Capítulo primero

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El orondo sargento Zimmler observaba atentamente una fotografía mientras se le acercaba el agente Rommer removiendo el azúcar de su café.

- ¿Es esa la mansión del relojero fallecido? – preguntó mientras echaba una mirada a la fotografía que tenía el sargento entre las manos.

Zimmler se volvió hacia Rommer mirándole por encima de sus gafas.

- Sí – contestó el sargento mientras se rascaba la calva –, esta es la mansión Hoffenmaier.

El sargento Robert Heinz Zimmler era un policía veterano, de unos cincuenta años, con un bigote poblado y cara bonachona. Pese a su edad, no tenía canas pero lucía una hermosa y reluciente calva. A su lado humeaba una taza de té con el anagrama del BVB Dortmund, equipo del que era simpatizante. El fútbol era uno de los pocos "vicios" que tenía. Era un hombre bastante sobrio y, a pesar de su obesidad, no era bebedor habitual, aunque cuando se daba la circunstancia, no despreciaba una buena cerveza de trigo.

Sin embargo, el agente Johann Friedrich Rommer era un agente de unos treinta años, con el pelo castaño, bastante alto y delgado. A primera hora de la mañana se le solía ver con un café sólo bien cargado, dado que solía tomar copas hasta tarde, tratando de ligar con alguna chica que encontrara en aquellos lugares. Su tendencia al sarcasmo y a la broma no solía agradar a las mujeres pero era aceptado entre sus compañeros.

Heinrich Karl Weber también se acercó a observar la fotografía.

- Menuda choza, ¿eh? – comentó el agente Weber.

Heinrich Weber era un agente de unos cuarenta años. Tenía aspecto de ser un poco despistado y, la verdad, lo era. Además, detestaba madrugar aunque por su trabajo no le quedaba más remedio. Era algo más bajo que Johann Rommer pero más musculoso y en mejor forma, dado que tenía un pequeño gimnasio en casa donde se despejaba antes de ir al trabajo o de irse a la cama. Tenía el pelo corto y moreno y unos ojos marrones poco expresivos. Sin embargo, su cerebro funcionaba muy bien y su intuición era una de sus grandes cualidades.

- No está nada mal. Con la fortuna que amasó haciendo relojes... – comentó Johann Rommer.

- Es una pena que acabara sus días en un centro psiquiátrico – lamentó Heinrich.

- Sí – convino el sargento Zimmler –, una auténtica lástima.

- ¿Y qué es lo que tenemos que ver nosotros con la mansión Hoffenmaier? – inquirió Rommer.

- Que yo sepa, nada, aparte de adjuntar la copia del certificado de defunción. Como el viejo relojero murió sin descendientes conocidos supongo que el estado se hará cargo de todo. Según se cuenta, hay una gran fortuna escondida en algún lugar de la mansión por lo que se nos ha encomendado desde el juzgado la custodia de la casa, mientras se encuentra a un posible heredero vivo o se constata su inexistencia. Yo creo no van a encontrar a nadie, en cuyo caso, como ya he dicho, el estado se hará cargo.

- ¡Qué pena! – suspiró Rommer.

Ambos se quedaron en silencio observando el impresionante edificio. Se parecía a una de esas mansiones que aparecían en las películas de terror. Ciertamente, era realmente tétrica.

- ¿Y el tesoro escondido? – preguntó el agente Weber rompiendo el silencio.

- No hay tal tesoro – le contestó una voz a sus espaldas.

El capitán Christian Lohtar Luwitz estaba tras ellos con mirada condescendiente. Era un hombre de unos sesenta años, muy delgado y con el pelo lleno de canas. Christian Luwitz era un veterano agente, con un gesto siempre serio en la cara; daba la sensación de que no debía saber sonreír. De todas maneras, su boca estaba escondida tras un cuidado bigote entrecano. Tenía una dilatada y exitosa carrera tras de sí y era la disciplina hecha persona. Siempre era el primero en llegar a la comisaría y parecía leer el pensamiento con su penetrante mirada. Siempre iba impecable, con sus camisas blancas perfectamente planchadas y sus corbatas de seda, todas azules; todas parecían ser iguales.

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⏰ Last updated: Aug 05, 2018 ⏰

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La mansión del relojeroWhere stories live. Discover now