siéntate por aquí hay un manzano y un naranjo con buena sombra y la fruta no esta mala tampoco.
-¿Vives aquí?
-Si, se podría decir que si, nadie me molesta y la policía no puede echarme como cuando estaba en otros parques más grandes.
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Recuerdos extraviados.
MaceraCada acción de nuestra vida, por pequeña que sea valdrá la pena si se vive como la deseamos. Y eso pensaba un viejo poeta que paseaba de un lugar a otro, porque aunque no tenía nada, el mundo era suyo.