CAPITULO 5

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El camino que subía por el lado de los acantilados siempre había estado empinado, pero lo había subido una infinidad e veces, con y sin mi abuela, y nunca me había sentido así. Ya no era la tos. Y tampoco eran los músculos doloridos. Estaba mareada y el estomago ya me comenzaba a rugir de tal manera que yo misma me recordada a Meg Ryan en la película French Kiss después de comerse todo el queso y tener un ataque de intolerancia a la lactosa.

{Kevin Kline está realmente mono en esa peli... Bueno, pasar ser un tipo mayor.}

Y encima moqueaba. No me refiero a sorberse un poco la nariz. Me refiero a que me limpiaba la nariz en la manga de la sudadera {qué asco!} No podía respirar sin abrir la boca, lo que me hacía toser más, ¡y no podía creer lo mucho que me dolía el pecho! Intenté recordar qué era lo que de manera oficial había matado a los chicos que no habían completado el cambio a vampiros. ¿Habían tenido ataques al corazón? ¿o era posible que hubiesen tosido y moqueado hasta morir?

¡Deja de pensar en ello! Necesitaba encontrar a la abuela Redbird. Si la abuela no tenía las respuestas, las encontraría. La abuela Redbird comprendía a la gente. Ella decía que era porque no había perdido contacto con su herencia cheroqui y el conocimiento tribal de las ancestrales sabias que llevaba en su sangre. Incluso en esos momentos sonreía al recordar el ceño fruncido en cara de la abuela cuando salía el tema del perdedor de mi padrastro {ella es el único adulto que sabe que le llamo así}. La abuela Redbird decía que era obvio que la herencia de la sangre sabia Redbird se había saltado su hija, pero solo porque se había reservado para proporcionarme a mí una dosis extra de antigua magia cheroqui.

Cuando era pequeña había subido por este camino cogida de la mano de la abuela más veces de las que podía contar. En la pradera de hierva alta y flores salvajes extendíamos una manta de colores brillantes y merendábamos mientras la abuela me contaba historias cheroquis y me enseñaba las palabras de sonido misterioso de su lengua. Mientras subía con dificultad por el curvado camino, aquellas viejas historias parecían dar vueltas y vueltas dentro de mi cabeza, como el humo de una hoguera ceremonial... Incluida la triste historia de cómo se formaron las estrellas cuando un perro fue descubierto robando harina de maíz y la tribu lo azotó. Cuando el perro corrió aullando hacia su casa en el norte, la harina se esparció por el cielo y la magia que había en ella creó la Vía Láctea. O como el Gran Águila hizo las montañas y los valles con sus alas. Y mi favorita, la historia de la joven Sol, que vivía en el este, y su hermano la Luna, que vivía en el oeste, y Redbird, que era la hija del Sol.

*-¿No es extraño? Soy una Redbird, hija del Sol, pero me estoy convirtiendo en un monstruo de la noche. -Me oí a mi misma hablando en voz alta y me sorprendió que mi voz sonara tan débil, en especial cuando mis palabras parecieron hacer eco alrededor como si hablase dentro de un vibrante tambor.

Tambor...

Pensar en aquella palabra me hizo recodar las asambleas tribales a las que la abuela me había llevado cuando era pequeña, y luego, mis pensamientos, de alguna manera, insuflaron vida a los recuerdos, incluso pude oír el golpeteo rítmico de los tambores ceremoniales. Miré alrededor, entrecerrando los ojos incluso ante la débil luz del agonizante día. Los ojos me ardían y tenía una visión casi nula. No hacía viento, pero la sombra de las rocas y los árboles parecían moverse... expandirse... alegarse hacía mi.

*-Abuela, estoy asustada...-grité entre convulsiones por la tos.

Los espíritus de la tierra no son algo a lo que debas temer, Zoeybird.

*-¿Abuela?-¿había escuchado su voz llamarme po mi apodo o no eran más que ecos misteriosos que esta vez llegaban desde mis recuerdos?

*-¡Abuela!-llamé de nuevo, y entonces me detuve, esperando escuchar una respuesta.

MARCADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora